por: Cheryl L. Hauer, Directora de Desarrollo Internacional
Bendice, alma mía, al SEÑOR, y bendiga todo mi ser Su santo nombre.
Bendice, alma mía, al SEÑOR, y no olvides ninguno de Sus beneficios.
Él es el que perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus enfermedades;
El que rescata de la fosa tu vida, El que te corona de bondad y compasión;
El que colma de bienes tus años, para que tu juventud se renueve como el águila.
El SEÑOR hace justicia, y juicios a favor de todos los oprimidos.
A Moisés dio a conocer Sus caminos, y a los Israelitas Sus obras.
Compasivo y clemente es el SEÑOR, lento para la ira y grande en misericordia.
No luchará con nosotros para siempre, ni para siempre guardará Su enojo.
No nos ha tratado según nuestros pecados, ni nos ha pagado conforme a nuestras iniquidades.
Porque como están de altos los cielos sobre la tierra, así es de grande Su misericordia para los que Le temen.
Como está de lejos el oriente del occidente, así alejó de nosotros nuestras transgresiones.
Como un padre se compadece de sus hijos, así se compadece el SEÑOR de los que Le temen.
Porque Él sabe de qué estamos hechos, se acuerda de que sólo somos polvo.
El hombre, como la hierba son sus días; como la flor del campo, así florece;
Cuando el viento pasa sobre ella, deja de ser, y su lugar ya no la reconoce.
Pero la misericordia del SEÑOR es desde la eternidad hasta la eternidad, para los que Le temen, y su justicia para los hijos de los hijos,
Para los que guardan Su pacto y se acuerdan de Sus preceptos para cumplirlos.
El SEÑOR ha establecido Su trono en los cielos, y Su reino domina sobre todo.
Bendigan al SEÑOR, ustedes Sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutan Su mandato, obedeciendo la voz de Su palabra.
Bendigan al SEÑOR, ustedes todos Sus ejércitos, que Le sirven haciendo Su voluntad.
Bendigan al SEÑOR, ustedes todas Sus obras, en todos los lugares de Su dominio. Bendice, alma mía, al SEÑOR.
¡Cuán a menudo encontramos en la Biblia las respuestas que buscamos, la fortaleza que anhelamos y la dirección que necesitamos! Las páginas del Libro de Dios están repletas de bálsamo para nuestro dolor y refrigerio para nuestras almas sedientas. Versos que hacen que elevemos nuestra mirada al cielo son los que precisamente necesitamos para quitar nuestra atención del lodo cenagoso y ponerla en la gloria y majestad de nuestro Rey.
Tales son los versos que encontramos en el Salmo 103. Ha sido llamado el “Monte Everest” de los Salmos, elevando nuestra alma a alturas exorbitantes. Charles Spurgeon dijo: “Es como el árbol de manzana entre los árboles del bosque, y su fruta dorada tiene el sabor que ninguna otra puede tener, a menos que haya sido madurada en la misma brillantez solar de la misericordia.” Aunque el Salmo 103 en su totalidad no forma parte de la liturgia judía, muchas frases individuales son usadas en sus oraciones, y los rabinos lo han descrito como una obra maestra de la literatura bíblica. Más aun, algunos académicos creen que es el salmo que más cristianos leen en momentos de necesidad.
Se dice que este es un salmo de David, y percibimos el amor que sentía hacia su Creador desde principio a fin. Analistas bíblicos creen que fue escrito durante los últimos años de su vida, quizás luego de haber atravesado una profunda crisis o de haber luchado con alguna enfermedad en sus últimos días. Claramente, David meditaba y animaba su corazón a que recordase las incontables veces en que Dios evidenció ser su amigo más fiel, su libertador y su protector. Durante su juventud, y luego como rey de Israel, David repetidamente enfrentó peligros, traición y muerte, pero Dios nunca le falló. Reconociendo su absoluta dependencia de Dios, y con corazón lleno de gratitud, cantó alabanzas al Dios en quien confiaba con todo su ser.
El Salmo 103 es verdaderamente una obra maestra, lleno de bellas imágenes, expresiones poéticas, y humildad de corazón. Sin embargo, creo que la verdadera esencia de ese himno tierno y confortante es su poder. Mientras David canta sobre el carácter de Dios y recuerda los beneficios que confiere a los que Le aman, emerge un cuadro sobre Dios que no sólo interviene poderosamente en beneficio de Sus hijos, sino que les imparte poder para vivir vidas rectas y agradables a Él. Quizás el mejor lugar para comenzar a entender el Salmo 103 es donde David también comenzó, ejercitando el poder de la memoria.
La amonestación a recordar, como también a no olvidar, ocurre sobre 200 veces en la Biblia. Es un constante hilo a través de toda la Torá (Génesis a Deuteronomio) y el resto del Tanaj (Génesis a Malaquías), y se le da igual importancia en los Escritos de los Apóstoles (Mateo a Apocalipsis). Tal parece que el corazón humano es dado a olvidar, o por lo menos tiene una memoria selectiva. A veces la memoria engaña a la gente con un revisionismo histórico no-intencional:
“…Ojalá hubiéramos muerto a manos del SEÑOR en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos. Pues nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud” (Éxodo 16:3).
¡Cuán pronto olvidaron los israelitas su verdadera experiencia en Egipto! Dios envió a Moisés para librarlos de su angustia, respondiendo a su llanto por causa de la vil servidumbre. Pero a pocos años ya se habían olvidado de su doloroso pasado, y les pareció mejor aquello que su presente estado.
Nuevamente, el Señor advierte al pueblo por medio de Moisés: “…entonces ten cuidado, no sea que te olvides del SEÑOR que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre” (Deut. 6:12). Dios sabía que una vez terminasen de vagar por el desierto y su hambre fuese saciada, serían tentados a olvidar que sólo gracias a Él lograron sobrevivir esa jornada de redención hasta la Tierra Prometida, donde obtendrían todo lo que necesitarían. Según el Diccionario Expositivo Vine, la palabra hebrea “olvidar” en ese pasaje significa ignorar por falta de atención. No era que los israelitas conscientemente decidieran dejar a Dios fuera de sus vidas. Pero a medida que se establecieran y fuesen exitosos, se harían cada vez más auto-suficientes. Sus memorias sobre lo que hizo Dios por ellos desvanecerían y serían reemplazadas por una confianza orgullosa en sí mismos.
Vemos en los evangelios que Yeshúa (Jesús) también exhortaba a Sus discípulos que recordasen. Deberían recordar todo lo que les enseñaba, los ejemplos que les daba para imitar, los milagros que hacía y el pacto relacional con el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, que permanecería como parte de su herencia. Yeshúa sabía que los futuros creyentes, conocidos más tarde como cristianos, dependerían de lo que hiciesen esos doce hombres. Cuán importante era que sus memorias fuesen diáfanas, preservando todo lo que les enseñó mientras enfrentaban persecución y dispersión. Cuando el apóstol Pablo llevó el mensaje de Yeshúa a los gentiles, también exhortaba a los cristianos para que recordasen.
Los sicólogos modernos confirman lo que Dios declaró hace miles de años atrás: que los humanos típicamente olvidamos algunas experiencias pasadas. Nuestras mentes tergiversan los hechos y crean falsas memorias para que podamos sobrevivir el dolor. Peor aún, nos dicen que la mayoría de la gente tiende a recordar lo malo y olvidar lo bueno. Con razón Dios insistió que Su pueblo recordase las cosas con precisión. Su historia en el desierto podría convertirse en una continua queja de cómo se sintieron abandonados, sedientos y hambrientos, mientras que la realidad del cuidado de Dios en esos días sería perdida en el abismo.
Antes de que usted piense que eso no le puede ocurrir a usted, considere cuán a menudo se olvida de Dios y atribuye Sus bendiciones a su propia ingenuidad. Cuán fácil es poner nuestra confianza en nuestro jefe, nuestro salario, nuestra póliza de seguro, nuestro plan de retiro, nuestros médicos… etcétera.
Pero David comprendía el poder de la memoria. “No olvides ninguno de Sus beneficios,” le decía al alma. Y cada vez que recordaba cómo Dios lo había librado de la muerte, cómo había intervenido milagrosamente, cómo lo había sanado, cómo le había dado una indicación específica, su fe era fortalecida. Con esa memoria, encontraba poder para seguir hacia adelante. Reconociendo lo que Dios había hecho en el pasado, encontraba ánimo y fortaleza para el futuro. Es el poder de la memoria lo que instila gratitud en nuestros corazones y pone alabanza en nuestros labios.
David también quería que su alma recordara que “Él es el que perdona todas tus iniquidades.” Su vida estaba manchada de pecados, desde el más insignificante hasta el peor de todos: el haber planificado la muerte de otro israelita por causa de su adúltero corazón. Pero recordaba que no había pecado que no pudiese ser absuelto con verdadero arrepentimiento y perdón. Los Escritos de los Apóstoles apoyan ese mismo mensaje. El Señor tiene poder para limpiarnos de TODA maldad, según dice 1 Juan 1:9.
¡Qué pensamiento tan increíble…que el Dios de Justicia pueda recibir nuestro corazón cargado de iniquidad y pecado, y lo pueda dejar más blanco que la nieve! Y ese perdón es nuestro sólo debido a quién es Dios. El salmista dice que Él es misericordioso, lleno de gracia, abundante en amor, lento para la ira y saturado de paciencia. Él recuerda que nos formó del polvo de la tierra, y sin Él estaríamos condenados. De esa manera, David dice que Dios no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras iniquidades. Aleja nuestras transgresiones así como está distante el oriente del occidente. Si usted trata de alcanzar el oeste desde una trayectoria al este, sabrá que nunca encontrará el oeste. En otras palabras, cuando Dios perdona nuestros pecados, son borrados y nunca más se encontrarán. El profeta Miqueas dijo que los echa a las profundidades del mar (Miq. 7:19).
La palabra hebrea para “perdonar” en el Salmo 103 viene de la raíz que significa considerar la ofensa como si fuera nada o desecharla por completo. Significa descartarla o removerla. Quizás usted haya visto una película sobre un hombre inocente condenado a muerte que está a punto de ser ejecutado. Él espera que se descubra alguna evidencia al último minuto que lo absuelva y quede perdonado. Así removerían los cargos, cancelarían la ejecución y sería librado de la muerte.
Cuando Dios nos perdona, Él se hace propicio a nosotros y obtenemos la paz por medio de Su expiación. El pecado queda cancelado y borrado. El corazón de David canta: “Rompió mis cadenas,” y grita en voz alta a su alma: “¡Nos ha hecho libres!” Y con esa libertad viene un poder extraordinario. Recibimos la fuerza para no caer más en el pecado, para caminar en rectitud, para ser misericordiosos como Dios es misericordioso, y para perdonar a otros como hemos sido perdonados por Dios.
David también fue movido a recordar las múltiples veces que Dios había redimido su vida de la muerte, o de la “fosa,” según algunas traducciones. Aquí el salmista utiliza el verbo ga’al, que significa redimir, librar o pagar, como un pariente puede redimir a otro. El go’el, o pariente que ejerce la redención, era el pariente más cercano con la obligación de restaurar los derechos de esa persona y pagar su multa. Cuando la palabra go’el se usa en el contexto de venganza por un asesinato, la mayoría de las traducciones en la Biblia lo describen como un “vengador de sangre.”
Wikipedia dice que la obligación del go’el incluía la responsabilidad de redimir al pariente de la esclavitud si el tal se tuvo que vender a servidumbre (Lev. 25:48-49); de volver a comprar una propiedad si el pariente había sido forzado a venderla; de tomar venganza por la muerte de un pariente asesinado; de casarse con la viuda de su hermano de modo que tenga algún hijo, si el hermano quedó sin descendiente masculino (Deut. 25:5-6); y de recibir la restitución si el pariente herido por otro resultase muerto (Núm. 5:8).
El Diccionario Expositivo Vine lo describe de la siguiente manera (traducido por esta traductora): «El pariente-redentor era responsable por preservar la integridad, la vida, la propiedad y el nombre de la familia de su pariente cercano, y tenía que ejecutar venganza contra su asesino. Tal tradición era ampliamente practicada durante la vida de David.»
Respecto a la “fosa” en el verso cuatro, existe desacuerdo entre algunos comentaristas cristianos si es que David hablaba de una muerte literal o si se refería a una muerte espiritual. La mayoría de los comentaristas judíos creen que el verso se refiere a ambas cosas. David usaba una práctica literaria llamada paralelismo sinónimo, donde la segunda línea de una frase poética repetía el concepto en diferentes términos, enfatizando su más amplio significado.
Verso 4
“El que rescata de la fosa tu vida,
El que te corona de bondad y compasión…”
Dios es nuestro pariente-redentor, decía David, quien redime nuestras vidas de la muerte y también nos corona con la gloria de la redención espiritual. A través de su vida, David repetidamente enfrentó la muerte física, pero también enfrentó la muerte espiritual. Clamó a Dios: “…no quites de mí Tu Santo Espíritu” (Sal. 51:11). En cada situación, su pariente-redentor le fue fiel.
Cuán asombroso es considerar que el Dios del Universo es nuestro pariente más cercano, incluso más cercano que nuestra madre, padre, hermana, hermano y esposo. Y es más asombroso considerar que Dios es responsable, por Su propia Ley, de redimir la vida de todos los que son Suyos. El mismo increíble poder que usó para crear el universo lo usa para pagar el precio de Sus hijos y redimirlos de manos del enemigo.
Uno de los regalos más asombrosos y bellos que Dios dio a la humanidad cuando sopló aliento de vida en Adán fue la habilidad de hablar. Por siglos, los científicos han estudiado esa habilidad para determinar si esa es la diferencia más marcada entre humanos y animales. La mayoría de los científicos admiten que lo que más distingue al hombre de sus amigos de cuatro patas es la habilidad de comunicar pensamientos complejos. A diferencia del reino animal, el lenguaje es el medio principal por el cual los humanos intercambiamos ideas. Hablamos sobre el pasado y planificamos para el futuro. Leemos, y compartimos lo que tenemos en la mente. Razonamos y resolvemos problemas colectivamente. Desarrollamos narrativas sociales que explican el mundo que nos rodea. Enseñamos y aprendemos unos de otros. Y argumentamos sobre lo que está bien y lo que está mal.
Según el rabino Jonathan Sacks, usamos el lenguaje para describir, comunicar, categorizar y explicar. En ese sentido, el lenguaje es un tipo de interpretación de nuestro mundo. Pero también usamos el lenguaje de otra manera, no para describir algo, sino para comprometernos a actuar de alguna forma específica en el futuro. Cuando un novio y una novia se comprometen el día de su boda, ellos verbalmente declaran un lazo matrimonial entre sí.
Según el rabino Sacks, hacemos uso del lenguaje no sólo para describir algo ya existente, sino para también crear algo que aún no existe, y eso es lo que nos asemeja a Dios. De la misma manera en que Dios usó las palabras para traer en existencia el universo natural, usamos el lenguaje para crear cosas en nuestro universo social, como construir relaciones y cambiar pensamientos y actitudes. Las palabras tienen un poder creativo, dice el rabino, y eso significa que las palabras son sagradas. Quizás por eso es que hay sobre 60 versos en la Biblia que nos amonestan a que guardemos nuestras lenguas y usemos nuestras palabras sabiamente.
Un estudio realizado entre grupos tribales primitivos reveló que el lenguaje a veces moldea nuestra habilidad cognoscitiva. Si el lenguaje no tiene una palabra para azul, como ocurre entre la tribu Himba en Namibia, el pueblo no puede distinguir el azul de otros colores. Sin un nombre, simplemente no lo pueden ver. Eso también podría explicar la antigua costumbre de nombrar a los hijos con palabras de poder, autoridad o cierto talento. ¡Quizás una rosa no pudiese tener un olor tan fragante si usáramos otro nombre!
Claro está, también sabemos sobre el poder negativo del lenguaje. De la misma manera en que podemos fortalecer a personas con nuestras palabras, las podremos destruir. Muchos conocen la historia de un hombre que se quería disculpar con su rabino por haberlo acusado injustamente. El rabino le dijo que tomara las plumas de una almohada y las distribuyera entre su poblado. Cuando el hombre terminó de hacer eso, el rabino le dijo que volviera a recoger cada una de las plumas, tarea evidentemente imposible e ilustrativa sobre el poder de las palabras. Una vez emitidas las palabras, ya no pueden ser borradas, y cualquier daño ocasionado por ellas es irreversible. Sabemos que el rabino sufrió por las palabras del hombre, pero también pensemos en las innumerables personas que fueron influenciadas por las palabras negativas de ese hombre. Dondequiera que cayó “una pluma,” la vida de alguien fue afectada.
El rey David comprendía muy bien el poder del lenguaje. Sabía que le daba poder para dirigir sus propios pensamientos y cambiar sus propias actitudes. Al usarlo positivamente, podía ubicarse dentro de la realidad de Dios. La bondad de Dios era indudable, pese a sus sentimientos o circunstancias conflictivas. También reconocía la responsabilidad de hablar con bondad, verdad y justicia. La lengua requiere ser domada para que las palabras sean santas, para que así puedan crear en vez de destruir. Eso significa que el lenguaje es poderoso, pero también peligroso. En el Salmo 103, David da un bello ejemplo de cómo usar ese poder según la intención de Dios.
El Salmo 103 comienza con una exclamación exuberante de alabanza, la que refleja la vida total de David. Todo lo que estaba dentro de él, todo lo que era, cada fibra de su ser, estaba dedicado a bendecir el Nombre Santo de Dios. No era coincidencia que el entusiasmo sobrecogía a David cuando recordaba todo lo que Dios había hecho por él y los milagros que había hecho en beneficio de David. Gratitud inundaba su corazón, y podía responder con alabanza pura y apasionada. Después de todo, la gratitud es lo que propulsa la alabanza.
En el libro de los Salmos vemos sobre 200 veces que las voces del pueblo de Dios se elevaban en alabanza, y la Biblia está repleta de ejemplos cuando el poder de la alabanza era desatado. En el libro de los Hechos leemos que Pablo y Silas estaban encadenados en una tenebrosa prisión de Filipo. Pero cuando levantaron sus voces en alabanza, la prisión tembló, se soltaron sus cadenas y se abrió la puerta de su celda. Josafat, quien enfrentaba aniquilación por parte de un ejército mucho más superior, pidió que los cantores salieran al frente de su ejército. Mientras ellos dirigían a los soldados israelitas, cantaban alabanzas al Señor por Su santidad. Cuando comenzaron a cantar: “Den gracias al Señor porque Él es bueno,” sus enemigos comenzaron a destruirse unos a otros. Y recordemos el vívido ejemplo de ese poder mientras los israelitas cantaban alabanzas alrededor de Jericó y los ciudadanos de la ciudad vieron cómo sus muros impenetrables se deshacían como si nada.
Dios valora nuestras alabanzas, y por medio de ellas tenemos el poder para producir luz en medio de la oscuridad y hacer que huyan nuestros enemigos. Podemos quitar nuestra atención de nuestros problemas y ponerla en quien es digno de toda alabanza. Nos llevan delante de Su presencia en íntima comunión. El Salmo 22 nos dice que Dios habita en la alabanza de Su pueblo. Pero el poder de la alabanza reside en el poder de Su presencia, quien puede calmar las tormentas, apagar los fuegos y mover las montañas. Y el Señor anhela darnos ese poder.
El rabino Sacks nos recuerda que no tan sólo es poderosa la alabanza a Dios, sino que una palabra de alabanza dada a personas que nos rodean también puede impactarlos de manera profunda y duradera. Menciona como ejemplo a dos hijos de Jacob: Rubén y José. Ambos eran fuertes y talentosos, pero Rubén fue producto de la vergüenza de su madre, Lea, y probablemente rechazado por su padre. José fue hijo de la esposa amada de Jacob, Raquel, y por ende el gozo de su corazón. Le hizo una túnica que sólo los líderes tribales usaban, y le exaltó sobre los demás porque era el favorecido. Finalmente, José llegó a ser el segundo en mando de la nación más poderosa en esos tiempos, mientras que la vida de Rubén, aunque primogénito, fue una de fracaso y desilusión. El rabino Sacks cree que la diferencia fue ocasionada por el rechazo de Jacob hacia Rubén, producto de una mujer a quien no amaba. El rabino recomienda que seamos generosos con nuestras alabanzas hacia los demás, animando y fortaleciendo a los que nos rodean. Si hacemos eso, seremos como la poderosa luz solar en sus vidas para ayudarlos a crecer.
A veces he escuchado decir que debemos alabar a Dios por quién es y no por lo que nos da. Ese es un pensamiento noble, pero si pensamos de manera hebraica, nos damos cuenta que no podemos separar una cosa de la otra. Si recordamos lo que Dios hace, recordaremos quién es, y vice-versa. Y esa es la llave para liberar el poder del Salmo 103. A medida que recordamos lo que ha hecho por nosotros, recordaremos quién es Él, el Santo de Israel, el Dios de toda misericordia y gracia. Y mientras nos saturamos de gratitud, podremos gritar: “¡Bendice, alma mía, al SEÑOR, y bendiga todo mi ser Su santo nombre!”
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