por: Rebecca J. Brimmer, Presidenta Ejecutiva Internacional
El caricaturista político Yaakov Kirschen solía decir que primero era ateo. Él no entendía cómo un judío podía creer en Dios después del Holocausto. Años luego ajustó su declaración y dijo que se convirtió en agnóstico. Simplemente no estaba seguro. Más tarde, durante uno de nuestros eventos, habló sobre su lectura del libro de Ezequiel. Nos dijo que era como leer el periódico del día. Luego nos sorprendió a todos diciendo: “Estoy atravesando ahora una crisis de incredulidad.” Ciertamente, el libro parece tan relevante hoy día como cuando el profeta proclamó esas palabras por primera vez al pueblo de Israel.
Ezequiel fue profeta y sacerdote. Su nombre en sí parece profético. Yejezkel en hebreo significa “Dios fortalecerá.” Ezequiel necesitaría confiar en la fortaleza de Dios durante su vida. Se crió en Jerusalén durante los años inmediatamente antes de la conquista babilónica. Fue llevado al exilio al mismo tiempo que el rey Joaquín en el año 598–597 a.C. y fue profeta al pueblo en el exilio. Se encontraba en Babilonia cuando Jerusalén y el Templo fueron destruidos. Dios lo usó para advertir sobre el desastre inminente y llamar el pueblo al arrepentimiento. Luego de la desolación de Jerusalén, llevó palabras de consuelo y futura esperanza al pueblo judío allí en el exilio. En los Salmos tenemos una ventana al estado emocional de los exiliados: “Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos y llorábamos al acordarnos de Sion” (Sal. 137:1).
Al leer Ezequiel, tres temas me parecen ser destacados: la gloria de Dios, la preocupación de Dios por Su santo nombre (Su reputación) y Su deseo de que Israel y las naciones sepan que Él es Dios. Consideremos brevemente cada uno de esos temas.
En el primer capítulo de Ezequiel, el profeta describe una experiencia increíble, diciendo: “…los cielos se abrieron y contemplé visiones de Dios” (Ezequiel 1:1b). El versículo 28 es particularmente conmovedor: “Como el aspecto del arco iris que aparece en las nubes en un día lluvioso, así era el aspecto del resplandor en derredor. Tal era el aspecto de la semejanza de la gloria del SEÑOR. Cuando lo vi, caí rostro en tierra y oí una voz que hablaba.” Al igual que otros profetas, el llamado de Dios a Ezequiel fue dramático y cambió su vida. Ezequiel vio la gloria de Dios en el cielo. También había presenciado de primera mano la gloria del Templo en Jerusalén, además de experimentar la Shejiná (gloria) de Dios en ese lugar. Estoy segura de que habrá llorado por la destrucción del Templo.
El comentario judío de Artscroll sobre Ezequiel dice: “Fue difícil el hecho de que Yejezkel fuera testigo de la tragedia que Israel había provocado: la partida de la Shejiná de su previa habitación porque Israel ya no merecía su presencia…Yejezkel entendió y gritó en desesperada angustia: ‘¡Ah, Señor DIOS! ¿Destruirás a todo el remanente de Israel derramando Tu furor sobre Jerusalén?’ (Ezeq. 9:8).”
Muchas de sus profecías eran sombrías, pero no todas. Aunque su generación presenció la destrucción del Templo en Jerusalén y la partida de la Shejiná, Dios le dio visiones a Ezequiel sobre el futuro: el pueblo regresaría y el Templo sería reconstruido en Jerusalén (capítulo 40). Artscroll continúa diciendo: “Yejezkel vería la gloria de Dios que no se alejaba de Sion, sino que regresaba allí, para nunca más partir: ‘La gloria del SEÑOR entró en el templo por el camino de la puerta que da hacia el oriente’ (Ezeq. 43:4).” Algunos opinan que esto se cumplió con la reconstrucción de Jerusalén y el Templo en tiempos de Esdras y Nehemías, pero la descripción del Templo que vio Ezequiel (capítulo 40) tiene diferencias significativas. La mayoría cree que es el futuro (aún no construido) Tercer Templo. Algunos grupos judíos ortodoxos se están preparando para el servicio en ese futuro Templo.
En el pensamiento hebreo, el nombre de alguien está estrechamente relacionado con su reputación o carácter. Hoy también tenemos ese concepto. Cuando decimos que alguien tiene buen nombre, significa que podemos confiar en esa persona y que tiene un carácter excelente. En la Torá, Dios advierte a las personas identificadas con Su nombre que no profanen Su nombre. Considere Levítico 20:3: “Yo pondré Mi rostro contra ese hombre y lo exterminaré de entre su pueblo, porque ha entregado de sus hijos a Moloc, contaminando así Mi santuario y profanando Mi santo nombre.” La reputación de Dios era profanada cuando Su pueblo actuaba de manera contraria a Su carácter.
En Ezequiel 36 encontramos un pasaje que describe la motivación de Dios por traer Su pueblo del pacto de regreso de su exilio y dispersión. Dios dice: “Cuando llegaron a las naciones adonde fueron, profanaron Mi santo nombre, porque de ellos se decía: ‘Estos son el pueblo del SEÑOR, y han salido de Su tierra.’ Pero Yo he tenido compasión de Mi santo nombre, que la casa de Israel había profanado entre las naciones adonde fueron. Por tanto, dile a la casa de Israel: ‘Así dice el Señor DIOS: “No es por ustedes, casa de Israel, que voy a actuar, sino por Mi santo nombre, que han profanado entre las naciones adonde fueron. Vindicaré la santidad de Mi gran nombre profanado entre las naciones, el cual ustedes han profanado en medio de ellas. Entonces las naciones sabrán que Yo soy el SEÑOR,” declara el Señor DIOS “cuando demuestre Mi santidad entre ustedes a la vista de ellas. Porque los tomaré de las naciones, los recogeré de todas las tierras y los llevaré a su propia tierra”’” (vs. 20–24).
El versículo 20 es clave en el significado de este pasaje: “Estos son el pueblo del SEÑOR, y han salido de Su tierra.” El nombre de Dios fue profanado entre las naciones porque en ese tiempo politeísta, la efectividad de los dioses se juzgaba por su capacidad de guardar a su pueblo y en garantizar su prosperidad y seguridad en la tierra. Cuando el pueblo de Israel fue dispersado a múltiples lugares, las naciones en ese momento verían al Dios de Israel como ineficaz. En efecto, Su reputación recibió una verdadera paliza. Dios les dijo que los traería de regreso por el bien de Su santo nombre, o de Su reputación.
Era, y todavía es, importante para Dios que las naciones (o grupos de personas gentiles) lo conozcan y sepan que Él es el Señor. Esto queda abundantemente claro en Ezequiel. En profecía tras profecía, Dios repite una frase muy similar: “Entonces sabrás que yo soy Dios” o “Entonces las naciones sabrán que yo soy Dios.” De hecho, variaciones de esa frase aparecen más de 50 veces a través del libro de Ezequiel.
En las Escrituras, se habla del pueblo judío como el pueblo del pacto, el pueblo escogido, el especial tesoro de Dios, etc. Esto ha molestado a muchos cristianos. He escuchado muchas preguntas o declaraciones al respecto:
El Evangelio de Juan dice claramente que Dios ama a todo el mundo (3:16). El hecho de que Dios haya escogido a un pueblo no significa que Dios no ame a los demás pueblos de la tierra. Yo entiendo que Dios escogió al pueblo judío con un propósito especial. Fueron escogidos para revelar sobre Dios al mundo. Fueron elegidos para escribir Sus palabras (la Escritura) para la iluminación del mundo. Fueron escogidos para ser los padres, profetas y reyes de la Biblia. Vemos en los Escritos de los Apóstoles (Nuevo Testamento) que fueron escogidos como la familia terrenal de Jesús. Fueron escogidos para ser apóstoles, mientras toda la Iglesia primitiva todavía era judía. De hecho, todo lo valioso de nuestra fe nos llegó a través del pueblo judío.
Claramente, Dios comprende muy bien la naturaleza humana. Él sabía que una vez que el pueblo judío ya no estuviese en su tierra, Su reputación sufriría. Aunque castigó al pueblo por su pecado con el exilio, les comunicó repetidamente que algún día serían nuevamente reunidos en su tierra. En Ezequiel vemos cómo el Señor los traería de regreso, pondría en ellos Su Espíritu, establecería Su santuario en medio de ellos, y así sucesivamente. Cada vez que se profetiza algo, Dios añade que cuando esas cosas sucedan, las naciones sabrán que Él es Dios. Considere lo siguiente:
“Y las naciones que quedan a su alrededor sabrán que Yo, el SEÑOR, he reedificado los lugares en ruinas y plantado lo que estaba desolado. Yo, el SEÑOR, he hablado y lo haré” (Ezeq. 36:36).
“‘Pondré Mi Espíritu en ustedes, y vivirán, y los estableceré en su tierra. Entonces sabrán que Yo, el SEÑOR, he hablado y lo he hecho,’ declara el SEÑOR” (Ezeq. 37:14).
“Y las naciones sabrán que Yo, el SEÑOR, santifico a Israel, cuando Mi santuario esté en medio de ellos para siempre” (Ezeq. 37:28).
Hoy estamos en medio del cumplimiento de muchas cosas que Ezequiel recibió por parte del Señor. Cada vez que presenciamos la llegada de un avión lleno de nuevos inmigrantes judíos a Israel, recordamos la promesa de Dios en traerlos nuevamente a casa. Mientras los reporteros publican el evento, sé que esa es una forma en que Dios proclama a las naciones: “¡Presten atención! Estoy cumpliendo mis promesas. ¡Sepan que Yo soy Dios!”
Dios ama a todas las personas, y Su profundo deseo es que toda la humanidad lo conozca, ¡al Dios de Israel, el único Dios verdadero! Hoy día, cuando lo vemos cumpliendo fielmente Sus antiguas promesas hechas a los descendientes de Abraham, Isaac, Jacob y el rey David, es un anuncio al mundo de que el Dios de Israel está vivo. Es un mensaje claro de que Él es un Dios fiel, confiable, todopoderoso, todo amoroso y que ama a todas las personas creadas a Su imagen.
En lugar de estar celosos del pueblo judío, debemos respetarlos, honrarlos y confiar que el Dios de Israel continuará cumpliendo fielmente todas Sus promesas hechas a ellos y a todas las personas. ¡Servimos a un gran Dios! Pido a Dios que vivamos a ver el día que describió el profeta Habacuc: “Pues la tierra se llenará Del conocimiento de la gloria del SEÑOR Como las aguas cubren el mar” (Hab. 2:14).
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