por: Rebecca J. Brimmer, Presidenta Ejecutiva Internacional
Daniel es un asombroso ejemplo bíblico de un hombre totalmente rendido y dedicado a Dios; un hombre que Dios usó en aquel entonces, y ha utilizado a través de las edades hasta el presente. Sus profecías son consideradas aun relevantes hoy día, ya que tienen que ver con los últimos tiempos. Académicos judíos y cristianos estudian a Daniel con gran interés. En el comentario de ArtScroll sobre Daniel, el rabino Nosson Scherman describe a Daniel como ¡un puente a la eternidad! En los Escritos de los Apóstoles (Nuevo Testamento), tanto en Mateo como Marcos, Yeshúa (Jesús) hace referencia a sus profecías. El profeta Ezequiel cita a Daniel tres veces, reconociendo a Daniel como un hombre justo.
Ciertamente, muchas cosas se han escrito respecto al asombroso material profético en el libro de Daniel. Sin embargo, en este Estudio de Israel, quiero analizar otros aspectos de Daniel. Él era un fascinante hombre de integridad, oración, sabiduría y visión. Fue promovido a una posición de autoridad en Babilonia, la tierra de su cautiverio y exilio. Pienso que hay muchas lecciones aquí que podremos aprender de su vida.
Parte de la vida humana es aprender a manejar situaciones difíciles. Me parece que cada uno de nosotros hemos tenido adversidades en nuestra vida que hemos tenido que vencer. Tristemente, algunos nunca superan la abrumadora sensación de pérdida o carencia en sus vidas. Daniel es un ejemplo de alguien que experimentó devastadoras tragedias en su vida, pero no permitió que esas cosas lo alejaran de una vida dedicada a Dios.
Daniel era parte de una joven aristocracia en la antigua Judea antes del exilio. Provenía del linaje de David, una línea real. Vivió una vida aventajada, recibiendo una buena educación y experimentando un privilegiado estilo de vida. Pero de repente todo cambió. El rey Nabucodonosor invadió a Judea, capturó la joven aristocracia de mente brillante, y se la llevó cautiva a Babilonia. Las Escrituras nos dicen: «Entonces el rey mandó a Aspenaz, jefe de sus oficiales, que trajera de los Israelitas a algunos de la familia real y de los nobles. Estos jóvenes no debían tener defecto alguno, serían de buen parecer, inteligentes en toda rama del saber, dotados de entendimiento y habilidad para discernir y que tuvieran la capacidad para servir en el palacio del rey; y le dio órdenes de que les enseñara la escritura y la lengua de los Caldeos» (Dan. 1:3-4).
La frase «jóvenes» es una traducción del término hebreo yeladim, que significa «niños.» Parece que estos fueron capturados cuando aún eran muy jóvenes, quizás en su adolescencia. ¿Qué experimentaron? Fueron desarraigados de sus familias, sus hogares, su nación y su cultura. De repente fueron confrontados por extraños que controlaban sus vidas y tenían que aprender una nueva cultura e idioma. Incluso, les removieron sus nombres y les impusieron nombres babilónicos. Es probable que también fueran hechos eunucos. La Biblia dice que fueron entregados en manos del encargado de los «oficiales,» que también implica eunucos, para ser entrenados en el palacio del rey. Sus vidas fueron cambiadas totalmente, y no para bien.
Recuerdo que el profeta Isaías advirtió al rey Ezequías sobre la cautividad que vendría: «Oye la palabra del SEÑOR de los ejércitos: ‘Ciertamente vienen días cuando todo lo que hay en tu casa y todo lo que tus padres han atesorado hasta el día de hoy, será llevado a Babilonia; nada quedará,’ dice el SEÑOR. ‘Y algunos de tus hijos que saldrán de ti, los que engendrarás, serán llevados y serán oficiales para servir en el palacio del rey de Babilonia'» (Isa. 39:5-7).
W. A. Criswell dice: «Daniel fue víctima de ese juicio de Dios por causa de los pecados del pueblo. Él era príncipe, de linaje real. Había nacido para reinar, fue criado para esperar el cetro. Nunca soñó con ser esclavo a un monarca pagano en una tierra extraña. Pero la profecía de Isaías, ese juicio de Dios, fue triste y trágicamente cumplida durante la vida de ese joven. Lo hicieron eunuco en la corte del rey de Babilonia. Llegó a ser un árbol seco. Fue un hombre emasculado, sin esperanza de familia, progenie ni posteridad.»
¡Qué tragedia! Sus vidas fueron destruidas. Sus esperanzas para un futuro brillante fueron destruidas. Fueron separados de sus familias, y nunca tendrían familias propias en el futuro. ¿Cómo reaccionaría usted? ¿Con depresión, ira, amargura? La Biblia no narra el proceso que atravesaron Daniel y sus compañeros, ni nos dice cómo lo sobrellevaron. Pero claramente, sí lo vencieron y llegaron a ser lumbreras para Dios en medio de la sociedad babilónica. El libro de Daniel está lleno de maravillosos relatos de fe en acción durante tiempos difíciles. Considere la forma en que fueron librados del horno de fuego, del foso de los leones y de un decreto por matar a todos los sabios en la tierra. Esos jóvenes se mantuvieron anclados en la fe de sus padres, lo que les capacitó a vivir como hombres justos, aunque habían sido profundamente marcados por la tragedia que experimentaron.
Los cuatro hombres mencionados tenían nombres hebreos de gran significado. Daniel: «Dios es juez»; Ananías: «el Señor es bondadoso»; Misael: «¿Quién es ese que es Dios?»; Azarías: «El Señor ayuda».
John Walvoord dice: «De manera relevante, todos sus nombres hebreos indican una relación con el Dios de Israel y, según la costumbre de esos tiempos, revela la devoción de sus padres. Quizás eso explica que, en contraste con otros jóvenes, estos fueron hallados fieles a Dios: tuvieron hogares piadosos en sus primeros años de vida. Aún durante los días de la apostasía de Israel, hubo quienes se encontraban entre los siete mil de Elías en Israel que no se arrodillaron ante Baal.»
Daniel probablemente nació durante el tiempo del rey Josías, uno de los reyes más justos de Judá. Criswell se refiere a ese tiempo en Judá como uno de avivamiento. Es posible que Daniel escuchara la lectura pública de la Palabra de Dios (2 Reyes 23:2). Sin dudas, él y sus compañeros y sus familias fueron profundamente influenciados por ese avivamiento espiritual. El impacto de esa experiencia espiritual durante la niñez y juventud de Daniel lo equiparó para mantener una vida de servicio a Dios en medio de dificultades.
En la última parte del libro de Isaías, el profeta escribió mensajes de esperanza para los que regresarían desde el cautiverio. En el capítulo 56, Isaías habló sobre los eunucos dentro del plan de Dios. Esa es una indicación de que algunos de los hijos de Judá serían hechos eunucos durante su tiempo en Babilonia: «Que el extranjero que se ha allegado al SEÑOR, no diga: ‘Ciertamente el SEÑOR me separará de Su pueblo.‘ Ni diga el eunuco: ‘Soy un árbol seco.‘ Porque así dice el SEÑOR: ‘A los eunucos que guardan Mis días de reposo, escogen lo que Me agrada y se mantienen firmes en Mi pacto, les daré en Mi casa y en Mis muros un lugar, y un nombre mejor que el de hijos e hijas. Les daré nombre eterno que nunca será borrado‘« (Isa. 56:3-5).
Dios toma a personas desfiguradas, heridas y cicatrizadas, y les ayuda a vencer. Sus vidas glorifican a Dios y bendicen a quienes los rodean. Nadie ha vivido circunstancias perfectas, pero todos podremos encontrar consuelo, fortaleza y sanidad en las manos de un Dios perfecto. Padres, sean animados: las semillas de justicia que ustedes sembraron en sus niños producirán frutos abundantes. Daniel y sus compañeros fueron secuestrados de sus hogares piadosos y sufrieron enormemente, pero les acompañó el deseo de seguir los caminos de Dios hasta una tierra extraña.
Daniel pudo haber respondido a las cosas terribles que le ocurrieron con profunda tristeza y depresión. Pudo haber reaccionado con ira. Pudo haber pasado su tiempo lamentando su destino. Pudo haberse alejado de Dios. Pero sin embargo, leemos que «Daniel se propuso en su corazón» (Dan. 1:8), que tomó una decisión. Lo que sigue pudiese parecer algo insignificante, porque sólo tiene que ver con alimento, pero creo que ese fue un momento determinante para otras cosas. Daniel decidió vivir, y vivir para Dios. Sin esa determinación, quizás nunca hubiese escrito una profecía ni se hubiese convertido en un hombre de oración y con gran influencia entre los reyes.
Yo hablo por experiencia propia. Luego de algunos años en matrimonio, mi esposo y yo fuimos informados de que nunca tendríamos hijos. Tuvimos que tomar una decisión, y decidimos vivir para el Señor y confiar en Su plan perfecto para nosotros. Recuerdo un momento crucial cuando oraba, y le decía a Dios que sabía que Él me podía sanar. Sin embargo, yo me quería someter a Su plan para nuestras vidas. Si llegaban hijos, maravilloso. Pero si no llegaban, yo quería vivir según Su perfecto plan.
Daniel determinó seguir los caminos de Dios, aun cuando se trataba de alimento. «Pero Daniel se propuso en su corazón no contaminarse con los manjares del rey ni con el vino que él bebía, y pidió al jefe de oficiales que le permitiera no contaminarse» (Dan. 1:8). La Torá (Génesis a Deuteronomio) establece a los hijos de Israel cierta manera específica de comer. Daniel claramente estaba comprometido a comer alimento kosher, aunque también reconocía que era riesgoso rechazar comida de la mesa del rey. El jefe de los eunucos también temía por su propia vida. «Así pondrían en peligro mi cabeza ante el rey» (v. 10). Pero Daniel estaba tan decidido que, a pesar de esa respuesta negativa, pidió al mayordomo que les permitiese hacer una prueba. Y luego de diez días, ¡su apariencia era mejor que la de los que comían los manjares del rey! Al comer simplemente vegetales y tomar sólo agua, Daniel evitó comer alimento no kosher. Muchos judíos ortodoxos modernos hacen eso cuando viajan y no pueden obtener comida kosher.
Luego podemos encontrar su determinación de vivir justamente cuando surgió el asunto de la idolatría (Daniel 3). Los tres amigos de Daniel rehusaron inclinarse ante la estatua, sin importar la consecuencia de su desobediencia. En esos momentos, ¡no tenían la seguridad de que Dios los rescataría! Pero su determinación era inconmovible, a pesar de la posibilidad de una horrenda muerte. Le dijeron al rey: «Ciertamente nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiente. Y de su mano, oh rey, nos librará. Pero si no lo hace, ha de saber, oh rey, que no serviremos a sus dioses ni adoraremos la estatua de oro que ha levantado» (Dan. 3:17-18). Dios recompensó su fe, y sus vidas fueron rescatadas del fuego.
Dios usó a Daniel en más de una ocasión para darle revelaciones al rey. Él interpretaba sueños y visiones. No vemos que Daniel se jactaba de ello, aunque habría una tendencia natural de enorgullecerse. Siempre da la gloria a Dios: «En cuanto al misterio que el rey quiere saber, no hay sabios, encantadores, magos ni adivinos que puedan declararlo al rey. Pero hay un Dios en el cielo que revela los misterios, y Él ha dado a conocer al rey Nabucodonosor lo que sucederá al fin de los días…» (Dan. 2:27-28).
Daniel siempre hablaba la verdad a los reyes, y así exhibía una increíble valentía espiritual. En un estilo de verdadero profeta, dijo al rey Nabucodonosor que Dios lo humillaría y que le haría comer yerba como las bestias por siete años. En otra ocasión, se le pidió que interpretara el texto que vio escribirse sobre una pared en el palacio del rey Belsasar. El rey intentó alagar a Daniel, y le prometió beneficios materiales y fama: «Pero yo he oído decir de ti que puedes dar interpretaciones y resolver problemas difíciles. Ahora, si puedes leer la inscripción y darme a conocer su interpretación, serás vestido de púrpura y llevarás un collar de oro al cuello, y tendrás autoridad como tercero en el reino» (Dan. 5:16). Daniel evidenció que era un hombre de integridad y rehusó los sobornos: «Sean para ti tus regalos y da tus recompensas a otro…» (Dan. 5:17). De esa manera, demostró que no temía dar un mensaje desastroso al rey Belsasar y su reino.
Daniel ya era famoso por su rectitud de carácter. La madre del rey Belsasar le hizo un asombroso tributo: «Hay un hombre en su reino en quien está el espíritu de los dioses santos. Y en los días de su padre se halló en él luz, inteligencia y sabiduría como la sabiduría de los dioses… debido a que se halló un espíritu extraordinario, conocimiento e inteligencia, interpretación de sueños, explicación de enigmas y solución de problemas difíciles en este hombre, Daniel…» (Dan. 5:11-12).
Aún personas envidiosas que conspiraron matarlo no podían encontrar corrupción en él: «Entonces los funcionarios y sátrapas buscaron un motivo para acusar a Daniel con respecto a los asuntos del reino. Pero no pudieron encontrar ningún motivo de acusación ni evidencia alguna de corrupción, por cuanto él era fiel, y ninguna negligencia ni corrupción podía hallarse en él» (Dan. 6:4).
Daniel y sus compañeros exhibieron pureza de carácter y determinación por seguir a Dios en toda justicia. Su profunda conexión con Dios les capacitó a defender la rectitud con increíble valentía. Decidieron seguir los caminos de Dios a pesar de los peligros inherentes.
Daniel era un hombre que tenía profunda comunión espiritual con Dios. Parece que su primera intención frente a cualquier situación siempre era la de orar. Las profundas verdades que Dios había confiado a Daniel no podrían ser dadas a un hombre que no fuese enteramente entregado a Dios.
El rey Nabucodonosor ocasionó la primera crisis en la vida de Daniel. Requirió que sus sabios consejeros (astrólogos, magos, hechiceros y sacerdotes) le relataran el contenido de un sueño que lo consternó, y que se lo interpretaran. Cuando los demás no lo pudieron hacer, los mandó a matar. Pero Daniel se enteró de la situación, y comprendió que él y sus compañeros también estaban a riesgo de morir. Le pidió al rey tiempo para orar a Dios.
«Entonces Daniel fue a su casa e informó el asunto a sus amigos Ananías, Misael y Azarías, para que pidieran misericordia del Dios del cielo acerca de este misterio, a fin de que no perecieran Daniel y sus amigos con el resto de los sabios de Babilonia» (Dan. 2:17-18). Luego de un tiempo de estar unidos en oración, Dios reveló a Daniel la interpretación en una visión de noche. ¿Cuál fue la respuesta de Daniel? ¡Más oración! En el capítulo 2, versos 20-23, encontramos una bella oración de gratitud a Dios por haberle dado sabiduría a Daniel.
En otra ocasión, hubo un complot para atrapar a Daniel. El rey Darío de los Medos fue convencido por algunos de sus gobernadores a decretar una moratoria de 30 días en que nadie podía orar a su dios, sino sólo al rey. Los que se hallasen culpables serían lanzados al foso de los leones. ¿Cómo reaccionó Daniel? «Cuando Daniel supo que había sido firmado el documento, entró en su casa (en su aposento superior tenía ventanas abiertas en dirección a Jerusalén), y como solía hacerlo antes, continuó arrodillándose tres veces al día, orando y dando gracias delante de su Dios» (Dan. 6:10).
Fíjese que Daniel oraba tres veces al día. Esa es una costumbre judía que continúa hasta el día presente. Judíos devotos oran por la mañana, por la tarde y por la noche. Las oraciones se conocen como shajarit (mañana), minjá (tarde), y maariv (noche). Según el comentario ArtScroll sobre Daniel, «la práctica de orar tres veces al día, aunque no es una obligación de la Torá, ya había sido instituida para tiempos de Daniel. De otra manera, es inconcebible que Daniel se hubiese puesto en tanto peligro con el propósito de orar…la institución de orar tres veces al día tiene sus raíces en tiempos antiguos.» Luego, las oraciones corporales fueron formalizadas durante tiempos de Esdras. Según www.chabad.org: «ellos formalizaron las 18 Bendiciones de la Amidá, que es el centro del servicio diario de oración. En ese tiempo, determinaron que dicha fórmula estándar de oración sería repetida tres veces al día, correspondiendo a los sacrificios del Templo.»
Daniel oraba tres veces cada día, y lo había hecho desde pequeño. Una amenaza de muerte no podía impedir su comunión con Dios. Era una trampa, pero Dios lo libró de ella. Sí, fue lanzado a un foso de leones hambrientos, pero Dios evitó que atacaran a Daniel.
Un día, mientras Daniel leía el rollo de Jeremías, se dio cuenta que la cautividad tendría un límite de tiempo de sólo 70 años. ¡Me imagino que yo hubiese celebrado una fiesta para que mis compañeros viniesen y nos regocijáramos juntos! Pero Daniel respondió de manera distinta. Respondió en oración: «Volví mi rostro a Dios el Señor para buscarlo en oración y súplicas, en ayuno, cilicio y ceniza. Oré al SEÑOR mi Dios e hice confesión y dije…» (Dan. 9:3-4). Los siguientes versos 4 al 19 representan una de las oraciones más conmovedoras de arrepentimiento en toda la Biblia.
La oración de Daniel comienza con el reconocimiento de la grandeza de Dios, un Dios de misericordia que guarda Sus pactos. Entonces reconoce que Dios obra en cooperación con el ser humano. Dios guarda Sus promesas con los que le aman y guardan Sus mandamientos. Ese pensamiento me recuerda a una expresión de Yeshúa cuando dijo: «Si ustedes Me aman, guardarán Mis mandamientos» (Juan 14:15). El apóstol Juan también dijo: «Porque éste es el amor de Dios: que guardemos Sus mandamientos, y Sus mandamientos no son difíciles. Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo. Y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe» (1 Juan 5:3-4).
Daniel luego se dedica a hacer confesión de pecado y arrepentimiento en nombre de su nación. Confiesa su rebelión, pecado, iniquidad y maldad. Lamenta que el pueblo de Dios se haya apartado de Sus preceptos y juicios. Confiesa que no habían escuchado a los profetas. Se arrepiente de su rebeldía. Ora con profunda humildad, usando dos veces la frase «vergüenza de rosto» para describir al pueblo de Israel. En el comentario de ArtScroll sobre Daniel, se explica: «Nuestra vergüenza no se debe a que hayamos perdido nuestra gloria como resultado de nuestro castigo, sino porque nos sentimos profundamente avergonzados porque nos atrevimos pecar contra Ti (Alshich; Malbim).»
En su oración, Daniel repetidamente reconoce la justicia de Dios, incluso por haber sido castigados con el exilio. Cita la profecía de Moisés, diciendo: «Como está escrito en la ley de Moisés, toda esta calamidad ha venido sobre nosotros…» (Dan. 9:13).
Finalmente, Daniel presenta su petición a Dios para que restaure a Jerusalén, al santo Templo y a Su pueblo: «¡Oh Señor, escucha! ¡Señor, perdona! ¡Señor, atiende y actúa! ¡No tardes, por amor de Ti mismo, Dios mío! Porque Tu nombre se invoca sobre Tu ciudad y sobre Tu pueblo» (Dan. 9:19).
Quizás usted haya experimentado fuertes golpes en esta vida. Su dolor puede ser abrumador. Usted no tiene que quedarse en ese lugar de angustia y desesperación. Dios tiene un buen plan y propósito para su vida. Le animo a que se acerque a Él en oración y vuelva a dedicarle su vida. Sométase a Su voluntad. Luego determine en su corazón a vivir, y a vivir sólo para Dios, con acciones justas y en constante comunión con Él. Se asombrará al ver cómo Dios le ha de abrir un nuevo camino por delante.
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