por: Rebecca J. Brimmer, Presidenta Ejecutiva Internacional
Hombres y mujeres de fe siempre han añorado la aprobación de Dios. Intentamos obtener Su aprobación por medio de acciones justas, expresiones de piedad y una vida religiosa. Construimos hermosos edificios en Su honor. Nuestros líderes espirituales hablan elocuentes mensajes mientras nos enseñan el camino hacia Dios. Muchos tratan de ser perfectos. Otros reconocen su incapacidad de alcanzar la perfección, y se rinden ante la posibilidad de complacer a Dios. Pero, ¿qué es lo que tenemos que hacer para complacer a Dios? ¿Cuáles son las cualidades que le agradan? Escuchemos lo que dijo el profeta Isaías sobre cómo obtener la aprobación de Dios.
“Así dice el SEÑOR: ‘El cielo es Mi trono y la tierra el estrado de Mis pies. ¿Dónde, pues, está la casa que podrían edificarme? ¿Dónde está el lugar de Mi reposo? Todo esto lo hizo Mi mano, y así todas estas cosas llegaron a ser,’ declara el SEÑOR. ‘Pero a éste miraré: Al que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante Mi palabra’” (Isaías 66:1-2).
¡Qué cuadro imponente de Dios! ¿Podemos aun comenzar a imaginarnos la infinita magnitud de Dios? La tierra, única realidad de nuestro espacio inmediato (excepto por algunos astronautas privilegiados), se describe como banqueta o taburete para los pies de Dios, traducido a nuestras Biblias como “estrado.” Cuán pequeños nos vemos ante Sus ojos. Sobre siete billones de personas viven en Su banqueta. Los seres humanos somos como microscópicos para Dios.
En ese pasaje anterior, Dios habla sobre la ironía de los esfuerzos humanos en construir una casa para Él. La humanidad, con una arrogancia injustificada, repetidamente ha intentado contener a Dios y ponerlo en templos, incluso ha creído que lo puede controlar o manipular a su antojo. Constantemente tratamos de redefinirlo, de ponerlo “en una caja,” según nuestras propias ideas, propuestas teológicas y deseos egoístas. Pensamos que lo comprendemos, pero Él dice en Su Palabra: “Porque Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, ni sus caminos son Mis caminos,’ declara el SEÑOR. ‘Porque como los cielos son más altos que la tierra, así Mis caminos son más altos que sus caminos, y Mis pensamientos más que sus pensamientos’” (Isa. 55:8-9).
Cuán asombroso es que ese mismo Dios, el infinito Creador del universo, ame a la humanidad y desee tener una relación con nosotros. El pasaje de Isaías 66 dice que hay tres cosas que Dios busca en una persona: que sea humilde, que sea contrito de espíritu y que tiemble ante Su Palabra.
La humildad es una de esas características por la cual raramente oramos. ¿Cuán a menudo usted ora: “Señor, hazme humilde?” Quizás es porque tenemos miedo de cómo Dios contestaría esa oración. Reconocemos que los eventos que nos harán humildes serán difíciles o hasta dolorosos. Quizás es porque ya estamos tan llenos de orgullo, tan llenos de nosotros mismos, que ni siquiera queremos esa característica en nuestras vidas. Sin embargo, Dios valora enormemente la humildad. La humildad no es opcional para Dios. Pero para poder recibir Su aprobación, debemos ser humildes.
Por lo tanto, ¿qué es la humildad? Ha sido definida como la actitud apropiada de toda criatura humana hacia Su Divino Creador. La Biblia señala la humildad de Moisés como algo digno de emular (Núm. 12:3). Muchos otros héroes bíblicos también exhibieron esa cualidad en sus vidas. Cuando Abraham valientemente intercedió por Sodoma, rápidamente declaró su bajeza: “Ahora que me he atrevido a hablar al Señor, yo que soy polvo y ceniza…” (Gén. 18:27).
Jacob, en su oración para que Dios lo libre de su hermano Esaú, expresó humildad: “Indigno soy de toda misericordia y de toda la fidelidad que has mostrado a Tu siervo” (Gén. 32:10). David estuvo dispuesto a perder su dignidad mientras alababa a Dios con toda su energía ante el arca de Dios. “Y aún seré menos estimado que esto, y seré humillado ante mis propios ojos…” (2 Sam. 6:22). El profeta Isaías clamó: “¡Ay de mí! Porque perdido estoy, Pues soy hombre de labios inmundos y en medio de un pueblo de labios inmundos habito, porque mis ojos han visto al Rey, el SEÑOR de los ejércitos” (Isa. 6:5).
Los cristianos podemos asombrarnos de la manera en que Yeshúa (Jesús) demostró humildad en Su vida: nació en circunstancias muy humildes, lavó los pies de Sus discípulos, y finalmente aceptó la muerte indigna de un criminal en la cruz. “Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que Se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló El mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:5-8).
En el judaísmo, la humildad se considera como la corona de la estatura ética humana. Muchos rabinos y sabios judíos hablan de la necesidad de la humildad. El Talmud (comentarios rabínicos sobre la tradición judía y las Escrituras Hebreas) enaltece la virtud de la humildad en términos muy elogiantes. El Rabino Meir, del segundo siglo, aseveró que la verdadera prueba de humildad es la conducta del hombre ante toda clase de personas, incluyendo los incultos e ignorantes (Avot 4:12). El Rabino Janina b. Ida sugirió que sólo el que es verdaderamente humilde puede alcanzar el conocimiento. Eso es lógico, ya que la persona arrogante nunca quiere admitir su error, y como resultado, la verdad siempre le elude. El Talmud señala que la extrema humildad del Rabino Hillel era su cualidad más digna de ser imitada (Shabbat 31b).
El erudito judío Maimónides, en su Mishneh Torá, habló de la siguiente manera: “Cuando una persona contempla las grandes y maravillosas obras de Dios y experimenta un atisbo de la incomparable e infinita sabiduría de Dios, inmediatamente lo amará y lo glorificará… así como hizo David, diciendo ‘¡Mi ser entero anhela a Dios, al Dios viviente!’ Se da cuenta que el hombre es una criatura pequeña, baja e insignificante, con limitada inteligencia, frente a la presencia de Quien es perfecto en todo conocimiento” (Yesode haTorah 2:2).
El Rabino Levitas de Yavneh dijo: “Uno debe ser muy humilde porque no hay verdadera razón para el orgullo, considerando que finalmente cada hombre será comido por gusanos” (Avot 4:4). Otros eruditos judíos declararon: “Uno que es humilde será levantado por Dios, y uno que es orgulloso será puesto en vergüenza. Es semejante al que procura la grandeza y la grandeza le elude; pero el que lo evita, ciertamente alcanzará grandeza” (Eruvin 13b).
¿Qué sucede cuando una persona se encuentra ante la presencia de Dios? En las Escrituras, cada vez que un hombre tenía el privilegio de estar ante la presencia Divina y de ver Su gloria, el hombre se humillaba. Cuando Dios se reveló a Moisés en la zarza ardiente, Moisés escondió su rostro (Éx. 3:6).
Isaías se sintió abrumado por la presencia de Dios y exclamó “¡Ay de mí!” (Isa. 6:5). Ezequiel cayó de rostro en tierra (Ezek. 1:28). Pablo cayó al suelo (Hech. 9:4). Juan el Apóstol cayó a Sus pies como si estuviese muerto (Apoc. 1:17). En el libro de Apocalipsis, vemos un cuadro del cielo, y los seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postran ante el trono (Apoc. 4:10). Cuando la gloria de Dios llenó el Templo, los sacerdotes no pudieron seguir ministrando (2 Crón. 5:14).
Habrá bendición cuando nos humillamos ante Dios, y las Escrituras declaran que Dios habita con el humilde (Isa. 57:15); el humilde heredará la tierra (Sal. 37:11); Dios lo mira (Isa. 66:2); Dios da gracia al humilde (Sant. 4:6); Dios exalta al humilde (1 Ped. 5:6; Luc. 18:14) y Dios da buenas nuevas a los humildes (Isa. 61:1).
Paradójicamente, la recompensa al humilde es la grandeza. Los que procuran la grandeza no la encuentran, pero los que sirven a Dios de todo corazón y con espíritu humilde encontrarán que Dios no sólo los mira con aprobación, sino que Dios los usa para grandes cosas en Su reino. El ser humano se esfuerza por obtener grandeza, reconocimiento y posición, pero las Escrituras dicen: “Humíllense en la presencia del Señor y El los exaltará” (Sant. 4:10).
Una de las maneras en que tratamos de obtener la aprobación de Dios es en ser perfectos. Tristemente, ninguno podrá alcanzar esa posición. Somos seres frágiles, sujetos a tentaciones y pecados. Dios nos creó frágiles. ¿Entonces, no hay esperanza? Gracias a Dios, Él no usa la perfección como criterio para agradarse de nosotros. Dios busca a personas que se acerquen a Él con espíritu contrito cuando no puedan cumplir con ese ideal. ¿Cómo usted responde cuando es confrontado con su pecado y sus debilidades? ¿Intenta justificarse y aún continúa la práctica pecaminosa? ¿O se cae de rodillas, se arrepiente y busca el perdón de Dios por su fracaso?
La palabra hebrea daka (דכא) es traducida al español como el estar “contrito,” y literalmente significa estar magullado o aplastado. También tiene la connotación de ser golpeado, azotado, abatido y lisiado. En términos modernos, dicha palabra describe a la persona lisiada o incapacitada. El diccionario Webster describe contrición como estar sinceramente arrepentido; sentir profundo dolor y aceptación de culpa por haber hecho algo malo.
Cuando Dios dice que mira a la persona de corazón contrito, Dios mira a la persona que, cuando peca, responde a sus acciones con profunda tristeza. Es mucho más que un simple reconocimiento de su pecado. Es un quebrantamiento ante el Santo Dios, que conduce al arrepentimiento y distanciamiento del pecado, literalmente corriendo en dirección contraria.
Muchos teólogos cristianos distinguen entre el arrepentimiento por temor al castigo y el arrepentimiento por amor a Dios con la determinación de enmendar su vida.
Existe un puro arrepentimiento que proviene desde adentro, cuando uno reconoce que necesita cambiar sus acciones para vivir rectamente delante de Dios. Percibimos la diferencia entre el lamento de un pecado por ser atrapado y el genuino arrepentimiento en la vida del rey David en el Salmo 51. David había pecado contra Dios y el hombre cuando tomó la esposa de otro, a Betsabé, la impregnó y luego permitió la muerte de su esposo para encubrir su pecado. Nos dice 2 Samuel 11:27 que Dios estaba disgustado con la acción de David, pero Hechos 13:22 dice que David era un hombre según el corazón de Dios.
¿Qué ocurrió para que Dios cambiara Su actitud hacia David? David tenía un espíritu contrito delante de Dios. Cuando fue confrontado por el profeta Natán, la respuesta de David por su pecado fue clamar a Dios por perdón. Estas palabras fluyeron de lo más profundo de su espíritu quebrantado y contrito: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a Tu misericordia; conforme a lo inmenso de Tu compasión, borra mis transgresiones. Lávame por completo de mi maldad, y límpiame de mi pecado” (Salmo 51:1-2).
Sí, David había pecado enormemente y contristó a Dios, pero también era un hombre que amaba a Dios y se arrepintió de todo corazón. Hoy día, cuando el Espíritu Santo nos convence de nuestras transgresiones, es sabio que prestemos atención a esa convicción y nos arrepintamos ante Dios para no complicar más las cosas y ser descubiertos, a nuestra vergüenza. Tarde o temprano, tendremos que responder a nuestras transgresiones.
El arrepentimiento y el perdón es un tema importante en el pensamiento judío, al igual que en el cristiano. Cuando el Rabino Eliezer ben Hircano dijo a sus discípulos que se arrepintiesen el día antes de morir, le preguntaron cómo sabrían cuándo iban a morir. El Rabino Eliezer respondió que uno debe arrepentirse diariamente, porque uno pudiese morir al día siguiente (Shabbat 153a).
Stephen Katz, profesor judío en la Universidad Dartmouth, dice: “No es suficiente que el hombre tenga la esperanza del perdón de Dios y se lo pida. El hombre debe humillarse, reconocer su falta y resolver apartarse del pecado… Una contrición interna debe ser seguida por actos externos: el remordimiento debe ser traducido a hechos. Eso representa el tomar dos pasos. Primeramente, el negativo: dejar de hacer el mal, y luego el positivo: el hacer el bien” (Katz 111).
Los sabios judíos enseñaron que Dios prontamente perdonará todo pecado de alguien en Su contra, pero requiere que esa persona también perdone las transgresiones de otros contra él o ella (BT Rosh HaShanan 17b).
En Mateo, Yeshúa dijo lo mismo: “Por tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mat. 5:23-24).
En cuatro ocasiones del Tanak (Génesis a Malaquías), Dios dice a los Hijos de Israel que circunciden sus corazones. Eso revela que Dios está interesado en la condición de nuestro corazón. Samuel dijo que “Dios no ve como el hombre ve, pues el hombre mira la apariencia exterior, pero el SEÑOR mira el corazón” (1 Sam 16:7b). El escrutinio de Dios es mucho más profundo, y penetra hasta el verdadero interior de nuestro ser. Cuando el corazón está bien delante de Dios, nuestras acciones externas reflejarán esa realidad. Desafortunadamente, personas “religiosas” de todas las edades han evidenciado que es posible hacer lo correcto sin tener un corazón puro y justo.
“El SEÑOR tu Dios circuncidará tu corazón y el corazón de tus descendientes, para que ames al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas” (Deut. 30:6).
Recuerde que Yeshúa criticó a los fariseos por eso mismo: “¡Ay de ustedes, escribas y Fariseos, hipócritas que son semejantes a sepulcros blanqueados! Por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia” (Mat. 23:27). Se veían limpios y justos desde fuera, pero esa no era la condición de sus corazones. Ninguno de nosotros estamos exentos de eso, y debemos constantemente mirar nuestros corazones y nuestras motivaciones, para asegurar que sean puras. En el Salmo 139:23-24, David dijo: “Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis inquietudes. Y ve si hay en mí camino malo, y guíame en el camino eterno.”
Agraciadamente, las Escrituras nos dicen que Dios circuncidará nuestro corazón, porque no tenemos la habilidad de cambiar nuestros propios corazones, según la natural fragilidad humana. Requiere la obra Divina de gracia.
En el mundo cristiano moderno, muchos parecen haber olvidado la reverencia de Dios y de Su Palabra. Dios buscará a aquellas personas que tomen Su Palabra en serio, que reconozcan la importancia de no tan sólo leerla, sino también de obedecerla.
Recuerdo haber escuchado la historia de una congregación en la previa Unión Soviética que solamente poseía una página de la Biblia. Por años, su pastor predicaba de esa única página. Crecieron en el Señor, pero anhelaban más de Su revelación. Cuando recibieron una Biblia completa, el pastor lloró de gozo. En contraste, mi familia tenía un anaquel lleno de diferentes versiones de la Biblia, además de referencias, concordancias y diccionarios, pero no teníamos la misma apreciación de la Palabra de Dios como ese pastor. Es triste, pero muchas veces tomamos la Palabra de Dios de manera muy liviana.
Dios no quiere que lo tomemos a Él ni a Su Palabra de manera liviana. Él quiere que temblemos ante Su Palabra. La palabra hebrea para “temblar” en Isaías 66:2 es jared (חרד), que también significa temer y reverenciar. ¿Así es como reaccionamos ante Dios y Su Palabra? La Biblia es Su revelación a la humanidad. Nos ha dado Su libro de instrucciones para la vida. Me pregunto cuánta tristeza podrá sentir cuando nos ve tomar ese rico tesoro de verdad, promesa y bendición de manera liviana.
En Israel, las Biblias y otros libros sagrados que se han desgastado por el uso y el tiempo nunca son descartados. Son puestos en una genizá, un lugar escondido, usualmente dentro de un muro en la sinagoga. Si contienen el nombre de Dios, nunca pueden ser descartados. Muchos antiguos manuscritos existen en museos hoy día porque alguien encontró una genizá con libros escondidos desde hace muchos siglos. El pueblo judío cree en la santidad de la Palabra de Dios, y la tratan con mucho respeto. En cada celebración anual de Simjat Torá (el Gozo de la Palabra de Dios), cuando se comienza un nuevo ciclo de lecturas desde Génesis a Deuteronomio, los miembros de la congregación danzan con sus rollos de Torá. A menudo continúan danzando por las calles de su vecindario, mientras expresan su gozo y reverencia hacia la Palabra de Dios. Eso también ocurre cada vez que reciben un nuevo rollo de la Torá.
Quisiera que todos respetáramos así la Palabra de Dios: que la leamos y también actuemos según Sus palabras. Igualmente, Dios quiere que no tan sólo respetemos el libro que contiene Sus Palabras, sino que temblemos con temor ante las palabras que pronunció y permitamos que nos cambien. El gran y poderoso Creador del Universo nos ha hablado. Él sostiene nuestro futuro en Sus manos. Debemos caer de rostro ante Él, así como hicieron los hombres de la antigüedad.
El profeta Joel dijo: “El SEÑOR da Su voz delante de Su ejército, porque es inmenso Su campamento, porque poderoso es el que ejecuta Su palabra. Grande y terrible es en verdad el día del SEÑOR, ¿y quién podrá soportarlo?” (Joel 2:11).
Dios no se interesa en nuestras tradiciones religiosas, nuestra auto-justificación ni nuestro esfuerzo por obtener Su aprobación. Él no aprueba de personas que simplemente sigan las reglas pero cuyos corazones estén lejos de Él. Al contrario, Dios busca a hombres y mujeres que reconozcan su necesidad de Él. Ellos reconocen que sin Él no son nada. Él busca al que anda en humildad, al que es contrito de espíritu, al que se arrepiente de todo corazón. Dios busca al que escucha Sus palabras y permite que les cambie por dentro. Esa es la persona a quien Dios mira. Esa es la persona que recibe la aprobación del asombroso y santo Dios del universo. Esa es la persona que podemos ser a medida que nos rindamos a Él, que tomemos el tiempo para aprender de Su Palabra y permitamos que circuncide nuestro corazón. Yo estoy lista. ¿Y usted?
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