por: Cheryl L. Hauer, Vice-Presidenta
Abraham es una de las figuras más significativas en la Biblia, central tanto para el judaísmo como para el cristianismo. Es reconocido como el padre de ambos sistemas de fe, mencionado cientos de veces en ambos testamentos, y es admirado por ser un ejemplo tan grande de fe que se le acredita con ser amigo de Dios mismo.
Los Escritos de los Apóstoles (Nuevo Testamento) están llenos de referencias al Tanaj (Antiguo Testamento), y Dios instruye que imitemos a Abraham: “Escúchenme, ustedes que siguen la justicia, los que buscan al SEÑOR. Miren la roca de donde fueron tallados, y la cantera de donde fueron extraídos. Miren a Abraham, su padre, y a Sara, que los dio a luz. Cuando él era uno solo lo llamé, y lo bendije y lo multipliqué” (Isa. 51:1-2).
Ya que los escritores de la Biblia han puesto tanto énfasis sobre Abraham y su ejemplo de fe, quizás debemos mirar su vida más de cerca para comprender su asombrosa relación con el Único Verdadero Dios. Es tiempo de que reexaminemos nuestros fundamentos y la herencia que nos pertenece por medio de nuestra relación con el Señor que describió a Abraham como Su amigo.
Es interesante notar que no somos los únicos que miramos hacia atrás; recientemente se ha convertido en una obsesión global. Una amiga recientemente me preguntó si ya había analizado mi ADN. De hecho, sí lo había hecho, así como casi todas las personas que conozco, ya que esta fascinación con nuestra genealogía está arropando al mundo. Aunque los seres humanos siempre han estado interesados en sus raíces, nunca habían dado tanta atención como hoy día, que casi llega al punto de obsesión. Pablo recomendó a Timoteo que no entrara en argumentos inútiles de genética familiar, aunque la habilidad de trazar el árbol genealógico siempre ha sido, y sigue siendo, de gran importancia para los judíos. Otras culturas lo han usado para la veneración de sus ancestros. Hoy día, el estudio genealógico se ha convertido en una industria global billonaria, donde muchos sitios de internet, libros y programas televisivos lo promueven muy activamente. Uno se puede hacer la prueba del ADN a un pequeño precio. En Norte América, es el segundo pasatiempo en popularidad después de la jardinería, y globalmente, es el segundo tema más buscado en el internet después de la pornografía.
En Malaquías 4:5, el profeta habló de un tiempo que calificó como “el día del SEÑOR, grande y terrible…” Muchos judíos y cristianos identifican ese término como el momento que inmediatamente precederá a la venida del Mesías. Pero antes de eso, el profeta dice que Dios tornará los corazones de los hijos hacia sus padres. Quizás la obsesión con genealogía que observamos no es mera casualidad ni una profunda necesidad sicológica que la gente necesita para tener alguna conexión con su pasado en este mundo tan incierto. Quizás es un movimiento de Dios, el principio de un cumplimiento profético, a medida que Dios atrae los corazones de Sus hijos hacia sus padres. Para los creyentes en la Biblia, está claro que ese padre es Abraham.
Abraham vivió hace aproximadamente 4,000 años. Cuando pensamos en él, a menudo imaginamos a un pastor semi-nómada con barba larga, vestido en túnicas típicas de jeques beduinos. Con sandalias en sus pies, cayado en mano, lo visualizamos como un hombre apasionado que compartió el mensaje del monoteísmo entre un mundo politeísta. Pero si miramos a su temprana edad, quizás comprendamos mejor cómo este hijo de idólatras llegó a convertirse en un amigo de Dios.
Abraham, con el nombre original de Abram, nació en Ur de los Caldeos alrededor del 1800 a.C. Su padre, Taré, descendiente directo de Sem, tenía 70 años de edad cuando nació. Según cálculos matemáticos hechos por estudiosos bíblicos, Sem todavía estaría vivo con casi 400 años de edad cuando nació Abraham. Noé podría también haber estado vivo con casi 900 años. Abraham tendría como 60 años cuando murió Noé.
La tradición judía dice que Abraham pasó algunos años de su juventud sobre el Monte Ararat, junto con Noé y su familia. Esos mismos eruditos calculan que Noé pudo haber conocido a Matusalén, quien fue contemporáneo con el anciano Adán. En otras palabras, la tradición dice que Abraham debió haber sido educado por el justo Noé, cuya obediencia salvó a la humanidad de la destrucción. Quizás escuchó de su propia boca historias de la construcción del arca, del diluvio y de la reconstrucción del mundo. También pudo haber escuchado relatos directos sobre la reciente creación cuando sólo Adán y Eva habitaban la tierra, y sobre el Jardín, lugar de comunión entre Dios y el hombre.
Todo eso debió ser un enorme contraste con la vida que llevaba Abraham en Ur. Viviendo como sumerio bajo un padre tallador de ídolos, según narra la tradición, Abraham tendría una vida privilegiada. La educación era altamente valorada en esa cultura, y quizás había aprendido las matemáticas, las ciencias y la escritura de su tiempo. Como joven, vestiría de ropa típica de la región: una falda amarrada desde más arriba de la cintura y hasta por debajo de la rodilla con pecho descubierto, sandalias, bastantes adornos y alhajas, y un poco de maquillaje en los ojos. Se bañaría diariamente en aguas perfumadas y se sentaría con su familia para cenar, tanto para la socialización como la alimentación. Comerían pan pita, una variedad de frutas y vegetales frescos, pescado, aves, cordero y animales de caza, y también habría entretenimiento, como canto, danza y poesía, para que la cena fuese más amena.
Taré debió haber criado a Abraham para que fuese un patriarca, como era el destino típico de los varones. Aunque esos hombres podían amar a sus esposas e hijos, tenían un poder absoluto sobre sus casas y controlaban a todos los miembros familiares. En efecto, sus esposas e hijos eran como pertenencias. Los podían castigar, abandonar o vender a esclavitud cuando bien le pareciera. El rabino Jonathan Saks cree que ese tipo de educación continuó influenciando a Abraham en sus años posteriores, según revelan algunos eventos bíblicos bien conocidos. Dios claramente cambió su paradigma cuando le dijo que escuchase a su esposa. En efecto, Dios le enseñó que Sarah no era una posesión, sino una compañera. El rabino Saks también sugiere que la orden de Dios en sacrificar a su hijo Isaac nada tenía que ver con hacer un sacrificio humano, sino con rendirlo a Dios. Abraham tenía que reconocer que su hijo tampoco era su posesión sino de Dios, quien era el único que podía determinar su futuro.
La tradición sumeria también explica algunos detalles en Génesis 23, donde leemos que Abraham compró un lugar para sepultar a su esposa. La sepultura de los muertos era algo muy serio en la cultura de los sumerios, y las costumbres estaban firmemente arraigadas. Los cuerpos eran puestos en grandes jarras o “ataúdes,” y puestos en los sepulcros familiares tan pronto como fuese posible después de la muerte. Era necesario celebrar una ceremonia funeral, y los ricos tenían que hacer un funeral muy suntuoso. Abraham estaba dispuesto a pagar cualquier precio para la sepultura de Sara, de sí mismo y de sus familiares cercanos en la cueva de Macpela. Ningún precio sería demasiado elevado.
La Biblia dice claramente que Abraham, su padre y sus hermanos eran idólatras paganos. El libro de Josué nos informa: “…Así dice el SEÑOR, Dios de Israel: ‘Al otro lado del Río (Eufrates) habitaban antiguamente los padres de ustedes, es decir, Taré, padre de Abraham y de Nacor, y servían a otros dioses” (Jos. 24:2). La Biblia no relata el proceso en que Abraham fue transformado de idólatra a creyente en Dios, pero debió haber sucedido antes de que Dios le diera las instrucciones y promesas que leemos en Génesis 12. La tradición judía narra muchas historias sobre un hombre que buscaba a Dios, deliberando angustiosamente entre la religión de su padre y la del Dios de Noé y Sem.
Se narra una bella historia sobre su conversión, favorita entre muchos cristianos. La Biblia Hub la recuenta como sigue:
Una noche, Abraham se reclinó sobre la cima de una montaña para observar el cielo. De repente, apareció una estrella muy brillante y bella, y se sintió maravillado por la gloria de ella. Exclamó: “Ese es mi dios; a ese adoraré.” Con el transcurso de la noche, la estrella se alejó y desapareció, y Abraham se lamentó, diciendo: “¿De qué me vale que adore a ese dios si se muere en la oscuridad y ya no existe más?” Entonces sobre las colinas lejanas se asomó la luna, y llenó la tierra de su plateada luz. Nuevamente exclamó: “Por fin, tú eres más bella y grande que la estrella. ¡Tú eres mi dios, porque tú eres más maravillosa!” Nuevamente, la luna se alejó y desapareció.
Abraham se sintió devastado, y dijo: “¡Si mis dioses me abandonan, entonces no soy diferente a los demás que están en error!” Pero al poco rato, se asomó el sol en todo su esplendor. Disipó la oscuridad y también todas las dudas de Abraham. Exclamó nuevamente: “¡Tú eres mi dios, más grande que la luna y las estrellas!” Pero al llegar la próxima noche, el sol se alejó y desapareció al igual que la luna y las estrellas. Abraham se quedó solo, mirando tristemente hacia el cielo, cuando se sintió sobrecogido con la idea de que hubo Alguien que había creado la estrella, la luna y el sol. Nuevamente exclamó: “¡O, pueblo mío, ya comprendo! Me siento libre de duda y confusión, y torno mi mirada hacia El que ha hecho los cielos y la tierra. ¡Él, y sólo Él, es mi Dios!”
Los sabios judíos dicen que en Génesis 12:1-3 podemos leer sobre la respuesta de Dios a la apasionada fe de Abraham y Su interacción con quien llegaría a ser Su amigo. Dicen que Abraham rápidamente reconoció la seriedad de la misión que Dios tenía para él. No simplemente debía hacer que el mundo reconozca que Dios es uno sólo. Su misión tampoco era simplemente introducir un monoteísmo ético, el reconocimiento de que Dios quiere que Sus hijos se conduzcan según cierto estándar moral, cuidando a las viudas y a los huérfanos, y protegiendo a las personas vulnerables. Abraham fue enviado como el primer “evangelista” para compartir su mensaje de buenas noticias y esperanza: El Único Verdadero Dios, el Dios de los vivos y no de los muertos, es un Dios de misericordia, bondad y gracia, muy diferente a los innumerables dioses en el panteón sumerio, quienes dominaban por medio del temor y la intimidación. Ciertamente, Dios tiene todo poder y autoridad, pero también desea tener relación e intimidad personal con Sus hijos. Él es el Dios que paseaba con Adán durante el fresco del día, el Dios que podía ser un verdadero amigo.
Al final de su vida, Abraham demostró poseer las características de un hombre verdaderamente justo. Entre esas características estaba la de ser un pacificador. Cuando sus sirvientes discutían con los de Lot porque no respetaban sus propiedades, Abraham se apartó de Lot en vez de tomar medidas más forzosas o violentas.
Abraham también era un hombre hospitalario, recibiendo a todos en su tienda, ofreciéndoles alimento, bebida y protección. Era un anfitrión atento, ofreciendo un poco de agua y un bocado de comida, y a veces preparando la comida personalmente en lugar de sus sirvientes. Era un hombre de fe inquebrantable, quien creía explícitamente y obedecía inmediatamente. Pero sobre todo, era un hombre que reflejaba el amor y el jésed (la gracia) de Dios hacia la humanidad, ya que Dios consiste de amor extravagante y bondad incondicional, perdón y fidelidad. La tradición judía abunda en historias sobre los actos desprendidos de bondad de Abraham, los que tenían el propósito de ilustrar el carácter del Único Verdadero Dios. Cada expresión de gratitud que recibía, su respuesta era: “Dale gracias al Único Verdadero Dios, el Creador de todas las cosas, cuyo amor ha hecho esto posible.”
Sin embargo, el carácter justo de Abraham no le llegó fácilmente. Fue una jornada difícil para ese hombre acostumbrado a la comodidad y abundancia, con baños perfumados y rodeado por familiares y amistades. Llegó a ser un extranjero vagante en una tierra calurosa y polvorienta. Algunos dicen que Abraham atravesó diez pruebas específicas por parte de Dios que lo transformaron en un hombre digno de emular. Nadie podía prever la manera en que Abraham respondería a esas pruebas, pero Dios ya sabía de antemano. Las pruebas evidenciarían las fortalezas y debilidades de Abraham, pero también testificarían de la fidelidad de Dios hacia él en medio de cada prueba.
Su primera prueba terminó con su rechazo del sistema idólatra de Ur, abandonando el politeísmo de su padre para adorar al único Dios. La segunda prueba fue cuando dejó atrás a su hogar, su familia y todo lo que conocía y amaba (Gén. 12:1). Pero Dios le prometió una nueva tierra, un hogar donde sería bendecido y donde sería una bendición para otros. Se pudo haber deprimido cuando, justamente llegando a esa tierra, se encontró en medio de una hambruna. Pudo haberse cuestionado su llamado de compartir la buena noticia sobre el Único Verdadero Dios (Gén. 12:10). Huyendo la sequía en Egipto, fue forzado a entregar su esposa al faraón por temor a su vida. Más tarde, aunque era un pacificador, fue obligado a hacer guerra contra los reyes cercanos por amor a su sobrino Lot (Gén. 14:13-16). Luego tuvo que hacerse la dolorosa circuncisión a la edad de 99 años (Gén. 17:24), y nuevamente tuvo que ceder su esposa al gobernante de la tierra, esta vez a Abimelec, rey de Gerar (Gén. 20:2).
Quizás la prueba más difícil, no obstante, tenía que ver con las personas a quienes más amaba. Tendría que soportar el dolor emocional de despedir a Agar y a su primogénito Ismael. Obviamente, el tener que expulsar a su hijo y heredero le ocasionó gran angustia, pero fue obediente, confiando en las instrucciones de Dios con “sublime fe,” según lo describe el Rabino Saks (Gén. 21:9-14). Su novena prueba fue la rendición de su hijo Isaac sobre el Monte Moriah. Uno no se puede imaginar el dolor y el horror de considerar hacer tal cosa. Pero según hemos comentado anteriormente, Dios exigía de Abraham una rendición total. Había entregado a su familia y ya no tenía posesiones. Cuando entregó a Isaac, lo terminó entregando todo. Sólo lo pudo hacer por medio de su asombrosa fe (Gén. 22:1-18).
Algunos maestros sugieren que esa rendición de Isaac fue su última prueba. Pero otros dicen que la muerte de Sarah fue la última. Luego de tantos años juntos, de aprender que Sara era su compañera y no su posesión, había quedado viudo. Juntos habían enfrentado dificultades y tragedias, y habían ministrado juntos. (Los eruditos judíos dicen que Sara tenía el mismo profundo compromiso que Abraham de enseñar al mundo sobre Dios.) Quizás el reto más difícil de todos fue que Dios le había prometido en varias ocasiones que le daría la tierra de Canaán, y que esa tierra sería suya y la de sus descendientes para siempre. Pero cuando le tocó sepultar a su esposa, no tenía terreno donde hacerlo. Tuvo que comprar una cueva del hitita Efrón en Macpela. Pero el próximo capítulo comienza con las palabras: “Abraham era viejo, entrado en años; y el SEÑOR había bendecido a Abraham en todo” (Gén. 24:1).
Abraham claramente cumplió con su destino. A pesar de tantas pruebas, aún más de las que hemos analizado aquí, su fidelidad ante el Señor nunca titubeó. Como dice el Rabino Saks:
Así fue la fe de Abraham. El hombre a quien se le prometió tantos hijos como las estrellas del cielo sólo tuvo un hijo para dar continuidad al pacto. El hombre a quien se le prometió la tierra entre el río de Egipto y el gran río, el Río Éufrates, sólo adquirió un campo y una tumba. Pero eso fue suficiente. Había comenzado la jornada. Abraham sabía que a él no le correspondía completar la tarea.
Abraham caminó con Dios; difundió su mensaje del Único Verdadero Dios; amó a sus semejantes; vivió una vida de fidelidad y confianza absoluta. Fue obediente en todas las circunstancias porque conocía al Dios a quien seguía. Nuevamente, el Rabino Saks dice: “Así, al final de su vida, vemos a Abraham con dignidad, satisfacción y serenidad. Hay muchas clases de héroes en el judaísmo [y cristianismo], pero pocos con la majestuosidad de un hombre que escuchó el llamado de Dios y comenzó una jornada que nosotros aún continuamos hoy día.”
Abraham debe ser nuestro ejemplo, cuyos zapatos obviamente no podremos llenar. Pero tenemos el mismo Dios de jésed, quien ayudó que Abraham pudiese ser fiel durante su larga y difícil jornada, y quien tiene el mismo deseo de intimidad con nosotros. Así como Abraham, lo único que tenemos que hacer es rendirnos ante El que es digno de nuestra confianza, creyendo inmutablemente que no nos fallará. Y así como Abraham, no depende de nosotros el completar la tarea, sino sólo reflejar Su divino amor para que todos lo vean.
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