por: Rebecca J. Brimmer, Presidenta Ejecutiva Internacional
¿Sabía usted que hay un libro en la Biblia que se llama «En el Desierto»? En español lo conocemos como «Números,» pero en hebreo se llama Bamidbar, que significa literalmente «en el desierto.» Bamidbar es también el nombre de la lectura semanal de la Torá con la primera porción de Números 1:1 – 4:20. El título hebreo se refiere al lugar físico en que se encontraban los Hijos de Israel en dicho momento, mientras que el título en español se refiere a las listas detalladas, las genealogías y los censos descritos en el libro. ¿Qué podemos aprender de la larga jornada que atravesaron los Hijos de Israel en el desierto?
El libro de Bamidbar (Números) comienza con una conversación de Dios con Moisés durante su segundo año luego del éxodo desde Egipto. Había transcurrido poco tiempo desde su éxodo, y Moisés aún intentaba formar una nación de ese grupo de tribus previamente oprimidas y esclavizadas en Egipto. Se habrán sentido como meras piedrecitas en la enorme industria constructora egipcia.
Quizás también se sintieron incómodos cuando Dios le dijo a Moisés que hiciera un censo numérico. Las instrucciones de Dios eran: «Haz un censo de toda la congregación de los Israelitas por sus familias, por sus casas paternas, según el número de los nombres, de todo varón, uno por uno; de veinte años arriba, todos los que pueden salir a la guerra en Israel…» (Núm. 1:2-3a). Hay varias clasificaciones en ese verso. Todo varón sobre veinte años sería contado según su tribu, su familia paterna, y su nombre individual. Luego serían agrupados en cuatro ejércitos de tres tribus cada uno. Eventualmente, todos los levitas desde un mes de nacido (incluyendo los sacerdotes) serían contados.
El rabino Avraham Ariel Trugman, en su libro Orchard of Delights [Huerto de Deleites], dice: «Uno de los mensajes fundamentales que conlleva un extenso censo es que tanto la nación total como sus componentes individuales son extremadamente importantes y únicos. Inicialmente, contaron a los individuos, luego a las familias y finalmente a las tribus. Después se hizo otro conteo de las tres tribus que estaban a cada lado del Tabernáculo. Finalmente, se llegó a una cifra total para todas las tribus. Los círculos cada vez más amplios, demarcados físicamente por campamento, tenían su propia dinámica, y cada judío constantemente operaba dentro de esos diversos contextos, fuese consciente o inconscientemente. La Torá llevaba el mensaje de que cada individuo, familia y tribu en el campamento sería reflejo de la importancia que otorga la Torá a cada componente de la nación, siendo parte de un todo y como parte distintiva.»
En la economía de Dios, cada persona pertenecía a una familia, a una comunidad y a una nación. Dios es el perfecto líder amoroso, y vemos eso claramente ilustrado en Números 1, en esa interrelación de cada individuo como parte de su nación. Cada persona es importante para Dios. Dios conoce a cada uno por su nombre. Nos conoce íntimamente.
Aunque el Señor ama a cada individuo, siempre había diseñado que fuésemos plantados y nutridos dentro de una familia, y que cada familia fuese parte de una familia extendida (tribu), y que cada individuo, familia y tribu trabajaría de manera unida y responsable por el bien de la nación (o sociedad), y que cada nación trabajaría unida y responsablemente por el cuidado de toda la tierra que Dios nos ha encargado.
Sin embargo, en el mundo moderno tan agitado, con tantas familias destruidas, es difícil que la sociedad funcione plenamente según el diseño holístico que vemos aquí. El rabino Trugman dice: «Tantas personas se sienten cortadas de sus raíces, de sus sociedades y de unas metas que puedan compartir en común… A pesar de las revoluciones científicas y tele-comunicativas que ha creado nuestra ‘aldea global,’ más y más individuos se sienten aislados, confusos, hastiados e insatisfechos con su vida.»
Continúa diciendo Trugman: «Esta porción [de texto] contiene el secreto para un balance emocional y espiritual, para encontrar nuestro equilibrio interno – que es según el contexto relacional con nuestra familia, sociedad y planeta como un todo. Cuando aprendamos a funcionar dentro de todos esos contextos, descubriremos nuestro lugar en el mundo y la manera de relacionarnos con nuestro Creador; porque en fin, Él nos puso aquí para hacer de este mundo un mejor lugar.»
El pueblo judío cree en un concepto de tikkun olam (reparación del mundo), razón por la cual ayudan a otros en situaciones de desastres naturales en todo el mundo y por la que son los primeros en ayudar a cristianos perseguidos dentro del mundo musulmán. También es la razón por la cual envían a expertos científicos para ayudar en áreas afectadas por sequía, ayudan a los agricultores africanos para incrementar la producción de sus cosechas y se esfuerzan diligentemente por encontrar soluciones a los problemas médicos de mayor impacto. Hacen todo eso porque entienden que son responsables ante Dios del bienestar no sólo de ellos mismos, sino también de sus familias inmediatas, de sus tribus o naciones y de toda la raza humana.
Dios no ha cambiado. Dios todavía conoce a cada uno por su nombre. Todavía tiene el deseo de que estemos vinculados a una comunidad. Y si nuestra familia terrenal no nos quiere, Él sí nos ama. Incluso, hasta conoce nuestros pensamientos.
En 1 Crónicas 28:9 dice: «En cuanto a ti, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele de todo corazón y con ánimo dispuesto; porque el SEÑOR escudriña todos los corazones, y entiende todo intento de los pensamientos. Si Lo buscas, Él te dejará que Lo encuentres; pero si Lo abandonas, Él te rechazará para siempre.»
Yo me crié en la Iglesia. Comprendíamos muy bien la importancia de vivir en una comunidad de fe. Nos reuníamos regularmente, y a menudo en torno a comida. Asistíamos a servicios por lo menos tres veces a la semana (dos veces en domingo y una vez durante la semana) porque sabíamos que necesitábamos nuestra comunidad de fe. Hoy día, aún veo ese tipo de interrelación en algunas iglesias, pero carece en otras. Muchas iglesias sólo se reúnen una vez por semana.
Nuestro mundo social corre a toda velocidad, y debemos determinar ser partícipes en una sólida comunidad. Algunas personas asisten a mega-iglesias una vez por semana, pero se sienten perdidas en medio de la multitud. Aunque traten de participar en esa iglesia, carecen del importante elemento de ser nutrido por la comunidad de fe. La Iglesia no es meramente un sitio donde se escucha un sermón inspirador y buena música; es también una conexión con otros creyentes.
Le animo a que se involucre en un grupo más pequeño de creyentes donde la comunidad se ayuda a crecer entre sí y alcanza a otros. El internet no puede sustituir la verdadera comunidad. La iglesia no consiste de un edificio, sino de personas fieles a Dios. Siendo representantes de Dios, necesitamos estar pendientes de otros que no estén conectados y alcanzar con el amor de Dios a quienes puedan estar atravesando un desierto seco y árido.
El libro de Hechos de los Apóstoles describe a la primera Iglesia como un grupo íntimamente conectado. «Y se dedicaban continuamente a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, al partimiento del pan y a la oración»(Hechos 2:42).
A veces le dicen a uno: «¡No te preocupes por los detalles!» En cierta manera, tienen razón. No nos debemos preocupar por las cosas pequeñas sin importancia. Pero por otro lado, están equivocados. El cuadro más amplio estará fuera de foco si no prestamos atención a los detalles. Dios presta increíble atención a los detalles. Dios organizó el campamento de los israelitas en el desierto con exquisito detalle. Vemos eso aún en el censo, donde cada elemento era importante en el gran cuadro. Cada tribu fue enumerada, ¡hasta el último hombre!
Dios dijo a Moisés y Aarón que hicieran el censo por medio de un líder específico por cada una de las doce tribus, contando a Efraín y Manasés (los dos hijos de José) como tribus separadas. La tribu de Leví (la tribu sacerdotal) se trataría de manera distinta, según descrito luego en el texto. Los nombres de los líderes se encuentran en Números 1:5-15.
Uno de los asuntos más asombrosos en torno a los nombres bíblicos es que todos tienen significado, y a menudo glorifican a Dios.
El primer nombre en la lista es Elisur, de la tribu de Rubén, que significa «Dios es protector.» El último nombre en esa lista es de la tribu de Neftalí, hijo de Enán, que significa «ojo.» Juntos, ese primer y último nombre, nos recuerdan a Deuteronomio 32:10, que dice: «…guardó [a Su pueblo] como a la niña de Sus ojos.»
Veamos algunos de esos nombres de jefes tribales y sus significados.
Elisur: Dios es mi protector
Selumiel: Dios es mi perfección
Natanael: Regalo de Dios
Eliab: Dios es mi padre
Elisama: Mi Dios está allí
Abidán: Padre de juicio
Ahiezer: Hermano de mi ayuda
Eliasaf: Dios incrementa
Ahira: Hermano de iniquidad o hermano del pastor
Imagínese cómo a la hora de cenar en el campamento de los israelitas, las madres llamarían a sus hijos para que regresen de jugar con una cacofonía de alabanzas a Dios: «¡Dios es mi protector, ven a comer!» «¡Regalo de Dios, regresa para cenar!» Cada cosa en el campamento les recordaba al Dios a quien servían. El Tabernáculo era como un memorial en el centro del campamento. La columna de fuego de noche y la nube de día constantemente les recordaba la presencia de Dios.
En Números 2 y 3 encontramos un relato de la configuración exacta de las tribus dentro del campamento. El Tabernáculo se encontraba en el medio, y en tres de sus lados se encontraban las familias de los levitas, con Moisés, Aarón y sus familias por el cuarto lado. Detrás de las familias levitas y sacerdotales se encontraban las tribus de Israel, cada una con su bandera e insignia distintiva. Tres tribus se encontraban a cada lado del Tabernáculo.
Comenzando con el lado este, y considerado el lado más importante, se encontraba el liderato: Moisés y Aarón. Luego acampaban tres tribus, todos hijos de Lea: Judá, Isacar y Zebulón. Por el sur, se encontraban las familias levitas de Coat, seguido por dos hijos de Lea: Rubén (el primogénito) y Simeón, además del hijo de Zilpa (esclava de Lea): Gad.
Por el oeste, vemos las familias levitas de Gersón, seguido por las tres tribus que procedieron de Raquel: Efraín y Manasés (hijos de José), con Benjamín. Por el norte (considerado por algunos autores judíos como el lado oscuro, dada la posterior idolatría de Dan en el reino norte de Israel) se encontraban los levitas de Merari, seguido por las tribus de Dan, Aser y Neftalí, hijos de Bilha y Zilpa (esclavas de Raquel y Lea).
Qué increíble atención al detalle. Está claro que las doce tribus eran nombradas por cada patriarca, pero eran configuradas en el campamento por su linaje matriarcal. Eso revela que Dios también presta importancia a la mujer. En la actualidad, la identidad de linaje judío todavía se determina por el patriarca, pero el linaje matriarcal es lo que determina si uno es miembro de los Hijos de Israel o no.
Moisés y Aarón acampaban por el lado este, a la puerta del Tabernáculo. Ellos estaban allí para vigilar sobre el santuario. Como eran los líderes, siempre eran visibles por cada tribu en el campamento. Los observaban como ejemplo en todo asunto de fe, además de áreas relacionales, legales y vida diaria. No estaban lejos de los demás. Estaban cerca a las personas para que el pueblo pudiese ver sus vidas diarias en devoción a Dios.
Cuán asombroso debió ser ese campamento, con su glorioso Tabernáculo, lugar de la presencia de Dios, en el justo centro. Sin importar a qué tribu pertenecieran, el centro de todo era Dios y Su manifiesta presencia se encontraba en medio del campamento. El Tabernáculo era rodeado por la comunidad, y cada cual se sentía totalmente conectado con su pueblo y su Dios. El campamento no se movía hasta que se moviese la presencia de Dios, visible en una nube de día y una columna de fuego de noche. Dios proveía todo lo que necesitaban: maná para comer, no se les gastaba la ropa, tenían líderes para dirigirlos y leyes para mantener una sociedad armoniosa.
La vida en el campamento israelita del desierto debió ser buena. Dios los dirigía a la Tierra Prometida. Les daba todo lo que necesitaban, incluyendo un liderato devoto a Dios. Un día, las tribus finalmente se acercaron a las fronteras de su nuevo hogar. Doce espías salieron para reconocer la tierra, y regresaron con un informe contradictorio. La tierra era maravillosa, pero ya estaba habitada. La gente se llenó de temor y no confiaron en que Dios los pudiese librar de sus enemigos. A consecuencia de su rebeldía, Dios los destinó a vagar por el desierto durante cuarenta años más. Aun así, Dios les proveyó en medio de ese tiempo tan difícil. «Pues el SEÑOR tu Dios te ha bendecido en todo lo que has hecho; Él ha conocido tu peregrinar a través de este inmenso desierto. Por cuarenta años el SEÑOR tu Dios ha estado contigo; nada te ha faltado» (Deut. 2:7).
Nuestra sociedad moderna se ha distanciado del diseño divino respecto a las interrelaciones del individuo con su familia, tribu y nación, además de su enfoque en la centralidad de Dios y Su presencia. La sabiduría mundana parece elevar los deseos individuales sobre las necesidades sociales. A veces, las necesidades de una pequeña minoría amenazan la seguridad de porciones más amplias en la sociedad. Nuestro mundo está fracturado porque no hemos confiado en el diseño de Dios, según revelado en Su Palabra.
Los creyentes también hemos sido influenciados por el mundo. En la actualidad, debemos nuevamente poner toda nuestra atención en el Dios de Israel, el centro de todo. Podemos confiar en el Dios que no tan sólo nos conoce íntimamente, sino que nos ha ubicado en familias, comunidades y naciones. Todos debemos trabajar por el bien de Su Reino. Nadie debe vivir aislado. Todos debemos reconocer el especial llamado de Dios a nuestras vidas, familias y comunidades. Debemos permanecer bajo la bandera e insignia que Dios ha puesto sobre nosotros.
Israel es una tierra semiárida, con algunas áreas desérticas y otras menos áridas. Muchos de esos lugares son casi intolerables, y cada año algunos ávidos excursionistas terminan en situaciones muy trágicas. Las temperaturas en el Valle del Jordán suelen subir a sobre 40 grados Celsius (104 grados Fahrenheit) o más. Mi esposo, siendo guía turístico, a menudo conduce a grupos durante los meses más calientes del año. Advierte a las personas que siempre tengan abundante agua, procuren la sombra lo más posible y que usen sombreros. Aun así, el calor es opresivo. Las Escrituras nos dicen que Dios todavía tiene planes para esos lugares desolados.
En Isaías, Dios habla sobre el regreso del pueblo judío a la tierra: «No temas, porque Yo estoy contigo; del oriente traeré tu descendencia, y del occidente te reuniré. Diré al norte: ‘Entrégalos;’ y al sur: ‘No los retengas.’ Trae a Mis hijos desde lejos y a Mis hijas desde los confines de la tierra» (Isa. 43:5-6). Somos testigos del cumplimiento de esa Escritura. A menudo cuando hablo acerca del retorno del pueblo judío, alguien me pregunta: «Si todo el pueblo judío regresara a Israel, ¿dónde los pondríamos?» Pero luego en ese mismo capítulo, Dios explica que los desiertos revivirán. «No recuerden las cosas anteriores ni consideren las cosas del pasado. Yo hago algo nuevo, ahora acontece; ¿No lo perciben? Aun en los desiertos haré camino y ríos en los lugares desolados» (Isa. 43:18-19).
El inicial Primer Ministro de Israel, David Ben Gurión, tuvo una visión de desarrollar el desierto. Eso es precisamente lo que ocurre. Beersheva crece exponencialmente. Con sus plantas de desalinización, ¡Israel produce agua potable del mar! Hoy día, casi el 80% de las necesidades acuíferas son suplidas por las plantas de desalinización. Israel cultiva muchos frutos en el desierto y áreas áridas utilizando un sistema de irrigación por goteo.
Incluso, cultivan flores en el desierto. Isaías profetizó sobre estos días: «El desierto y el lugar desolado se alegrarán, y se regocijará el Arabá y florecerá; como el azafrán florecerá copiosamente y se regocijará en gran manera y gritará de júbilo. La gloria del Líbano le será dada, la majestad del Carmelo y de Sarón. Ellos verán la gloria del SEÑOR, la majestad de nuestro Dios… Porque aguas brotarán en el desierto y arroyos en el Arabá. La tierra abrasada se convertirá en laguna, y el secadal en manantiales de aguas… Volverán los rescatados del SEÑOR, entrarán en Sion con gritos de júbilo, con alegría eterna sobre sus cabezas. Gozo y alegría alcanzarán, y huirán la tristeza y el gemido» (Isa. 35:1-2, 6b-7a, 10).
Disfruto ver cómo Dios cumple esas promesas «desérticas,» al igual que ha cumplida tantas otras promesas.
En resumen, ¿qué hemos aprendido de este estudio? Dios tiene un diseño para Su pueblo, un detallado plan, y si lo seguimos resultará en orden, bendición y provisión, y en la presencia manifiesta de Dios. Él es un buen Dios, y quiere bendecir a Su pueblo. Aunque nos encontremos en rebeldía, siguiendo nuestro propio camino, Él está cerca y nos llama al arrepentimiento. Si nuestras acciones nos conducen al desierto, Él todavía nos acompaña. Dios obra en lugares difíciles. Recuerde, ¡Él suplió cada necesidad de los Hijos de Israel a través de toda su jornada en el desierto! Él es capaz de transformar nuestros lugares áridos y estériles para que sean fructíferos. Si usted se encuentra en un «lugar desértico,» le animo a que confíe en Dios. Él nunca abandonará a los que se tornan a Él.
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