La libertad del perdón – Parte 2

por: Rev. Cheryl L. Hauer, Vicepresidenta Internacional

En la antigüedad, antes de nuestra historia de José, el perdón era un concepto desconocido. Los expertos en escritos y costumbres sociales de civilizaciones antiguas coinciden en que el verdadero perdón no existía antes del notable acto de misericordia de José. La gente antigua ciertamente tenía normas sociales que hacían posible el coexistir con alguien que le había hecho daño a uno, pero esos procesos no significaban el perdón. La norma era mediante una gratificación a través de la cual el culpable podría satisfacer el enojo del agraviado. Dinero, bienes materiales e incluso servidumbre, eran los medios para que la parte agraviada renunciara a su derecho de venganza y viviera en paz, aunque no hubiera armonía. Según el rabino Jonathan Sacks, la humanidad cambió el día en que José perdonó a sus hermanos. Este fue el primer momento registrado en la historia en que un ser humano realmente perdonó a otro.

No era extraño que los hermanos tuvieran miedo después de la muerte de su padre. Habían apaciguado a José reuniéndolo con el padre y el hermano menor que tanto amaba. ¿Pero el perdón? ¿Cómo podrían comprender tal cosa? Independientemente de la parte que cada uno haya llevado a cabo, todos fueron cómplices y estuvieron obligados a apoyarse mutuamente en la historia que crearon para contarle a su padre. Llenos de amargura y sumergidos en su propia falta de perdón, se regocijaron desgarrando la túnica de suave lana “con dejos de superioridad” de José; empapándola en sangre de cabra. Uno puede preguntarse qué satisfacción se puede sentir, “si es que la hay” (quizá experimentaron la dulce venganza por evitar vivir años bajo la sombra de José) al ver como la vida y sueños de su padre se derrumbaban en un instante. Su amado hijo se había ido; ninguna palabra de consuelo podría ser suficiente para aliviar el dolor de Jacob. Se convirtió en un hombre devastado y nunca volvería a ser el mismo. Pero Dios tenía un plan para elevar a la humanidad introduciendo el arrepentimiento y el perdón en la condición humana. Ya no sería necesario que el hombre permaneciera prisionero de su pasado.

El camino a la realeza

El camino hacia ese perdón, sin embargo, no fue algo fácil. En Egipto, José continuamente “fue elevado a la cima”, siendo reconocido por su inteligencia, su integridad y habilidades de liderazgo. Como esclavo, se convirtió en administrador de la casa; como prisionero, en supervisor de los demás internos; y luego, como intérprete de sueños, se convirtió en el gobernador de todo Egipto. Como segundo al mando de Faraón, llegó a estar en control de todo el sistema alimentario del país durante una época de hambruna en toda la región. Independientemente de sus éxitos, sin embargo, es difícil imaginar un día en que José no hubiera pensado en su padre, o sintiera la tristeza de la traición y se preguntara como hubiera sido si sus hermanos lo hubieran perdonado; todo esto mientras él se esforzaba constantemente en perdonarlos a ellos. Sin embargo, a pesar de todo esto, él siguió siendo un hombre de integridad, su carácter siguió siendo moldeado por su fuerte fe en Dios.

Las verdades que nos hacen libres

Lección 1: La soberanía de Dios

Aunque la palabra «perdón» no aparece en ninguna parte de la narrativa bíblica, el concepto sí está en el corazón de la historia de José. En ninguna parte de la historia Dios lo acusa o señala algún pecado o falla de su parte, a pesar de tener muchas razones para ser un hombre enojado y amargado. Después de todo, él era un ejemplo del abuso familiar. Fue odiado por quienes deberían haberlo amado. Fue traicionado, esclavizado, encarcelado, olvidado, ignorado y acusado falsamente. Pero la fe absoluta de José en la soberanía del Dios de Abraham, Isaac y Jacob fue el fundamento por el cual pudo perdonar las iniquidades de otros y dejar a un lado las ofensas cometidas contra él.

Es concebible, incluso probable, que su padre Jacob, le enseñó sobre la profecía que Dios le había dicho a su bisabuelo Abraham (Abram): “Y Dios dijo a Abram: «Ten por cierto que tus descendientes serán extranjeros en una tierra que no es suya, donde serán esclavizados y oprimidos durante 400 años. Pero Yo también juzgaré a la nación a la cual servirán, y después saldrán de allí con grandes riquezas»” (Gn 15:13-14).

Quizá José reconoció el papel que Dios tenía para él en el cumplimiento de esta profecía. Jacob y toda su familia estaban ahora en Egipto y permanecerían allí, eventualmente esclavizados, durante 400 años (tal y como Dios había dicho). Considerando esto es que les pudo decir a sus hermanos: «Dios me envió delante de ustedes para preservarles un remanente en la tierra, y para guardarlos con vida mediante una gran liberación. Ahora pues, no fueron ustedes los que me enviaron aquí, sino Dios» (Gn 45:7-8a).

Es importante entender que Dios no creó las circunstancias negativas de José, ni aprobó el abuso que sufrió José. Pero pudo usar esas situaciones para moldear a José y convertirlo en el hombre de fuerza, valor e integridad que Dios quería que fuera. José tenía 17 años cuando sus hermanos lo vendieron y 30 años cuando se presentó ante el Faraón. Durante la mayor parte de esos treinta años, él sufrió por causa de quienes lo rodeaban, pero su fe en Dios y su confianza en el amor y la firmeza de Dios nunca se tambalearon.

Lección 2: El perdón es un mandato, no una elección

José reconoció que perdonar a sus hermanos era un componente necesario para una vida obediente. Pudo haber sucumbido ante la tentación de vivir como una víctima perpetua como lo hacemos a veces. Incluso se podría haber sentido justificado para revolcarse en un poco de autocompasión de vez en cuando. Después de todo, él era una víctima. Pero si hubiera optado ser una víctima, nunca habría alcanzado todo el potencial que Dios tenía para él.

Esa tentación también existe para nosotros. Pudimos haber sido lastimados por los que nos rodean, sin provocarlo nosotros. Como José, hemos sido víctimas. Pero el mensaje de Dios para nosotros es claro: “Entonces, ustedes como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia; soportándose unos a otros y perdonándose unos a otros, si alguien tiene queja contra otro. Como Cristo los perdonó, así también háganlo ustedes” (Col 3:12-13).

El no perdonar tampoco está sin consecuencias. Si queremos caminar en el perdón de Dios, es esencial que extendamos ese mismo perdón a quienes nos han lastimado. “Y enfurecido su señor, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía. «Así también mi Padre celestial hará con ustedes, si no perdonan de corazón cada uno a su hermano»” (Mt 18:34-35).

La Biblia nos dice que podemos amar porque el Señor nos amó primero. Lo mismo ocurre con el perdón, y eso significa perdonar a menudo, tantas veces como sea necesario: “Entonces acercándose Pedro, preguntó a Jesús: «Señor, ¿Cuántas veces pecará mi hermano contra mí que yo haya de perdonarlo? ¿Hasta siete veces?». Jesús le contestó: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete»” (Mt 18:21-22).

Cuando Jesús (Yeshúa) pronunció estas palabras, el número siete representaba integridad, totalidad, producto terminado. Entonces la frase «70 x 7» significaba «sin fin». En otras palabras, el verdadero perdón no tiene límites, siempre está ahí y está disponible para quien lo necesite.

Lección 3: Perdón vs. Reconciliación

José había tomado la decisión de perdonar a sus hermanos mucho antes de que aparecieran en escena. Fue una acción deliberada de su parte, perdonar a aquellos a quienes pensó que nunca volvería a ver. Pero con su llegada a Egipto, la situación pasó de perdón a reconciliación, reuniéndose y reconstruyendo una relación. Eso requirió acción por parte de sus hermanos.

En Génesis 42–44, leemos acerca de las acciones por parte de José, aunque muy extrañas. Desde esconder el dinero de sus hermanos en sus propias bolsas y esconder su propia copa real en sus bolsas también, hasta exigir que uno de los hermanos se quedara como garantía de los demás, José tomó medidas extremas para determinar si sus hermanos estaban realmente arrepentidos de aquellos pecados que habían cometido contra él. En el antiguo Israel, el arrepentimiento sincero solo se podía ver cuando uno se enfrentaba a circunstancias y tentaciones similares, pero el pecado no se repetía. Claramente, José estaba satisfecho de que sus hermanos lamentaran dolorosamente sus acciones, y estaba listo para darles la bienvenida a su vida nuevamente.

Es importante recordar que podemos perdonar a aquellos que nos han hecho daño aunque no se hayan arrepentido. Sin embargo, la creencia de que debemos olvidar esas transgresiones y volver a confiar ciegamente, no es bíblicamente sólida. José caminó en la libertad del perdón cuando sus hermanos estaban a cientos de millas de distancia y pensaban que estaba muerto. Pero no estaba dispuesto a volver a confiar libremente en ellos hasta que estuviera convencido de que eran, de hecho, dignos de esa confianza.

Lección 4: El perdón es un proceso permanente

La idea del perdón de Dios es de permanencia. Una vez que Él nos lo ha extendido, es nuestro y no nos lo puede quitar. Sin embargo, para nosotros como seres humanos, eso no es tan fácil. Dejar el dolor y liberar nuestro deseo de venganza o represalias puede llevar tiempo. Para nosotros, puede ser un proceso, lo que puede significar perdonar cada día (o incluso cada hora), hasta que por fin logremos esa permanencia. Una señal de ese logro podría ser que finalmente podemos orar por la persona que nos ha ofendido.

Una vida de libertad

La historia de José muestra sin duda el compromiso total con una vida piadosa. A pesar de las acciones de las personas que lo rodeaban y el efecto que esas acciones pudieran causar en su vida, José estaba comprometido a confiar y servir a Dios fiel y constantemente. Sus hermanos creían que nunca lo volverían a ver, pero cargaron con el peso de su culpa durante muchos años. José creía que nunca volvería a ver a su familia y aunque pudo perdonar a sus hermanos, debió haber soportado una gran tristeza por su pérdida. Jacob creía que nunca volvería a ver a su amado hijo y vivió muchos años en un estado de duelo.

Sin embargo, Dios tenía un plan para reunir a esta familia tan disfuncional, para traer reconciliación y sanidad a sus corazones heridos. Así que fue Su deseo bendecirlos con años de una nueva relación basada en la confianza y la buena voluntad. La clave de todo fue la capacidad de José para perdonar, reconocer la soberanía de Dios en su vida, dejar el dolor del pasado y avanzar hacia un futuro victorioso.

A través de nuestra relación con el Señor, nosotros como José, tenemos la capacidad de caminar en el verdadero perdón y en victoria; de dejar ir el dolor y la ira y de confiar en Él para nuestro futuro; y decir a los que nos han herido: «Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios lo cambió en bien… » (Gn 50:20).

Esta es la segunda de una serie de dos partes, que explora el poder del perdón que nos libera del dolor, la ira y el odio para vivir una vida de alegría y paz.

Traducido y adaptado por Robin Orack – Voluntaria en Puentes para la Paz
Revisado por Fernanda González – Voluntaria en Puentes para la Paz

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Bibliografía

Konstan, David, Before Forgiveness: The Origins of a Moral Idea. Cambridge: Cambridge University Press, 2010.
Sacks, Rabbi Jonathan. “The Birth of Forgiveness (Vayigash 5775).” The Office of  Rabbi Sacks. https://rabbisacks.org/birth-forgiveness-vayigash-5775/

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