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La guerra de Trump contra las universidades progresistas es esencial, para combatir el antisemitismo

marzo 18, 2025

La gente protesta por el arresto del exactivista estudiantil de la Universidad de Columbia, Mahmoud Khalil, y muestra su apoyo a los palestinos durante una manifestación de Shut It Down for Palestine (SID4P) en el campus de la Universidad de Washington en Seattle el 15 de marzo de 2025.

 

En manifestaciones sucedidas en la Universidad de Columbia y enfrente de la Torre Trump de Nueva York, así como en las páginas de opinión de periódicos y sitios web liberales, los anti-sionistas de izquierda se lanzaron a las barricadas la semana pasada, tanto literal como figurativamente. Lo hicieron en nombre del nuevo héroe de la lucha por la “liberación de Palestina”, que significa destruir a Israel.

No son los únicos que se unen a la causa de Mahmoud Khalil, uno de los líderes del caos pro-Hamás y antisemita, que se ha desatado en Columbia desde los ataques terroristas liderados por Hamás, en el sur de Israel el 7 de octubre de 2023. Los liberales estadounidenses y muchos, si no la mayoría de los demócratas, también están totalmente comprometidos con el esfuerzo por liberar a Khalil.

Khalil fue arrestado por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) de Estados Unidos porque, como dijo el secretario de Estado Marco Rubio, los extranjeros que vienen a Estados Unidos a estudiar pero usan ese privilegio para defender a un grupo terrorista, y participar en actividades ilegales, además de fomentar el odio contra los judíos, han perdido el derecho a estudiar en nuestro país. Por lo tanto, a discreción del gobierno esas personas serán deportadas.

La Revolución Cultural de Trump

Para quienes se oponen a las políticas del presidente en general, Kahlil es un mártir tanto de la “resistencia” a la administración Trump, como de la causa que busca la eliminación del estado judío.

Para estos políticos, la insistencia del presidente en castigar a las escuelas que toleran el antisemitismo y deportar a los estudiantes extranjeros, que apoyan el terrorismo y que han contribuido a impulsar el aumento del odio contra los judíos, en los campus universitarios de todo Estados Unidos, es profundamente ofensiva. Afirman que el arresto y la posible deportación de Khalil evidencian el autoritarismo de Trump y su disposición a pisotear el derecho a la libertad de expresión.

Sin embargo, aún más, las élites acreditadas que ahora conforman la columna vertebral del Partido Demócrata, consideran que la guerra de Trump contra las universidades dominadas por la izquierda, que han propiciado el aumento del antisemitismo, está dirigida contra ellos y contra todo lo que aprecian.

Cuando el columnista del Washington Post y presentador de CNN, Fareed Zakaria, criticó duramente la campaña de Trump contra estas instituciones de educación superior, calificándola de “revolución cultural”, no se equivocó del todo.

Lo que Trump intenta no es una repetición de la revolución cultural china: una orgía sangrienta y desenfrenada en la que Mao Tse-Tung y el Partido Comunista de ese país, declararon la guerra a todo el saber occidental y a todas las posibles fuentes de oposición interna. Lo que la administración pretende es todo lo contrario, de lo que afirma este proveedor de la sabiduría convencional y liberal.

En lugar de destruir el aprendizaje, el presidente intenta rescatar de los ”progresistas” la educación estadounidense, que la han subvertido, imponiendo un adoctrinamiento progresista en todo el sistema, desde el kínder hasta el bachillerato, y hasta las universidades más elitistas. Puede que ahora se presenten como defensores de los “expertos” contra la rebelión de Trump, contra los analfabetos. Pero lo que hace la izquierda, con el apoyo de sus compañeros de viaje liberales, forma parte de un esfuerzo por socavar todo el edificio de la civilización occidental y la república estadounidense. Lo hacen, al intentar reemplazar el canon occidental y su creencia en la igualdad con el catecismo progresista de diversidad, la equidad e inclusión (DEI). Tiene sus raíces en los mitos tóxicos de la teoría crítica de la raza, la inter-seccionalidad y el colonialismo de asentamiento, que predica una guerra racial interminable entre las personas de color, siempre víctimas, y la supuesta clase opresora blanca.

Canarios en la mina de carbón

Que los judíos e Israel sean etiquetados falsamente como “blancos” y siempre equivocados (y mucho menos como opresores, ya que los judíos han sufrido persecución durante dos milenios), y que los árabes palestinos siempre serán etiquetados como sus víctimas, que siempre debe de favorecérseles porque tienen la razón, es una mezcla ideológica secundaria al daño que la ideología progresista busca causar, a todos los estadounidenses.

Como siempre, los judíos son los canarios en la mina de carbón. Se consideraban cómodos en las instituciones donde han prosperado durante más de un siglo, una vez que se derogaron las antiguas cuotas de admisión de judíos. Ahora, los judíos son el blanco de los progresistas, simplemente porque, como objeto del odio más antiguo del mundo, son especialmente vulnerables a sufrir las consecuencias de ese éxito alcanzado, tanto en Estados Unidos como en Israel.

En una era menos hiperpartidista o en una en la que el odio a Trump no fuera tan integral al discurso político, extremistas como Khalil y su aplauso de la izquierda no solo estarían aislados. Quienes hoy se consideran liberales, comprenderían la gran amenaza que representan las ideas tóxicas de los progresistas para todo lo que aprecian. Comprenderían que estos radicales no solo deben ser rechazados, sino también, combatidos activamente. Sin embargo, muchos liberales políticos han adoptado esas ideas para mantenerse al día con las tendencias políticas de la izquierda, o han sido inculcados en ellas durante su propia formación. Como resultado, se identifican instintivamente con la idea de que un partidario extranjero del terrorismo es, de alguna manera, el símbolo de la libertad de expresión.

Los objetivos de la turba pro-Hamás

Khalil es nieto de árabes que huyeron de lo que hoy es Israel, cuando fracasó la guerra para destruir el recién establecido estado judío moderno, en mayo de 1948. Nació en Siria, pero posteriormente adquirió la ciudadanía argelina. Tras estudiar en el Líbano, se mudó a Estados Unidos para obtener un título de posgrado con una visa de estudiante en 2022. Durante su estancia en Estados Unidos, obtuvo una tarjeta de residencia permanente (green card) al casarse con una ciudadana estadounidense. Esto le permitió no solo permanecer legalmente en el país, sino también conseguir un trabajo. Uno de sus puestos fue el de oficial de asuntos públicos del Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (OOPS), la agencia asociada a Hamás que contribuye a perpetuar el conflicto con Israel.

En Columbia, Khalil fue uno de los organizadores más visibles de las manifestaciones a favor de Hamás, desde el 7 de octubre, que incluyeron campamentos ilegales, además de ocupaciones de edificios universitarios y bibliotecas. Si bien los medios liberales lo retrataron como una expresión de idealismo por quienes simpatizaban con el sufrimiento de los palestinos, Khalil y quienes se unieron a él, no ocultaron sus objetivos ideológicos. No son activistas por la paz. Su literatura y sus cánticos dejaban claro su apoyo a Hamás, una organización terrorista que lideró el asesinato en masa de 1,200 personas y el secuestro de otras 251, el 7 de octubre. Apoyaron explícitamente el terrorismo, como informó incluso el New York Times.

Que la esposa embarazada de Khalil hable sobre su secuestro por parte del ICE [Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos] y la crueldad de tal acción, resulta profundamente irónico, ya que su esposo y sus cómplices no tienen ningún problema con el secuestro de israelíes, por no mencionar la masacre, violación y tortura de los judíos que atacaron el 7 de octubre.

Lo hicieron porque apoyaron su objetivo genocida, de purgar a los judíos de su antigua patria (“del río al mar”) y sus métodos terroristas (“globalizar la intifada”). Dadas las circunstancias, no sorprende que estas protestas “mayormente pacíficas”, a veces derivaran en violencia y actos de intimidación que, en ocasiones, llevaron a algunos a aconsejar a los judíos que huyeran del campus.

Si bien, políticos como el expresidente Joe Biden y la vicepresidenta Kamala Harris, los elogiaron como idealistas que debían ser “escuchados”, sus objetivos dejaron en claro el motivo de estas protestas.

La toma de partes del campus las convirtió prácticamente, en zonas prohibidas para los judíos que no estaban dispuestos a abjurar de su fe, ni a identificarse con su pueblo. No debe haber ningún malentendido al respecto. Su esfuerzo por silenciar y rechazar a los judíos no fue incidental, a su propósito. Fue parte integral de sus protestas y acorde con la intolerancia progresista generalizada, hacia quienes disienten de su ideología o pueden ser difamados como miembros de la clase opresora.

Hipocresía de la libertad de expresión

Tampoco debemos tomar en serio el clamor sobre el arresto de Khalil, como una campaña trumpiana contra la libertad de expresión.

Las mismas voces que clamaban a gritos por el derecho de Khalil, a atormentar a judíos y apoyar a un movimiento islamista designado como organización terrorista, se silenciaron durante los años de la presidencia de Biden. Ese gobierno llevó a cabo una campaña sin precedentes, para silenciar la disidencia contra sus políticas durante la pandemia de COVID-19, así como a quienes se oponían a ellas en una serie de otros temas. Se confabularon con plataformas de redes sociales y proveedores de internet, para silenciar a quienes se oponían a ellos en un programa de censura gubernamental antitético a la democracia, a pesar de sus falsas afirmaciones de defenderla.

El Departamento de Justicia de Biden también atacó a la disidencia. Intentó reprimir e intimidar a los padres que protestaban contra la imposición de ideologías radicales en las escuelas de sus hijos, así como a quienes realizaban protestas pacíficas contra el aborto.

Pero los liberales no tuvieron problemas con estas políticas.

Algunos en la izquierda, como la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés), fueron explícitos al abandonar su postura anterior de apoyar a todos aquellos cuya expresión era atacada, ya fueran de derecha o de izquierda. Ahora solo defienden la libertad de expresión cuando se ajusta a sus opiniones políticas y se mantienen al margen o apoyan, la supresión de las opiniones conservadoras o no izquierdistas.

Algunas organizaciones judías liberales, como la Liga Anti-difamación, buscaron participar activamente en la represión. Lo hicieron aparentemente, porque creyeron ingenuamente, que silenciar a los excéntricos de la extrema derecha haría más seguros a los judíos. Pero la verdadera razón fue, que el grupo había abandonado hacía tiempo su objetivo de defender la vida judía por una agenda partidista, como auxiliar del Partido Demócrata.

La violencia no protege la libertad de expresión

Aun así, esto plantea la pregunta de si los conservadores son en sí mismos, hipócritas en materia de libertad de expresión al apoyar el plan de Trump de deportar a los simpatizantes extranjeros de Hamás. Es una pregunta válida, pero la respuesta es que la acusación es falsa.

Khalil y otros simpatizantes extranjeros no están siendo deportados por sus opiniones. Cualquier estadounidense o, de hecho, residente extranjero, puede pensar y decir lo que quiera, sin importar cuán odioso o aborrecible sea. Pero Khalil y su grupo de izquierdistas antisemitas en Columbia —y otros como ellos en todo el país— convirtieron, su apoyo al genocidio judío, en actos de acoso y violencia, infringiendo no solo las normas de la universidad donde trabajaban y estudiaban (aunque unas normas que una administración universitaria, tácitamente simpatizante con los anti-israelíes, se negaba a aplicar), sino la ley.

Eso exponía a quienes entre ellos no eran ciudadanos, a la expulsión de Estados Unidos, según normas y regulaciones reconocidas desde hace tiempo. Los residentes extranjeros solo pueden estar en Estados Unidos con el permiso del gobierno. Incluso a los titulares de la tarjeta verde se les puede revocar dicho permiso, si violan la ley o actúan de alguna manera que viole las condiciones bajo las cuales fueron admitidos. Y Khalil no solo las violó. Es una certeza absoluta que mintió sobre sus afiliaciones e intenciones para ingresar a Estados Unidos, y obtener la residencia permanente, incluso después de casarse con una ciudadana.

Sin embargo, el punto clave no es la ley de inmigración. Defender la destrucción de Israel es una forma de expresión. Los actos de violencia e intimidación cometidos por la turba pro-Hamás liderada por Khalil, no fueron una forma de expresión.

Estudiantes Extranjeros Toman el Control

Sin embargo, el problema más relevante no es el destino de Khalil, ni el de ninguno de los demás matones antisemitas que se auto deportan, o corren el riesgo de recibir el mismo trato por parte de las autoridades federales. Se trata de cómo los progresistas y sus aliados islamistas, se han apoderado de la educación superior estadounidense, convirtiendo a muchas universidades en entornos hostiles para los judíos.

Parte de esto se debe al impacto que los estudiantes extranjeros han tenido en la educación estadounidense.

La mayoría de los estadounidenses probablemente asume, que los estudiantes de una de las instituciones de educación superior más venerables y respetadas del país, son compañeros que obtuvieron la admisión por méritos. Probablemente se sorprenderían al saber que, según el sitio web de la universidad, la mayoría de sus estudiantes y académicos no son ciudadanos estadounidenses, sino extranjeros. A diferencia de muchos estadounidenses, los estudiantes extranjeros, especialmente de países de Oriente Medio (excepto Israel), pagan la matrícula completa y pocos reciben becas u otros programas que reducen los costos.

La transformación de escuelas como Columbia, en bastiones del odio hacia Israel y los judíos, no es por lo tanto únicamente el resultado de la larga marcha de la izquierda estadounidense, a través de nuestras instituciones, sino también, producto de la exitosa campaña del mundo musulmán y árabe que ha buscado influencia en Estados Unidos, por una u otra vía.

Aun así, lo que está en juego en los planes de Trump de desfinanciar a las escuelas que han tolerado y permitido el antisemitismo, es mayor que Khalil o la infiltración de otros islamistas y simpatizantes del terrorismo en el país.

La promoción por parte de la izquierda, de teorías tóxicas destinadas a difamar la civilización occidental y a Estados Unidos como irremediablemente racistas, ha causado un daño incalculable a las humanidades y, como ha escrito la autora Heather Mac Donald, también a las ciencias. Además del daño causado a la educación, está el impacto que las ideas que ganaron credibilidad gracias a su patrocinio, por parte de las principales universidades han tenido en la sociedad estadounidense en su conjunto, así como en los ámbitos de los negocios, el periodismo y el gobierno. Lo que sucede en Columbia, Harvard, Yale y otras universidades de élite no se queda ahí. Se infiltra en el resto de la sociedad, porque sus graduados tienen una gran influencia en el funcionamiento del país.

Puede que los judíos sean los más vulnerables ahora, pero la toma del sistema educativo por parte de la izquierda amenaza a todos los estadounidenses. Si los esfuerzos de Trump fracasan y la ortodoxia progresista, que ataca valores estadounidenses básicos como la libertad personal y la igualdad de oportunidades, prevalece, esto pondrá en tela de juicio el futuro de la nación como pocas otras amenazas puedan hacerlo.

El ataque del presidente a estas escuelas no es una guerra contra la educación. Es una batalla para salvar la educación y a Estados Unidos mismo en un momento, en que se necesita desesperadamente una revolución contracultural en los campus del país. Los liberales que dicen oponerse a las opiniones de Khalil, pero que lucharán por defender sus derechos (aunque no harían lo mismo por los conservadores), y hacen todo lo posible por frustrar la campaña de Trump para desfinanciar el sistema educativo, no solo están socavando la seguridad judía. Están traicionando los valores fundamentales de la civilización occidental, que son el fundamento de sus propias libertades y de la existencia de la república estadounidense.

 

ENFOQUE DE ORACIÓN: Oremos para que la administración Trump tenga éxito en sus esfuerzos por exigir responsabilidades a las universidades por su apoyo a las violentas protestas antisemitas y antiisraelíes, que a menudo resultan en ataques contra estudiantes judíos. Oremos por un cambio de rumbo divino que haga que el sistema educativo, no solo en Estados Unidos, sino en todos los países democráticos, regrese a una base judeocristiana.

VERSO BÍBLICO: Y sucedía que cuando el arca se ponía en marcha, Moisés decía: «¡Levántate, oh Señor! Y sean dispersados Tus enemigos, huyan de Tu presencia los que te aborrecen»”.

– Núm 10:35 NBLA

 
Traducido por Chuy González – Voluntario en Puentes para la Paz    

 

Publicado en marzo 18, 2025

Fuente: Un artículo por Jonathan S. Tobin, originalmente publicado por Jewish News Syndicate el 16 de marzo de 2025. (El vocabulario respecto al tiempo ha sido modificado para reflejarse en nuestra publicación del día de hoy). Puedes ver el artículo original en este link.

Fotografía por: Jason Redmond/AFP via Getty Images/jns.org