El 25 de octubre no sonó ninguna sirena cuando Jizbolá, el ejército terrorista representante de Irán atrincherado en el sur del Líbano, lanzó un proyectil explosivo de 107mm contra la ciudad israelí de Kiryat Shmona. El proyectil dio en el blanco fácilmente, atravesó la pared de cemento de una tranquila casa de las afueras y se estrelló contra la cocina. Abrió un enorme cráter en el suelo y explotó en una bola de fuego, que provocó una segunda detonación con el suministro de gas de la casa. En una fracción de segundo, la casa de tres habitaciones se convirtió en un infierno furioso, arrojando nubes de humo negro sobre el tembloroso vecindario.
Mientras el fuego consumía la casa, ni una sola persona salió de las casas vecinas para averiguar sobre la destrucción. A lo lejos, sonaban las sirenas mientras los camiones de bomberos convergían en el lugar del impacto del misil para extinguir el fuego y evitar que se extendiera al resto del vecindario.
Los miembros del equipo de respuesta rápida y del Comando del Frente Interno llegaron al lugar junto con el alcalde de la ciudad, un hombre joven llamado Avichai. A pesar de la conmoción, las calles y los patios traseros que rodeaban aquel infierno permanecieron inquietantemente vacíos. Ningún vecino preocupado se apresuró a ayudar. De hecho, todas las puertas principales permanecieron firmemente cerradas.
¿La razón? La ciudad de Kiryat Shmona, que en su día contaba con una población de 24,000 habitantes, se había quedado sin habitantes y sólo quedaban 2,000. Cinco días antes de que el misil de Jizbolá diera en el blanco, el alcalde había ordenado la evacuación. Así, 22,000 israelíes se dispersaron por más de 500 lugares del país para evitar el bombardeo constante de misiles, drones suicidas y morteros de Jizbolá.
La orden de evacuación fue una decisión dolorosa, pero práctica, recuerda Avichai. La ciudad no tenía suficientes refugios antiaéreos para mantener a sus residentes a salvo de los bombardeos y, por lo tanto, la principal preocupación se centró en salvar vidas. Sin embargo, con esa orden, Avichai sabía que estaba dando a Jizbolá exactamente lo que quería: aterrorizar a los israelíes, obligándolos a huir y, de ese modo, dándole vía libre al ejército terrorista para destruir e invadir la Alta Galilea.
Avichai decidió quedarse, junto con los equipos de seguridad y los israelíes incondicionales que se negaron a rendirse. Sin embargo, tuvo que pagar un precio personalmente, ya que tuvo que tomar la dolorosa decisión de enviar a su esposa y a sus hijos al extranjero.
Cuando el equipo de Puentes para la Paz visitó la ciudad el 5 de agosto, solo quedaban ruinas maltratadas de la antigua gloria de Kiryat Shmona. Llegamos a la ciudad fantasma casi vacía, que había sido atacada por misiles de Jizbolá veinte minutos antes. Todos los restaurantes, cafés y centros comerciales estaban cerrados. Los semáforos brillaban en amarillo de forma permanente. De vez en cuando pasaba un coche solitario. En lugar de la actividad bulliciosa habitual de una ciudad, todo era inquietante y silencioso.
Las defensas de la ‘Cúpula de Hierro’ en el norte ya habían interceptado 1,400 misiles destinados a causar una destrucción incalculable en Kiryat Shmona, sin embargo, 700 proyectiles habían logrado atravesar el lugar, reduciendo hogares, centros industriales, campos de fútbol, calles, automóviles y todo lo que se encontraba en su camino a un panorama de devastación apocalíptica. Por todas partes había metralla afilada de los cohetes que habían explotado, lo que llevó a Avichai a entregarme un trozo del inquietante “recuerdo” mientras me decía: “¡Toma! Ahora puedes recordar lo que pasamos todos los días”.
Más temprano nos habíamos encontrado con Avichai, junto con los jefes del equipo de seguridad en un refugio antibombas fortificado debajo del edificio municipal de la ciudad. Sintiéndose más como un búnker, el equipo de Puentes para la Paz nos sentimos a salvo de la amenaza diaria del fuego de los misiles. Avichai se tomó el tiempo para explicarnos sobre su ciudad. Se centró en la frontera norte con el sur del Líbano, de 7 km (4.3 mi) de largo, con una alta cadena montañosa de bosques donde las cargas explosivas de los misiles impactaron entre los árboles y la maleza, provocando grandes incendios forestales que amenazaron con consumir la ciudad. Los residentes de Kiryat Shmona se habían visto obligados a convertirse en expertos en la lucha contra incendios, algunos de ellos utilizando mangueras de jardín o baldes de agua para apoyar incansablemente a los equipos de bomberos que se doblaron bajo la carga.
Cuando salimos del búnker para recorrer la ciudad, Avichai nos llevó a un puesto de observación desde donde podíamos ver el Líbano a 2 km (1.2 mi) de distancia. “Jizbolá simplemente nos dispara morteros y cohetes desde el otro lado de la colina”, explicó. “Si suenan las sirenas, tenemos 10 segundos para correr a refugiarnos. Eso si suenan las sirenas…”
Contemplamos las horribles vistas de casas destruidas y coches derretidos, sabiendo muy bien que una vez que los residentes israelíes regresaran —si decidieran regresar— muchas vidas cambiarían para siempre, ya que innumerables propiedades y negocios habrían quedado reducidos a ruinas carbonizadas y huecos.
Fue un día emotivo y perturbador, al ver el dolor en los rostros del remanente que quedó en Kiryat Shmona. Escuchamos sus historias y percibimos su agonía; una ciudad entera devastada. Pero una luz poderosa y penetrante brilló ese día. Ocurrió en el momento en que el equipo de Puentes para la Paz miramos fijamente a los ojos de Avichai y le prometimos que él y su pueblo no están solos. Los cristianos de todo el mundo estamos orando por ellos. Además, voluntarios cristianos de las naciones estamos sirviendo dentro de Israel, mientras (Israel) permanece rodeado de enemigos que claman por su destrucción. ¡Y no daremos marcha atrás! Estamos aquí para quedarnos y Kiryat Shmona experimentará nuestro amor y apoyo práctico.
¿Considerarías por favor, donar a nuestro fondo de ‘Ayuda en Crisis’ hoy para ser una luz penetrante de esperanza en la ciudad de Kiryat Shmona y su alcalde, Avichai?
Con urgencia,
Rvdo. Peter Fast
Presidente Ejecutivo Internacional
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