por: Rebecca Verbeten, Coordinadora Celo8:2
Yo tenía cuatro años cuando mis pies pisaron por primera vez la madera pulida de un salón de clase dominical en una iglesia evangélica. De allí en adelante, mi vida fue cultivada en un ambiente donde el antiguo texto, la Biblia, era algo fundamental. Debido a esa crianza, aprendí de memoria cientos, y quizás miles, de versos bíblicos. Sin embargo, no fue hasta que llegué a mi tercera década que comprendí que Dios todavía tiene un plan y propósito para Israel y el pueblo judío.
A medida que leemos las Escrituras, podemos ver claramente que Dios habla directamente a Israel, o en torno a Israel, diciendo que realizará un plan para el resto del mundo por medio de dicho pueblo. ¿Por qué será que mi generación de cristianos, al igual que muchos otros antes de mí y posiblemente después de mí, no han podido ver la conexión fundamental entre Israel y los judíos con el cristianismo?
Creo que la respuesta a esa pregunta se puede ver fácilmente en el siguiente pasaje de Deuteronomio:
«Escucha, oh Israel, el SEÑOR es nuestro Dios, el SEÑOR uno es. Amarás al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón. Las enseñarás diligentemente a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Las atarás como una señal a tu mano, y serán por insignias entre tus ojos. Las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas» (Deut. 6:4-9).
El primer verso de ese pasaje resume la esencia monoteísta del judaísmo. La unicidad de Dios, ejad en hebreo, es una de las muchas cosas que compartimos el cristianismo con el judaísmo. Pero según mi experiencia en la Iglesia, y por muchas generaciones, un gran número de cristianos ha hecho caso omiso de los mandamientos de Dios en Deuteronomio 6:7-9. El mandato en la Tanaj (Génesis a Malaquías) de enseñar los mandamientos de Dios a nuestros hijos fue enteramente ignorado o parcialmente diluido con una enseñanza abstracta o espiritualizada diciendo que esas instrucciones antiguas ya no tienen validez en la vida moderna.
En julio de 2009, me sorprendió saber que Yeshúa (Jesús) y Sus discípulos todos eran judíos, y que vivían vidas de acuerdo con la Torá. Guardaban las leyes de kosher (reglas dietéticas), celebraban todas las Fiestas del Señor y honraban el shabat. Me sorprendió aún más el saber que Yeshúa no alegó fundar una nueva religión, y por muchos años Sus seguidores eran vistos como una rama dentro del judaísmo. Más adelante, los apóstoles comenzaron a definir la teología fundamental del naciente cristianismo. Hoy día, muchos cristianos consideran que los primeros dos tercios de la Biblia son «Escrituras Judías» y las ven como irrelevantes para los creyentes modernos. Pero si las vemos (correctamente) como instrucciones inspiradas por Dios para nuestras vidas, así como hacía la iglesia primitiva, ¿cómo nos hemos alejado tanto de nuestro fundamento?
En el año 70 d.C., ocurrió un evento catastrófico que cambió tanto al judaísmo como el cristianismo para siempre, formando un profundo cisma entre ambos durante los subsiguientes milenios: la destrucción del Segundo Templo. Eso resultó en la expulsión del pueblo judío de Jerusalén y ocasionó que la Iglesia Cristiana perdiera una de sus fuentes vitalicias más importantes: su influencia judía. Ese evento, además de un creciente número de creyentes gentiles, dio paso a que la Iglesia se desconectara de sus raíces hebraicas y enseñara a futuras generaciones una doctrina sin fundamento.
Aunque la merma en nuestras raíces judías ha sido una enorme pérdida, el cristianismo no fue el primero en atravesar tal distanciamiento. Esa experiencia devastadora ocurrió muchas veces aún a los antiguos israelitas.
En el libro de Jueces, encontramos que el pueblo de Israel llegó a carecer de un liderato entregado a Dios. Ya casi nadie se acordaba de los grandes milagros que Dios había hecho en su beneficio. Sólo la generación anterior había experimentado el partimiento del mar, la cobardía de los diez espías y la agonizante consecuencia que todos tuvieron que soportar.
Sólo el más anciano de entre esa generación hablaba del ferviente anhelo que tenían por llegar a la Tierra que Dios prometió a sus antepasados, la Tierra a la que finalmente llegaron. Sus ojos enardecían cuando hablaba de la poderosa conquista de Jericó: la marcha, el silencio, las trompetas, los gritos y el derrumbe de los muros. Eran historias de grandes victorias, muerte de reyes, derramamiento de sangre, granizo del cielo y hasta el detenimiento del sol. Pero la Tierra fue dividida y las tribus se distanciaron a medida que cubrían la Tierra de norte a sur. Con el paso del tiempo, los ancianos que recordaban tales maravillas fueron reunidos con sus ancestros.
«El pueblo sirvió al SEÑOR todos los días de Josué, y todos los días de los ancianos que sobrevivieron a Josué, los cuales habían sido testigos de la gran obra que el SEÑOR había hecho por Israel» (Jueces 2:7). Josué murió a la edad de 110 años, «y se levantó otra generación después de ellos que no conocía al SEÑOR, ni la obra que Él había hecho por Israel» (v. 10). De allí en adelante, la Biblia dice repetidamente que «los Israelitas hicieron lo malo ante los ojos del SEÑOR.»
¿Cómo era posible que tales padres viesen tantos milagros con sus propios ojos, pero no inculcaron ese amor en sus hijos e hijas hacia Aquel que tantos milagros hizo? Nuevamente, no tenemos que mirar muy lejos para encontrar la respuesta.
El libro de Deuteronomio describe el momento en que la nación de Israel estaba a punto de entrar a Canaán. Por última vez, Moisés trató de preparar al pueblo para su nueva vida allá. En su final discurso, les dijo: «Amarás, pues, al SEÑOR tu Dios, y guardarás siempre Sus mandatos, Sus estatutos, Sus ordenanzas y Sus mandamientos. Comprendan ustedes hoy que no estoy hablando con sus hijos, los cuales no han visto la disciplina del SEÑOR su Dios: Su grandeza, Su mano poderosa, Su brazo extendido…Pero ustedes, con sus propios ojos, han visto toda la gran obra que el SEÑOR ha hecho» (Deut. 11:1-2, 7).
Los que habían presenciado los milagros de Dios fueron instruidos y ordenados a guardar cada mandamiento, de amar y servir a Dios con todo su corazón y alma, y a dar testimonio a las generaciones venideras del único, verdadero y viviente Dios.
Por lo tanto, ¿cómo llegó la nación al punto de que «los Israelitas hicieron lo malo ante los ojos del SEÑOR?» ¿Eran suficientemente poderosas las distracciones y atracciones de las naciones alrededor, con su idolatría y maldad, para que el pueblo se olvidara de «recordar»?
Cuando Israel se olvidaba del Señor su Dios, servían a dioses ajenos, y la ira del Señor ardía contra ellos. En Su ira, Dios los entregaba en manos de sus enemigos, obligándoles a servir a otras naciones. Pero cada vez que los hijos de Israel clamaban al Señor, les enviaba un libertador. Muchas generaciones transcurrieron, y los israelitas experimentaron un constante «ir y venir,» a veces decidiendo adorar al Dios de sus padres y a veces adorando los dioses de las naciones vecinas.
Por seis siglos después de la muerte de Josué, los hijos de Israel eran gobernados por jueces, profetas y finalmente reyes. Debido a su maldad y el deseo de ser como las demás naciones, rechazaron a Dios como su Rey, e insistieron que un hombre les gobierne como rey. Esos 611 años les trajeron tiempos de prosperidad y tiempos de derrota. El pueblo también vio las victorias de su amado rey David y la construcción del Templo bajo el reinado de Salomón. Algunos reyes eran justos y otros eran malos. Durante los tiempos de reyes malos, Dios era fiel y les enviaba profetas para llevarles Su palabra de juicio. Pero durante todas esas generaciones, no hubo un momento en que el pacto de Dios fuera obedecido en su totalidad (2 Reyes 23:25).
Así como la historia del antiguo Israel, la historia de la Iglesia ha sido igualmente trágica. Cuando olvidó recordar, rechazó casi por completo su raíz judía. Eso condujo a muchos años de oscurantismo en la Iglesia, evidenciados por unos escritos patrísticos repletos de odio hacia el judío, incluyendo Juan Crisóstomo, San Jerónimo y el muy respetado Martín Lutero. Sus documentos ocasionaron persecuciones, cruzadas y pogromos contra el pueblo judío. Tales escritos, enseñanzas y horribles actos condujeron a la hora más oscura de toda la humanidad: el Holocausto.
«¿No deben alejarse de ellos (los judíos) porque son la desgracia común y la infección del mundo entero?» – Juan Crisóstomo
«Primero deben prender fuego a sus sinagogas o escuelas, y enterrar y cubrir con tierra lo que no pueda ser quemado, para que ningún hombre pueda volver a ver una piedra o ceniza de ellos. Eso se debe hacer en honor a nuestro Señor y el cristianismo…» – Martín Lutero
En la actualidad, muchos cristianos se escandalizarían con la mera sugerencia de odiar y perseguir a los judíos. Muchos están totalmente asombrados cuando se enteran de que el Holocausto se conoce mundialmente como un asedio cristiano contra los judíos. ¿Realmente estamos tan desconectados de nuestras raíces?
Aunque hemos logrado grandes adelantos espirituales, todavía vivimos bajo la sombra de nuestros padres eclesiásticos. Muchos en la Iglesia enseñaron a espiritualizar a Israel y el pueblo judío, o ignorarlos por completo. Pastores, líderes juveniles y hasta profesores de institutos bíblicos aún enseñan que la Iglesia ha reemplazado a Israel, y que las promesas y los pactos que Dios hizo con el pueblo judío ahora pertenecen a la Iglesia. Nos encontramos en medio de una generación que quizás no haya escuchado tales cosas directamente, pero son parte esencial de nuestras creencias porque forman base de muchas enseñanzas que hemos recibido. Muchos líderes cristianos, incluso, han descartado por completo la enseñanza del Apóstol Pablo en Romanos 11:1-2, que dice: «Digo entonces: ¿Acaso ha desechado Dios a Su pueblo? ¡De ningún modo! Porque yo también soy Israelita, descendiente de Abraham, de la tribu de Benjamín. Dios no ha desechado a Su pueblo, al cual conoció con anterioridad…»
Mi esposo y yo estuvimos viajando por cuatro años en todas partes de Estados Unidos, enseñando a los jóvenes en distintos ambientes cristianos sobre las raíces judías del cristianismo. Abríamos la Biblia y señalábamos los textos donde Dios dice claramente que no ha terminado con el pueblo judío y que nosotros, los cristianos, tenemos la responsabilidad de adherirnos a esa verdad. Vez tras vez recibíamos la misma reacción y la misma pregunta. Los rostros asombrados de esos jóvenes, criados en la Iglesia y entrenados para el servicio cristiano, nos preguntaban: «¿Por qué no me enseñaron eso antes?»
En el año 634 a.C., algo asombroso ocurrió en Israel cuando un niño llamado Josías se convirtió en rey. La Biblia en 2 Reyes 22:2 nos dice que el rey Josías hizo lo recto ante los ojos del Señor, y anduvo en los caminos de su padre David.
Cuando el rey Josías cumplió 18 años, el sumo sacerdote encontró la Torá (Génesis a Deuteronomio) en la casa del Señor. Luego de escuchar las palabras de la Torá, Josías rasgó sus vestidos en angustia y reunió a los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo en la Tierra para leerles las palabras del Libro del Pacto.
Recientemente vi un video por ‘YouTube’ llamado «Generación de Josías.» Por 3 minutos y 12 segundos, seis jóvenes apasionados presentan al rey Josías como un «transformador de las reglas del juego.» Ellos hablan acerca de la corrupción que existía en el Templo durante ese tiempo y de la indignación que Josías sentía por ello. Y entonces declararon lo siguiente:
«Josías es reconocido por establecer algo nuevo.»
«Josías es reconocido por establecer un nuevo estándar, una nueva expectativa.»
«Redefinió el verdadero corazón de la adoración.»
Luego de 12 años entrenando a jóvenes adultos para el ministerio cristiano, tengo que admitir que por algunos segundos quería ponerme de pie y aplaudir el celo de esos jóvenes por la santidad de Dios. Declaraciones apasionadas como esas pueden impulsar a una generación para transformar a la Iglesia. Y existen muchos grupos de jóvenes cristianos alrededor del mundo con ese celo por defender el «nuevo» estándar de Josías.
The truth, however, is that Josiah did not establish anything new. He did not set a new standard. He did not define the true heart of worship. What did he really do?
Sin embargo, la verdad es que Josías no estableció nada nuevo. No puso un nuevo estándar ni una nueva expectativa. No redefinió el verdadero corazón de la adoración. ¿Qué fue lo que realmente hizo? Se paró ante el pueblo e hizo un pacto con el Señor de guardar Sus antiguos mandamientos y testimonios. Y todo el pueblo se unió a él en ese juramento de guardar el antiguo pacto. Josías hizo algo no-convencional, según los estándares modernos para el crecimiento de Iglesias y ministerios de jóvenes adultos. Hizo un llamado para regresar a las sendas antiguas, restableciendo los antiguos ritos ordenados por Dios para el pueblo de Israel.
En este tiempo moderno, cuando muchos expertos parecen estar inventando nuevas tácticas para alcanzar a los jóvenes de la Iglesia evangélica, escribiendo libros de ayuda y presentando discursos de motivación, no necesitamos buscar más allá del propio antiguo texto y el pacto hecho por un joven adulto, el rey Josías. De él leemos: «Y antes de él no hubo rey como él que se volviera al SEÑOR con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas, conforme a toda la ley de Moisés, ni otro como él se levantó después de él» (2 Reyes 23:25).
Dios siempre se reserva un remanente, y yo quiero dar honra a quienes honra merecen: a dos revolucionarios que fueron en contra de toda tendencia educativa de su tiempo.
Primero, al Dr. G. Douglas Young, erudito y educador que fundó en Jerusalén el Instituto de Estudios de la Tierra Santa. Fue grandemente influenciado por sus padres y por un seminario que era muy pro-israelí. Amaba el idioma hebreo y a Israel, tierra de la Biblia, y se mudó a Israel en 1964. Debido a ese amor y su deseo por enseñar a jóvenes adultos, los adiestró en el servicio cristiano para que conocieran el corazón, el pacto y los planes de Dios con Israel. El Dr. Young enseñó el idioma hebreo y la Biblia a muchos jóvenes usando la Tierra de Israel como su salón de clase.
En noviembre de 2014, celebramos el cincuentenario de la obra del Dr. Young en Jerusalén, pavimentando así el camino a Puentes para la Paz. Dicha organización de gran influencia, que repara y construye relaciones genuinas entre judíos y cristianos, y educa a la Iglesia sobre las raíces hebreas, comenzó con este hombre que firmemente creía en educar a la próxima generación para conocer la verdad sobre Israel y el pueblo judío. Únase a nosotros en gratitud por su obediencia al Señor.
Aunque en la década de los 60 y 70 no había tanto simpatizantes cristianos por Israel como hoy día, el Dr. Young no estaba totalmente solo. Durante ese tiempo, un evangelista llamado Dr. David Allen Lewis viajaba por todos lados en Estados Unidos con su esposa y joven familia, compartiendo desde los púlpitos el mensaje de las promesas de Dios respecto a Israel. Durante su vida, hizo mucho para fomentar y fortalecer las relaciones entre judíos y cristianos. Tuvo la bendición de reunirse con presidentes estadounidenses, primeros ministros israelíes y otros líderes de gran influencia, sirviendo como voz de solidaridad y apoyo por Israel.
Su vida y ministerio continúan llevando mucho fruto. Fue padre de la actual presidenta ejecutiva de Puentes para la Paz, Rebecca Lewis-Brimmer, quien continúa compartiendo el mensaje que fue privilegiada de escuchar incontables veces de niña y adolescente. El Dr. Lewis fundó Cristianos Unidos por Israel (CUFI), que también continúa uniendo a millones de cristianos alrededor del mundo en su amor por Israel. Yo tuve la asombrosa bendición, mientras viajaba por Estados Unidos, de conocer a muchas vidas que fueron impactadas por el Dr. Lewis, resultando en un profundo amor por Israel. Han pasado siete años desde su muerte, pero aún continúa vivo su legado.
Me parece que estamos muy cerca de un nuevo vínculo judío-cristiano y de mayor aprendizaje sobre las antiguas sendas instituidas por Dios. Más que nunca, palpo hambre por la verdad y deseo por santidad entre los jóvenes adultos. El profeta Joel dijo que vendría un día cuando Dios derramaría de Su Espíritu sobre toda carne, cuando nuestros hijos y nuestras hijas profetizarían y nuestros jóvenes verían visiones (Joel 2:28-29). Creo que estamos en el umbral de ese día.
Un gran ejército se alista, ejército de jóvenes adultos bajo el poder del Espíritu Santo y armado con una sólida enseñanza bíblica, dispuesto a enfrentar valientemente cualquier adversidad. Ese ejército se prepara para pelear la batalla espiritual por conquistar los corazones y las mentes de su generación respecto a Israel y el pueblo judío. Ese ejército abrirá paso para un cambio en la enseñanza pronunciada desde los púlpitos, en pequeños grupos y en seminarios por todo el mundo. Como las generaciones pasadas, ese ejército se adiestra para impartir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Ese ejército estará lleno del celo de Dios por Sion, así como Dios dice: «He celado a Sion con gran celo, sí, con gran furor la he celado» (Zac. 8:2).
En respuesta a dicha avanzada, le urjo a que haga dos cosas. Primeramente, le pido que ore. Ore para que la Verdad de Dios penetre los corazones de nuestra generación de jóvenes adultos y que sea «normal» que la Iglesia defienda y bendiga a Israel. Y en segundo lugar, le pido que no contenga su propio celo. Le exhorto a que bendiga a quienes Dios haya puesto de su lado, tanto joven como viejo, y que sea un cristiano viviente que ame, honre y exhiba la entera Verdad de la Palabra de Dios.
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