by: Janet Aslin, Escritora para Puentes para la Paz
En la región accidentada y montañosa que se extiende por partes del norte de Irak, al sureste de Turquía, noroeste de Irán y norte de Siria, se encuentra el Kurdistán, hogar de un antiguo pueblo iraní. Entre ellos, en comunidades aisladas, habitaban judíos que habían vivido allí desde que los asirios los trajeron del reino norteño de Israel en el siglo VIII a. C. A lo largo de los siglos, los judíos kurdos conservaron la fe y las tradiciones de sus antepasados y nunca olvidaron su patria. Cuando nació el moderno Estado de Israel, las oraciones y anhelos de los judíos kurdos fueron respondidos al regresar a la Tierra que habían abandonado hacía más de 2,500 años.
Llevados lejos de Israel
¿Cómo llegaron estos judíos al Kurdistán? El registro escrito más antiguo se encuentra en las Sagradas Escrituras, donde el relato bíblico nos dice que Salmanasar V “se llevó a Israel al destierro en Asiria, y los puso en Halah y en Habor, río de Gozán, y en las ciudades de los medos” (2 Reyes 17:6). Todos estos puntos de referencia están ubicados en el norte de Irak, entre el pueblo kurdo.
El rabino Benjamín de Tudela, que visitó la región alrededor del año 1170, habló de una vibrante presencia judía formada por más de 100 comunidades cuyos residentes todavía hablaban arameo. Los kurdos vivían en grupos tribales muy organizados en los que los judíos —con su lengua, fe y costumbres diferentes— no estaban incluidos. Sin embargo, estaban bajo la protección del jefe tribal regional y cumplían las funciones que éste les exigía.
A diferencia de los judíos iraquíes que alcanzaron posiciones prominentes en la sociedad, los judíos kurdos llevaban vidas sencillas, limitándose a ser agricultores, tejedores, curtidores, tintoreros, leñadores, porteadores o barqueros. Walter Fischel, que visitó la zona en 1949, escribió: “Yo también me sentí muy conmovido al ver a los judíos trabajando bajo un sol abrasador, cavando y escardando en sus viñedos y campos, mientras cantaban melodías judeo-arameas. Hombres de complexión fuerte, un Jonás, un Ezra, un Zacarías y otros, me saludaron con su ‘shalom’ y me permitieron investigar su antigua ‘geniza’ (área de almacenamiento de libros desgastados en hebreo sobre temas religiosos) en la sinagoga todavía bien conservada, construida hace varios siglos”.
Operación Esdras y Nehemías
Aunque los judíos kurdos no sufrieron la Inquisición española ni los pogromos antisemitas de Europa del Este, la vida no siempre fue fácil. Y siempre fueron un pueblo apartado, que anhelaba regresar a su patria. A lo largo de los años, se habían mantenido en contacto a través de las visitas de sh’lijim (emisarios) de Sión, así como a través de cartas escritas desde las comunidades judías del Kurdistán a los residentes de Safed, Tiberíades y Jerusalén. Por lo tanto, no debería sorprender que un pequeño número de judíos kurdos estuviera entre los primeros en hacer aliá (emigrar a Israel) incluso a fines del siglo XVI.
Con el nacimiento del moderno Estado de Israel y la animosidad correspondiente hacia las poblaciones judías de las naciones árabes vecinas, los judíos kurdos finalmente regresaron a casa. Entre 1951 y 1952, casi toda la comunidad judía del Kurdistán fue trasladada por aire a Israel, dejando sólo a unas pocas familias que decidieron quedarse. El puente aéreo, denominado ‘Operación Esdras y Nehemías’, llevó entre 120,000 y 130,000 judíos kurdos e iraquíes a Israel.
En un artículo para Aish.com, la Dra. Yvette Alt Miller escribió: “Muy pocos de los judíos kurdos habían visto alguna vez antes un avión, mucho menos habían viajado en uno. Los kurdos bajaban de los aviones que los transportaron, con sus cobertores de cabeza ‘jidimani’ tejidos a mano, se veían tan deslumbrados y desorientados como si una máquina del tiempo los acabase de depositar en un futuro distante”.
Mientras los israelíes daban la bienvenida a sus hermanos y hermanas que huían de las tierras de la diáspora (población judía fuera de Israel), los limitados recursos de esta pequeña nación casi se agotaron. Los nuevos olim (inmigrantes) fueron instalados en ma’abarot (campamentos de tránsito temporales) hasta que se pudieran construir viviendas más permanentes. Muchos de los judíos kurdos fueron ubicados en una ciudad de tiendas de campaña al pie de la colina de Castel, cerca de Jerusalén. Construyeron casas y llamaron al nuevo barrio Maoz Zion (Fortaleza de Sión), que conserva el sabor de sus orígenes kurdos hasta hoy.
Hoy en día, hay aproximadamente 200,000 israelíes que tienen sus raíces en el Kurdistán. Aproximadamente la mitad vive en Jerusalén y también han establecido 30 comunidades agrícolas en la Tierra. Han contribuido mucho a la construcción del Estado de Israel, literalmente, ya que muchos de los residentes de Maoz Zion trabajaron como picapedreros en la cantera de Solel Boneh, en las afueras de Jerusalén. Fueron sionistas firmes durante los días en que vivieron en el exilio y cuando regresaron a Israel, eso no cambió. Son leales, siempre dispuestos a dar una mano a quien que lo necesite. Si tienes un amigo o vecino kurdo, serás bendecido más allá de toda medida.
Sopa de kube
“La comunidad kurda era muy pobre y también lo era su cocina”, escribe Renana Peres, profesora de la Universidad Hebrea de ascendencia persa–kurda. Un plato tradicional es la sopa de kube, que se presenta en distintas variantes. La bola de sémola rellena de carne es común para todos, mientras que el caldo en sí y quizás las verduras varían. La hamousta es alimonada con un caldo de apio y acelga, mientras que la matfunia agrega trozos de calabaza para hacer una sopa muy sustanciosa. Hacer las bolas de sémola en sí es un proceso laborioso, un proceso que puede comenzar el jueves por la tarde como preparación para la comida de Shabat del día siguiente. El kube ha ganado popularidad y hoy es posible comprar bolas de sémola congeladas ya hechas. Sin embargo, ¡estas no se comparan con las hechas a mano por una ama de casa kurda!
Un crisol de culturas
Hoy, el Estado de Israel es un crisol de tradiciones y culturas que los judíos que regresaron de la diáspora trajeron consigo. Sin embargo, en el centro de su ser y en el núcleo de su identidad, todos son descendientes de Abraham y están inextricablemente vinculados a la Tierra de Israel. Estas pequeñas diferencias culturales son simplemente un enriquecimiento del pueblo elegido de Dios que llama a esta Tierra su hogar.
Publicado en enero 25, 2025
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