Hoy se cumplen 80 años desde que mi madre, la prisionera de Auschwitz 48956, Bella née Szarfharc, emprendió la marcha de la muerte. Dos semanas de terror, recorriendo aproximadamente 850 kilómetros (530 millas) desde Polonia hasta Ravensbruck, Alemania, la mayoría a pie, algunas veces en tren de carga.
Nevó y las temperaturas cayeron muy por debajo del punto de congelación. Los guardias alemanes disparaban o soltaban perros contra cualquiera que vacilara. “No podías parar, no podías pensar”, recordó.
Alrededor de 60,000 almas destrozadas abandonaron las puertas del campo, la mayoría de ellas judías. Aproximadamente 15,000 llegaron a Alemania con vida. En las decenas de marchas de la muerte que se extendieron por toda Europa, hasta la victoria de los Aliados, perecieron casi un cuarto de millón de judíos.
Cada invierno, pienso en esa marcha de los horrores. Los sobrevivientes a menudo la llamaban “Totenmarsch” (marcha de la muerte en alemán). Pienso en ese infierno y no puedo comprender cómo mi madre, como otros sobrevivientes que he conocido; lo soportaron y lograron reconstruir sus vidas.
¿Cómo nací yo contra todo pronóstico? ¿Cómo crecieron y prosperaron las familias que formaron? Este año, mi asombro se mezcla con el dolor de más de 90 familias que esperan el viaje de regreso de sus seres queridos, desde el cautiverio.
¿Qué les diría mi madre? Estoy segura de que intentaría infundirles esperanza, la misma esperanza, templada con fe y reforzada por la extraordinaria fuerza de sus amigos; que la ayudó a atravesar la marcha de los horrores. Después de unos días de marcha, perdió la esperanza.
“Exalumna” del gueto de Varsovia, Majdanek y Auschwitz-Birkenau, estaba demacrada, pesaba menos de 40 kilos (88 libras) y llevaba la carga de innumerables pérdidas: un marido, un hijo, sus padres y una gran familia que fueron asesinados. Todo lo que quería era derrumbarse en la nieve y descansar para siempre.
Pero tres amigos, que apenas podían arrastrarse hacia adelante, se negaron a dejarla caer. Con sus escasas fuerzas, la llevaron, repitiendo una y otra vez: “Has llegado hasta aquí. Llegaremos al final. Los alemanes están huyendo; perderán. Ya verás, todos comenzaremos una nueva vida”. Mi madre nunca olvidó aquella bondad.
El difunto rabino Yitzchak Elchanan Gilberlater tenía 15 años cuando emprendió una marcha de la muerte con su hermano de 17 años y su padre. Los dos muchachos llevaron a su padre cuando ya no pudo caminar. Tres días sin dormir ni comer.
Ya habían sobrevivido a cuatro años y medio de guetos y campos. Cuando se desplomaron en la nieve para un breve descanso permitido, su padre se despidió de ellos. “No puedo seguir más. Deben dejarme atrás. Un hijo no debe arriesgar su vida para salvar a su padre. Eso sería un asesinato y no honra a sus padres”.
El joven Yitzchak, que había celebrado su bar mitzvah (la mayoría de edad religiosa de los niños) en el gueto, dudó, pero decidió negarse. Se sentaron en la nieve durante 14 horas. Los alemanes dispararon contra la multitud. La gente murió ante sus ojos. Los tres sobrevivieron y luego formaron familias numerosas.
Lo que los rehenes, sus familias y todos nosotros hemos soportado durante el último año y cuarto, no es el Holocausto, o un campo de concentración, o una marcha de la muerte. Pero hay hilos que los conectan: odio y crueldad por un lado; sacrificio, esperanza, ayuda mutua, compasión y fe por el otro lado; cualidades únicas de nosotros, el pueblo más odiado del mundo. Una inmensa fuerza interior que supera la nieve y los túneles de Hamás por igual. Es de esta fuerza de donde saco mi esperanza.
“De repente, no me importa quién soy”, escribió una mujer en un grupo de WhatsApp dedicado a las oraciones y las buenas acciones por el rehén Omer Shem Tov ayer. “Tiro las etiquetas [políticas] a la basura”.
“No estoy debatiendo si estoy a favor o en contra de un acuerdo. En este momento, solo soy una hija amorosa de Israel, anhelando desesperadamente que mi hermano y hermana regresen. Al final, es Dios quien decide. Así que, que vuelvan a casa ya”.
Hay docenas de grupos de este tipo para otros rehenes. “Cada uno puede planear su camino, pero el Señor da la respuesta. Oh Señor, abre mis labios, y mi boca publicará tu alabanza”. Amén.
ENFOQUE DE ORACIÓN: Oremos para que los testimonios de esperanza y de fe de los sobrevivientes del Holocausto como Bella, que sobrevivieron a condiciones inimaginables, sirvan de estímulo a los israelíes, como las familias de los rehenes, que sufren profundamente hoy. Proclamemos la soberanía del Señor cuyo amor triunfa sobre el mal y la oscuridad.
VERSO BÍBLICO: «Yo soy el Señor, y no hay ningún otro; fuera de Mí no hay Dios. Yo te fortaleceré, aunque no me has conocido, para que se sepa que desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, no hay ninguno fuera de Mí. Yo soy el Señor, y no hay otro. Yo soy el que forma la luz y crea las tinieblas…»
– Is 45:5-7a NBLA
Publicado en enero 22, 2025
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