Me pareció que ya era la milésima vez ese día que subíamos las escaleras al piso más alto de los antiguos edificios en Jerusalén. Hacíamos entrega del alimento mensual de Puentes para la Paz al apartamento de una anciana. (Es muy común que los sobrevivientes del Holocausto vivan en los últimos pisos de arriba sin ascensores porque son los únicos apartamentos que pueden costear.) Pero hoy era especial. Tres voluntarias también entregábamos cestas de alegría para Purim a los sobrevivientes del Holocausto a quienes ayudábamos. Mientras jadeaba del esfuerzo físico, deseando estar en mejor forma para esta tarea, allí en la escalera nos encontramos con la mujer a quien íbamos a visitar. Ella también luchaba con el esfuerzo de subir las escaleras, pero estaba un poco más arriba de nosotras. Iba cargada de unos sacos plásticos muy pesados, así que ofrecí ayudarla. Sus viejas y débiles manos ya estaban pálidas por haber sostenido los sacos tanto tiempo.
Terminamos lentamente de subir las escaleras a su apartamento, y nos invitó a entrar. Mientras pasamos al pequeño pasillo, me preguntaba cuántos días y años ella había subido esas mismas escaleras, vez tras vez, cargando sus suministros diarios. Me sentí avergonzada por mis propias quejas. Esta querida dama expresó enorme agradecimiento por la cesta que le llevamos. Sonriendo ampliamente, hasta nos regaló una caja de galletas en gratitud.
Durante nuestras entregas mensuales, he notado que muchos de los ancianos poseen un mueble muy especial: un chinero con las puertas en vidrio. Esta mujer no era la excepción, y el suyo contenía unas tazas y platillos antiguos de porcelana y otros recordatorios. Tenía también algunas flores en seda de un previo ramillete de flores del Día de las Madres y unas fotos descoloridas en marcos desgastados. Todo tenía un valor muy especial para ella. Hablamos frente a un cuadro lleno de medallas militares, donde nos retratamos. ¿Quién sabe qué representaban para ella esas medallas?
Conozco muy poco sobre esta hermosa mujer excepto que era judía y
que había sobrevivido los horrores del Holocausto. Hizo aliyá (inmigración) a Israel, y ahora vive el resto de sus días en relativa comodidad, aunque en escasez, siempre agradecida por el alimento que Puentes para la Paz le regala cada mes. Nosotras también nos sentimos agradecidas por los donantes que hacen posible que distribuyamos estas atractivas cestas de alegría.
– Una Voluntaria de Puentes para la Paz
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