por: Cheryl L. Hauer, Vice-Presidenta
¿Alguna vez ha visto usted cómo un creyente firme y desbordante de fe puede convertirse en un tímido escéptico ante la mera mención de ciertos temas bíblicos? Uno de los temas que casi siempre obtienen esa reacción es la profecía bíblica. Muchos en la Iglesia de hoy día sienten que ese tema tiene poca relevancia para nuestras vidas modernas, a pesar de que los escritores de la Biblia prestaron una extraordinaria atención al mismo. Según Encyclopedia of Biblical Prophecy (Enciclopedia de la Profecía Bíblica), hay 1,239 profecías en el Tanaj (Antiguo Testamento) y 578 en los Escritos de los Apóstoles (Nuevo Testamento) para un total de 1,817 mensajes proféticos expresados en 8,351 versos. Eso significa que la profecía constituye casi un tercio de los 31,124 versículos de la Biblia. Ya que la Biblia es nuestra guía de vida, Dios obviamente esperaba que la profecía nos influenciara de alguna manera. ¿Pero cómo? ¿Y por qué? ¿La profecía sigue siendo relevante? Si es así, ¿por qué parece ser de tan poca importancia para la mayoría de los cristianos alrededor del mundo?
Los profetas a menudo hablaban en un estilo abstracto y poético, fácil de entender por la audiencia original, pero deja a muchos lectores modernos rascándose la cabeza en confusión. Como resultado, de los 10 libros menos leídos en la Biblia, seis están entre los profetas menores, y posiblemente Abdías es el libro menos leído en todo el canon de la Escritura.
Además, de los 100 versículos bíblicos más citados en la teología sistemática, sólo nueve provienen del Tanaj (AT). Incluso, se ha sugerido que en los sermones modernos, la proporción de versos que provienen del Tanaj comparado con los Escritos de los Apóstoles (NT) es de uno entre diez. Parece que algunos pastores están tan confundidos por la profecía como sus congregantes. He tenido la oportunidad de discutir la importancia de profecía bíblica con muchos pastores en todo el mundo, y muy pocos predican sobre el tema de manera regular o no lo hacen en lo absoluto. La razón más común dada es que ellos mismos no están convencidos sobre la relevancia de la profecía para la Iglesia de hoy, y no se sienten equipados para profundizar en un tema tan inmenso, con el potencial de ofender o incluso asustar al rebaño.
La mayoría de los cristianos modernos piensan en un profeta bíblico como alguien que podía prever el futuro y decir qué evento iba a suceder y cuándo. Eso no nos debe sorprender, ya que Thesaurus.com define la profecía como “una predicción de lo que está por venir” o “una declaración divinamente inspirada.” El profeta era un mensajero elegido para hablar con el pueblo en nombre de Dios y transmitir Su mensaje, fuese lo que fuese. La tarea del profeta era percibir la Palabra de Dios y emitirla obedientemente. El mensaje era primario; el mensajero era secundario.
En el judaísmo, sin embargo, hay una interpretación un poco diferente. Según la Edición Milstein de The Prophets (Los Profetas) en la serie Artscroll, a lo largo de los siglos existieron casi tantos profetas como israelitas que salieron de Egipto. Sin embargo, las profecías de sólo 48 hombres y 7 mujeres han sido registradas en las Escrituras. Incluso entre esos 55 profetas, sólo algunas de sus profecías han sido registradas. ¿Y qué podemos decir sobre ellos? ¿Esos 55 profetas eran más importantes que los demás profetas que pasaron desapercibidos?
El anterior autor continúa diciendo que un profeta no estaba necesariamente comisionado a emitir un mensaje para toda la eternidad, o ni siquiera para su propia generación. Esencialmente, un profeta era un individuo que había purificado su mente y naturaleza al punto que podía recibir el derramamiento del Espíritu de Dios sobre sí mismo. Los primeros profetas fueron llamados “videntes” porque Dios les otorgó una comprensión espiritual más profunda de lo usual, lo que les permitió dar dirección espiritual y práctica al pueblo. No fue hasta mucho después, cuando Dios tuvo que enviar profetas para amonestar al pueblo judío, que la palabra “naví” (נביא) se convirtió en el término propio de un profeta, que significa predicador.
Es muy importante recordar, señala el autor, que incluso aquellos profetas que no tenían esa misión, que nunca entregaron un mensaje en nombre de Dios, no eran profetas menos importantes en la comunidad. Su contribución crucial consistía simplemente en impartir una presencia divina que reflejaba su estrecha comunión con Dios y brindaban orientación a sus contemporáneos. La gente obtenía consejo y dirección de ellos, comprensión sobre los desafíos y las obligaciones que enfrentaban y un verdadero entendimiento de los acontecimientos de su tiempo. Ellos inspiraban al pueblo para que siguiesen el camino de Dios, y su importancia en la historia del pueblo judío no debe ser subestimada. En ese paradigma, el mensajero era primario; el mensaje era secundario.
Moisés fue probablemente el profeta más grande de todos los tiempos y, por medio de él, Dios estableció el estándar para todos los profetas sucesivos. Poseían características esenciales para poder seguir su ejemplo, ya fuesen llamados a emitir palabras divinas de corrección al pueblo o animar a otros para que vivan en relación íntima con Dios. En su libro Prophecy Past and Present (Profecía Pasada y Presente), el autor Clifford Hill delinea ocho atributos específicos de los profetas.
1. Eran enviados y lo sabían. Eran mensajeros que recitaban las palabras de Dios, y no eran oradores que inventaban sus propios discursos. Cada uno podía señalar un encuentro personal específico mediante el cual fue llamado al ministerio de profeta. Para Moisés, fue la zarza ardiente (Éxodo 3); Isaías se paró ante la presencia del Señor y enfrentó su propia impureza (Isaías 6:1-8); Jeremías trazó su llamado a su nacimiento (Jeremías 1:5). Sabían que estaban al servicio de Dios y no del hombre, y por lo tanto, eran responsables ante Dios, y sólo Dios, por el mensaje que compartían.
2. Estaban bajo la autoridad de Dios. A diferencia de los sacerdotes que supervisaban los ritos religiosos o los escribas que copiaban e interpretaban la Ley, sólo los profetas tenían la autoridad de anunciar: “Así dice el Señor.” Dios les dio esa autoridad porque estaban bajo Su autoridad. En Jeremías 26:9, le preguntaron a Jeremías por qué les emitía un mensaje de destrucción. Su respuesta en el versículo 12 fue simple, pero profunda: “El Señor me ha enviado a profetizar contra esta casa…” En 2 Crónicas 18:12-13 leemos sobre Micaías, quien fue citado para hablar al rey. De camino, se le advirtió que sólo compartiera un mensaje “favorable.” Su respuesta fue: “Vive el SEÑOR, que lo que mi Dios me diga, eso hablaré” (v. 13). Los profetas no podían cambiar el mensaje por conveniencia o comodidad de los hombres, sin importar cuán poderosos fuesen esos hombres. Para ellos, no había autoridad más grande que la de Dios.
3. Eran hombres y mujeres de absoluta obediencia. Una vez que recibían un mensaje del Señor, no había lugar para la discusión. Una obediencia menos del 100% cuando compartiesen ese mensaje tenía unas consecuencias gravísimas. 1 Reyes 13 relata la historia de un profeta sin nombre que confrontó valientemente al rey Jeroboam, proclamando la palabra del Señor y siguiendo fielmente las instrucciones de Dios. Incluso, rechazó su oferta de comida o bebida. Sin embargo, de regreso a su casa, se desvió de Sus instrucciones en un detalle aparentemente menor y el resultado fue desastroso y funesto.
4. Estaban totalmente comprometidos y no serían silenciados. Sin importar la oposición que les hiciera frente (amenazas, violencia física, intimidación o incluso encarcelamiento), estaban obligados a cumplir con su llamado. “Ha hablado el Señor DIOS, ¿quién no profetizará?” (Amós 3:8b).
5. Tenían que ser personas de tremenda fe para realizar las tareas que Dios les había encomendado hacer, y su fe se forjó en el horno de la experiencia. Podían confiar en el Señor porque Él había demostrado ser fiel en cada situación. Apostaban sus vidas en el carácter inmutable de Dios. Habían entrado ante el mismo trono de Dios, habían escuchado Su voz, y su fe no flaqueaba.
6. Eran personas de gran compasión. Expresaban con ternura el amor de Dios por la nación de Israel y reconocían que aun en el más severo de sus mensajes proféticos, era por Su amor que Dios les advertía sobre el desastre venidero. Los profetas eran espejos de un Dios que siempre anhelaba salvar a Su pueblo y no condenarlo.
7. Eran hombres y mujeres de oración, identificándose con los pecados del pueblo y suplicando a Dios en nombre de ellos. Lloraban por los pecados de la nación, a veces discutiendo con Dios en defensa de los israelitas. A menudo le recordaban Sus promesas y rogaban que liberara al pueblo, no porque lo mereciera, sino por el bien de Su nombre entre las naciones. Eran intercesores del Señor por Su pueblo escogido.
8. Eran patriotas, según lo define Dictionary.com: “Una persona que ama, apoya, defiende a su país y sus intereses con devoción.” Sin embargo, sus acciones patrióticas se basaban en el hecho de que Dios estaba vinculado inextricablemente con la nación de Israel. Esa relación implicaba que el pueblo también tenía que amar, apoyar y defender la Tierra de Dios. Ellos reconocían que la reputación de Dios estaba al centro de cada controversia que tenía con Su pueblo. Su relación con ellos era como una pantalla de cine en la que se revelaría a Sí mismo al mundo entero, y ellos sabían que Sus advertencias ciertamente se cumplirían: el pueblo sería dispersado pero luego los reuniría. La nación de Israel sería restablecida. Los profetas arriesgaban sus vidas porque eran fieles.
Los profetas no eran líderes como tal, porque no tenían responsabilidades en la adoración del Templo ni en el gobierno. No tenían funciones sacerdotales, ni poder político ni un grupo de seguidores. Eran hombres y mujeres comunes que amaban a Dios apasionadamente y estaban comprometidos a vivir cada momento de sus vidas en Su servicio. A menudo se sentían solos, a veces huían y tenían miedo ante un gran peligro, pero no tenían interés en la aprobación de los hombres. Sólo deseaban ser instrumentos del amor de Dios y Su voz al mundo.
Con el advenimiento del cristianismo, se desarrolla un contraste entre la formación del profeta: al principio, ministraban según lo hemos visto en el Tanaj (AT); y luego ministraban según el don espiritual de la profecía, el cual Pablo dijo que estaba disponible a todo creyente. Sin embargo, el propósito de la profecía no cambió. En el Tanaj, Dios hablaba a través de los profetas para dar orientación y dirección a la nación de Israel. En tiempos particulares de crisis, llamaban a la nación para que regresara al centro de Su voluntad y así cumplir su llamado como luz a las naciones.
De manera similar, los Escritos de los Apóstoles (NT) dejan ver claramente que la profecía era el medio por el cual Dios también guiaba y dirigía a los primeros creyentes en Jesús (Yeshúa), a veces usando una palabra profética para advertir a la joven Iglesia sobre un peligro inminente o alguna dificultad. Pablo fue advertido proféticamente más de una vez, recibiendo dirección divina sobre qué acción específica tomar para preservar su vida. Como tal, la profecía era parte integral de la vida cotidiana de la Iglesia primitiva. Cuando los apóstoles hablaban la Palabra de Dios revelada en el Tanaj, también funcionaban en un rol de profeta.
En 1 Corintios 14, Pablo instruyó a los creyentes en Corinto que procurasen el don de la profecía, y en varias de sus epístolas dedicó bastante tiempo enseñando a la joven Iglesia sobre cómo usar ese don correctamente. Sin duda, continuaba el patrón que Dios estableció milenios atrás en utilizar a quienes tuviesen una relación íntima con Él como sus portavoces.
Nosotros los cristianos del siglo XXI somos parte de una Iglesia y vivimos en un mundo que está desesperado por experimentar una genuina revelación de Dios. Tristemente, gran parte de lo que se conoce hoy día como profecía no es la expresión del corazón de Dios, sino que es simple pensamiento humano. La Iglesia ha sido bombardeada con predicciones cronológicas y teorías de conspiración, dejando a muchos cristianos escépticos sobre el valor de la profecía en sus vidas. La falta de comprensión sobre el verdadero valor de la profecía y la carencia de vidas profundamente comprometidas con Dios ha dejado a muchos en la Iglesia incapaces de distinguir meras palabras humanas de una verdadera y poderosa declaración del corazón de Dios.
Dios nunca ha dejado de hablar a Sus hijos. Su voz se puede escuchar en la majestuosidad de la creación, en la risa de un niño, en el susurro de un ser querido, en el rugido del trueno y en una voz suave y apacible. Y tal como lo hacía hace milenios, continúa hablándonos a través de Su Palabra y de otros creyentes. Clifford Hill ofrece la siguiente lista de cosas que podemos hacer para determinar si un mensaje es de Dios o del hombre.
Claramente, Dios no estableció límites en la vigencia de las asombrosas profecías que encontramos en la Biblia. Son tan importantes hoy como lo eran cuando se hablaron hace milenios. Creo que en ellos Dios todavía da entendimiento e instrucción respecto al mensaje y el mensajero.
Se nos dice en 2 Timothy 3:16-17 que: “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra.” Dios quiere que miremos a esos antiguos profetas y su compromiso de vivir en intimidad con Él como ejemplo para nuestras propias vidas. Él quiere que seamos un grupo igualmente destacado de seguidores para ser Su expresión en el mundo. Está buscando gente que escuche; un pueblo obediente que dará el 100%, el 100% de las veces; una gente valiente y fiel que no vacilará en su confianza, sin importar las circunstancias en que se encuentren; un pueblo lleno del temor del Señor, comprometido con Él a toda costa, dispuesto a dar su vida como los profetas de antaño; un pueblo bajo Su autoridad, reconociendo que son responsables ante Él por cada palabra que hablen en Su nombre; un pueblo de amor apasionado y de profunda compasión, conociéndolo tan íntimamente que no escuchará ninguna otra voz que la Suya.
Vivimos días realmente extraordinarios. Dios mismo nos anima a estar conscientes de lo que sucede a nuestro alrededor, gústenos o no. Es importante que sepamos lo que los profetas han dicho acerca de los días en que vivimos, y luego que seamos sobrios y vigilantes, atentos al cumplimiento de esas profecías. Mientras veamos su cumplimiento, no debemos tener miedo, desanimarnos o deprimirnos. En cambio, ¡Dios nos dice que estemos llenos de gozo al reconocer que Su venida está más cerca!
En fin, no hay otro mecanismo tan efectivo para determinar la validez de la Escritura que el cumplimiento de la profecía. Si nuestra fe alguna vez se debilita, todo lo que necesitamos hacer es abrir la Biblia y leer lo que los profetas dijeron sobre el regreso del pueblo judío a la Tierra; su restablecimiento, su prosperidad y su fortaleza como nación; los desiertos que florecerán y las antiguas ciudades que serán reconstruidas. Todo eso y más se cumple durante nuestros propios días. Vemos el cumplimiento de palabras pronunciadas hace miles de años por hombres y mujeres que eran llamados por Dios para escuchar Su voz y hablar Su mensaje. La profecía no es sólo relevante, ¡sino que también es increíblemente emocionante! ¿Qué podría ser más emocionante que ver al Dios del universo evidenciando Su fidelidad ante nuestros propios ojos? También es un llamado para que seamos fieles en el mismo orden que los profetas: amar, apoyar, interceder, defender y orar por aquellos a quienes Dios ha escogido como la niña de Sus ojos (Zac. 2:8). A medida que Sus profecías se convierten en realidad, compartamos el mensaje de Su naturaleza y el propósito de Dios para esta generación, mientras irradiamos Su gloria al mundo que nos rodea.
Traducido por Teri S. Riddering,
Coordinadora Centro de Recursos Hispanos
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