by: Dr. Bill Adams, Escritor en Puentes para la Paz
Conociendo algo del dolor del pueblo israelí y su anhelo de paz, mi corazón desea consolar pero también confrontar —con la verdad— la plétora de falsedades e invenciones que los israelíes se ven obligados a soportar.
Estaba escribiendo un artículo cuyo objetivo era desacreditar los insultos antiisraelíes y antisemitas que abundan en las redes sociales. Contraataqué con toda la objetividad que pude reunir la arrogancia de aquellos que actúan impulsados por su ignorancia y un sentido equivocado de justicia.
Y sin embargo, mientras le daba los toques finales a ese artículo, me di cuenta de que mi refutación factual tenía una falla fundamental… los hechos no convencen, los sentimientos sí.
Recuperando mi templanza después de darme cuenta de ello, escribí este párrafo final…
“Mientras que el mérito de estos hechos debería persuadir, es poco probable que influyan al ardiente activista comprometido con la falsa narrativa que impulsa sus diatribas antiisraelíes. Armados con los hechos, los amantes de la verdad podrían influir más si confrontan con una pregunta…
¿Por qué quieres culpar a Israel?
Ahí se encuentra el fruto venenoso de la raíz antisemita: un deseo insaciable de culpar a los judíos por los problemas del mundo. Es tan malvado y antiguo como irracional. Los antisemitas no sienten ninguna necesidad particular de conocer los hechos cuando sus sentimientos crean la falsa realidad en la que prospera su juego de acusaciones.
Por eso, en contra de mi naturaleza, apelo aquí a las emociones del lector explorando los sentimientos del pacífico pueblo israelí con la esperanza de que sus sentimientos puedan persuadir al menos algunos corazones endurecidos donde los hechos han fallado. Considera conmigo, entonces…
cuando tus compatriotas son masacrados y tu nación es ampliamente acusada por su respuesta militar decisiva y precisa, que sólo tiene como objetivo protegerte y a tus conciudadanos de sufrir más daños?
¿Cómo se siente…
cuando, después de una momentánea simpatía por la masacre de tu pueblo, los líderes mundiales pasan a condenar a tu nación por haberse “excedido” al defenderte eliminando (finalmente) una amenaza terrorista que ninguna nación en la Tierra toleraría en su frontera durante 19 años?
¿Cómo se siente…
cuando un día estás trabajando como mesero en Jerusalén y al día siguiente te encuentras inmerso en una guerra urbana contra un enemigo similar a ISIS, que se esconde detrás de las mujeres y los niños, a los que te culparán por lastimarlos si cometes un error?
¿Cómo se siente…
cuando eras un niño de la escuela y creciste aprendiendo canciones para mitigar el trauma de correr al refugio antiaéreo de tu escuela debido a los misiles que llegaban por parte de tu vecino Hamás?
¿Cómo se siente…
que cuando eras niña sobreviviste a los nazis y ahora, como una mujer mayor, te preguntas si sobrevivirás a los ataques con misiles, morteros y a través de túneles por parte de Hamás y Jizbolá?
¿Cómo se siente…
ser un niño judío que mientras crece, aprende que existe un odio social tan endémico que justifica su propio término técnico: “antisemitismo”, y que tiene que ver con tu propia existencia?
ser etiquetado como un opresor colonizador cuando realmente eres ciudadano indígena de una soberanía basada en la ley, que busca la justicia y defiende los derechos; y que de ninguna manera es un “estado de apartheid”, como atrozmente se alega?
¿Cómo se siente…
cuando tu empresa, que proporciona empleo remunerado con todos los beneficios a los palestinos, es boicoteada internacionalmente porque opera en el indebidamente llamado “territorio ocupado”?
¿Cómo se siente…
que tu patria de 4,000 años de antigüedad, la Judea y Samaria bíblica, fue rebautizada como “Cisjordania” por un ocupante ilegal: Jordania; y sin embargo, ese nombre inapropiado se utiliza en todos los medios de comunicación y en todas las salas de conferencias académicas?
¿Cómo se siente…
vivir en una comunidad israelí pacífica y productiva en una tierra “desde el río hasta el mar”, que los activistas elitistas de todo el mundo llaman “Palestina”, afirmando que “será libre”, cuando sabes que dicha afirmación es en realidad un grito por tu aniquilación?
¿Cómo se siente…
cuando, siendo una esposa joven, de repente te quedas viuda mientras tu marido se convierte en uno de los cientos de soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel que ha hecho el máximo sacrificio?
¿Cómo se siente…
ser un soldado de 18 años que soporta los rigores de la guerra, las heridas corporales, las cicatrices mentales, la muerte de amigos, las privaciones, los miedos a las emboscadas y los oscuros terrores de limpiar esos túneles interminables?
¿Cómo se siente…
cuando sabes cómo funcionan las cosas en Medio Oriente —que la yihad islamista (guerra contra los no creyentes) sólo respeta la fuerza contundente y se aprovechará de cualquier debilidad mostrada a través del compromiso y la negociación— y que eso sea exactamente lo que los líderes mundiales exigen que hagas?
¿Cómo se siente…
como comandante militar, soportar que presidentes y expertos de todo el mundo se involucren en tu planificación táctica, como si ellos supieran mejor cómo afrontar una intensa guerra urbana con las medidas extraordinarias necesarias para proteger a los civiles?
¿Cómo se siente…
que en cada recopilación de videos “sin filtro” del 7 de octubre todavía hay ciertas atrocidades que nadie puede soportar incluir, ni siquiera hablar de ellas?
¿Cómo se siente…
que en 2023 la calificación de tu país bajó del 4º al 5º lugar entre los más felices del mundo? ¿Qué…? ¿Con todo esto, los israelíes pueden sentirse felices? Ah, sí, a pesar de la guerra, y a pesar de ser el pueblo más incomprendido, difamado y deslegitimado del planeta, los israelíes se encuentran constantemente entre las personas más felices del mundo.
¿Por qué…? Tal vez porque tienen un sentido de propósito dado por Dios…
No sólo para sobrevivir, sino para vivir.
De hecho, como declara eternamente la canción más difundida de este conflicto actual…
Am Israel jai… ¡El pueblo de Israel vive!
Publicado en septiembre 10, 2024
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