por: Rvda. Cheryl L. Hauer, Vicepresidenta Internacional
LOS FESTIVALES DE OTOÑO han pasado y las fiestas de primavera aún están por llegar. Las velas de Jánuca (Fiesta de la Dedicación) se han consumido por última luz, y las sufganiyot (donas que se comen durante Jánuca) han desaparecido de las pastelerías, aumentando el peso de los judíos de todo el mundo. Las decoraciones navideñas ya fueron empaquetadas; los villancicos no se cantarán hasta la próxima temporada y, por desgracia, no habrá más galletas navideñas. Pero eso no significa que nos quedemos sin nada que celebrar en este momento. Al fin y al cabo nos han dicho que el amor está en el aire y definitivamente es la temporada para celebrarlo.
Sin embargo, el amor es uno de esos conceptos elusivos y muy difíciles de definir. Como creyentes de la Biblia, sabemos que el verdadero amor supera la emoción humana y que en realidad se originó con el Dios del universo. Dependiendo su traducción, la palabra aparece casi 500 veces en las Escrituras, pero el concepto está en todas partes. Solo el libro de los Salmos está lleno de referencias al amor apasionado de Dios por su pueblo, y en los Escritos de los Apóstoles (NT), Juan nos dice que solo podemos amar porque Dios nos amó primero (1 Juan 4:19). El amor bíblico es sacrificial, implica acción y demanda obediencia. Yeshúa (Jesús) citó la Torá (Génesis a Deuteronomio) cuando nos dijo que el mayor de todos los mandamientos es amar a Dios; la Biblia provee la única vara para medir que tan bien estamos cumpliendo con ese mandamiento.
El mundo nos dice que el amor es una emoción, un intenso sentimiento de afecto o cariño, una sensación de profundo romance, atracción sexual o apego. Se nos dice que podemos fácilmente quedar enamorados, mientras que con la misma facilidad podemos salir de ese enamoramiento. Carece de compromiso y, a menudo, se basa únicamente en la atracción sexual. Para muchos, no hay pautas, ni vara de medir, y la idea del amor está llena de confusión; y, hasta cierto punto, tenemos que agradecérselo a nuestros antepasados. La sociedad romana, al igual que la civilización griega, estaba profundamente definida por el sexo. Las mujeres eran consideradas propiedad y se casaban solo para procrear. El afecto y el cariño conyugales eran prácticamente inexistentes; un esposo que no tenía relaciones extramatrimoniales era considerado menos que un hombre. Los festivales religiosos a menudo incluían exhibiciones abiertas de sexo y desnudez.
Las primeras iglesias cristianas fundadas por Pablo y sus equipos en ciudades como Corinto y Éfeso estaban pobladas por conversos de religiones paganas. Estas religiones explotaban a las prostitutas de los templos y promovían la perversión sexual en la vida de solteros y casados, incluso en los rituales religiosos. Muchos de ellos habían adorado a una de las diosas más poderosas y perversas de la antigüedad, Afrodita. Ella es conocida hasta el día de hoy como la diosa del amor. No es de extrañar que el mundo siga confundido.
La mayoría de nuestras celebraciones modernas del ‘amor’ son bastante buenas en comparación, pero todavía no alcanzan a comprender lo que debería ser el amor. El ‘Día de San Valentín’ se celebró originalmente para conmemorar las acciones de un monje romano del siglo III, San Valentín, y ha sido una fiesta reconocida durante siglos. Una leyenda dice que Valentín fue asesinado ayudando a los cristianos a escapar de las prisiones romanas, donde estaban siendo torturados y asesinados, demostrando su amor por Dios y por su prójimo. Hoy en día, es una fiesta mundial donde las tradiciones pueden diferir, pero la noción básica de demostrar tu amor a tu pareja es la misma en todo el mundo. Algunos países —como Corea del Sur, España y Japón— en realidad lo celebran en dos días separados, uno cuando las mujeres les dan chocolates a sus hombres y el segundo cuando los hombres corresponden con regalos muy caros. La mayoría de los países europeos, Canadá, Inglaterra, Sudáfrica, Nueva Zelanda y la mayor parte del mundo ven parejas que expresan sus sentimientos de diversas maneras. En Finlandia, la festividad en realidad se llama ‘Día del Amigo’ y es un momento para reconocer a todas las personas que son importantes para ti, no solo a las parejas románticas.
En los Estados Unidos, el ‘Día de San Valentín’ ocupa el tercer lugar entre los días festivos que generan ingresos. En 2020, los estadounidenses gastaron 21,800 millones de dólares para demostrar su amor: 2,300 millones de dólares en flores, 2,400 millones de dólares en chocolate y 1,700 millones de dólares en regalos para mascotas. Los australianos gastaron más de mil millones de dólares, mientras que los británicos fueron un poco más conservadores con 658 millones de libras esterlinas (888 millones de dólares estadounidenses) gastados en comidas y flores. Lamentablemente, a pesar de las celebraciones, cenas costosas, flores y chocolates, cuando amanece el 15 de febrero aún reina la confusión.
De alguna manera, por difícil que sea, debemos divorciarnos de todo lo que el mundo nos ha dicho y enseñado sobre el amor y permitir que el Señor derrame Su amor en nuestros corazones. Se nos instruye a amarlo con todo nuestro ser y amar a los demás como Él nos ha amado. Para hacer eso, es imperativo que tomemos tiempo para contemplar lo que la Biblia nos dice sobre el amor de Dios por nosotros y permitamos que la profundidad de cada palabra penetre en nuestras mentes y corazones. En Éxodo 33, Moisés experimenta el amor de Dios de una manera notable. Es un poco atrevido, diciéndole a Dios que quiere verlo; quiere más de Él. Pero Dios responde con una ternura increíble, explicándole a Moisés con precisión dónde lo colocará, cómo lo protegerá y exactamente lo que esperará a medida que cumpla con su pedido. Y al pasar, Él se identifica a sí mismo como un Dios de amor inefable:
“Entonces pasó el Señor por delante de él y proclamó: «El Señor, el Señor, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, el que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado»” (Éx 34:6-7a).
En el Salmo 40, puedes escuchar el asombro en la voz de David cuando relata lo que Dios ha hecho por él, el Dios de sus antepasados, el Dios del universo, en quien está todo poder, toda gloria, magnífico y temible, y sin embargo…
“Esperé pacientemente al Señor, y Él se inclinó a mí y oyó mi clamor. Me sacó del hoyo de la destrucción, del lodo cenagoso; asentó mis pies sobre una roca y afirmó mis pasos. Puso en mi boca un cántico nuevo, un canto de alabanza a nuestro Dios… Muchas son, Señor, Dios mío, las maravillas que Tú has hecho, y muchos Tus designios para con nosotros; nadie hay que se compare contigo” (Sal 40:1-3, 5a).
El profeta Sofonías, contemporáneo de Jeremías, declaró al pueblo de Israel acerca de la inminente muerte. Habló del día del Señor más que cualquier otro profeta y advirtió al pueblo que se acercaba el día de la ira de Dios, un día de juicio sobre el pecado. Y, sin embargo, los animó, recordándoles el fiel amor de Dios:
“El Señor tu Dios está en medio de ti, guerrero victorioso; se gozará en ti con alegría, en Su amor guardará silencio, se regocijará por ti con cantos de júbilo” (So 3:17).
David, a quien Dios llamó un hombre conforme a Su corazón, era consciente de la mayoría de sus propios defectos, pecado e indignidad. Sin embargo, pudo clamar:
“¡Cuán preciosa es, oh Dios, Tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se refugian a la sombra de Tus alas” (Sal 36:7).
El profeta Isaías trajo algunas de las profecías más escalofriantes de la Biblia al pueblo de Israel, advirtiéndoles del castigo por su pecado. Sin embargo, con cada palabra aterradora, traía un mensaje de esperanza del amor de Dios:
“«Porque los montes serán quitados y las colinas temblarán, pero Mi misericordia no se apartará de ti, y el pacto de Mi paz no será quebrantado», dice el Señor, que tiene compasión de ti” (Is 54:10).
En los Escritos de los Apóstoles (NT), Pablo nos dice:
“Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios…” (Rom 8:38-39).
Jeremías nos dice que Dios ama a Su pueblo con un amor eterno (31:3), que ha quitado nuestros pecados tan lejos como está el oriente del occidente (31:34), que Sus planes para nosotros son de bien y no de mal (29:11). Tito nos recuerda que solo por la bondad y el amor de Dios, según Su misericordia, somos salvos (3:4-6). La Biblia nos clama que Él es nuestro escudo y defensor, nuestra sabiduría y paz, nuestra salvación y protección, nuestro Sanador, Padre y Amigo. ¿Puede haber algo más increíble? Quizás solo no hay nada que podamos hacer para ganarnos este amor; para que Dios nos ame más o para que nos ame menos; y literalmente nada en los cielos o en la tierra puede separarnos de la compasión, la ternura, la bondad, la fidelidad, el perdón, el poder y la autoridad que son el amor de Dios.
¿Cuál debe ser nuestra reacción? ¿Cuál es nuestra vara de medir? El amor de Dios es incondicional. Él no nos ama si hacemos algo o no, o por lo que somos o no lo somos. Lo hace porque eso es lo que Él es. Pero la Biblia es clara en cuanto a cuáles deben ser nuestras reacciones. Como Moisés, debemos postrarnos ante nuestro Dios y adorarlo con humildad. Como David, debemos clamar, “Señor, muéstrame Tus caminos, enséñame Tus sendas. Guíame en Tu verdad y enséñame, porque Tú eres el Dios de mi salvación; en Ti espero todo el día” (Sal 25:4-5). Con el profeta Miqueas, debemos proclamar, “Pero yo pondré mis ojos en el Señor, esperaré en el Dios de mi salvación. Mi Dios me oirá” (Mi 7:7).
Con el profeta Isaías, debemos cantar, “Pero los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas. Se remontarán con alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán” (Is 40:31); y recordarnos a nosotros mismos y a los demás, como lo hizo Isaías, “Por tanto, el Señor desea tener piedad de ustedes, y por eso se levantará para tener compasión de ustedes… ¡Cuán bienaventurados son todos los que en Él esperan!” (Is 30:18).
Quizás una de las instrucciones más conmovedoras y claras de toda la Biblia sobre cómo amar a Dios se encuentra en los Evangelios, donde se nos dice: «Si ustedes me aman, guardarán Mis mandamientos» (Juan 14:15).
Vivimos en una época oscura marcada por la división, el conflicto, el miedo e incluso el odio. Es un tiempo en el que la luz del creyente debe brillar más intensamente que nunca. El amor de Dios debe derramarse a través de nosotros hacia aquellos que están atrapados en esa oscuridad. Todo lo que necesitamos hacer es permitir que el amor de Dios nos inunde, rendirnos a Él en humildad y comprometernos a una vida de obediencia. Nuestra luz brillará y nuestras vidas reflejarán la paz y la alegría que trae el amor verdadero. No hay confusión en eso.
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