por: Rev. Cheryl L. Hauer, Vicepresidenta Internacional
Por mucho que deseamos que no sea así, hay muchas cosas en nuestra vida hoy, que simplemente no son buenas. Los desastres naturales; las pandemias mortales; la drogadicción; el aborto y el abuso infantil, por nombrar solo algunos, son atrocidades que afectan a nuestro mundo moderno. Quizás es por eso que algunos consideran que Romanos 8:28 es el versículo más citado en la Biblia: «Y sabemos que en todas las cosas Dios obra para el bien de aquellos que lo aman, que han sido llamados de acuerdo a su propósito» (NVI). La promesa del bien frente al mal trae una esperanza donde a menudo, sin esta garantía de Dios, no hay esperanza en absoluto.
Sin embargo a veces, reconciliar lo que sucede en nuestras vidas con la belleza de esa promesa, puede ser un desafío. Todos hemos experimentado una oración que nos pareciera no tener respuesta: la sanidad que no llegó o un sueño dejado atrás, cuando el camino de nuestra vida tomó una nueva dirección. Para algunos, esa aparente contradicción puede conducir a la desilusión e incluso, a enojarnos con Dios que no cumplió Su promesa, o tal vez lo hizo; tal vez la contradicción existe porque realmente no entendemos la promesa.
La mejor manera de obtener esa comprensión, es poner el verso en su contexto.
El apóstol Pablo escribió su epístola Romanos a la iglesia en Roma, para presentarse antes de su próxima y primera visita. Claramente quería que los hermanos entendieran su posición sobre la fe; la gracia; la salvación y la morada del Espíritu Santo; antes de llegar, con la esperanza de recibir apoyo entre los creyentes y unificar a una iglesia seriamente dividida. Gran parte del libro, y particularmente el capítulo 8 está lleno de contradicciones, ya que Pablo yuxtapone la vida egoísta llena de búsquedas de la carne, con una enfocada en el caminar de acuerdo con la justicia de Dios. La carta fue escrita entre finales de los años 40 y principios de los 50 d. C., una época en que la persecución de judíos y cristianos se estaba apoderando de Roma, bajo Nerón el emperador.
Aunque Pablo habla extensamente de la lucha entre la carne y el espíritu y la mente carnal versus la mente espiritual que da vida, les recuerda a los romanos que como creyentes son habitados por el mismo Espíritu que levantó a Jesús (Yeshúa) de la muerte, un socio poderoso en sus luchas con la tentación. Sin embargo, en el versículo 18 dice: «Porque considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que se revelará en nosotros», Alusión que proyecta una lucha más allá de su propia batalla con el pecado, al terror de la persecución romana. Se sabía que Nerón colgaba a cristianos y judíos a postes en su jardín, los empapaba de alquitrán y los incendiaba para proporcionar luz en sus paseos nocturnos.
Es en este contexto que Pablo hace su declaración en el versículo 28: «Y sabemos […]» sin incertidumbre, aquí no se requieren conjeturas, «que en todas las cosas Dios obra […]» no algunas cosas, o simplemente las cosas que podemos entender o en lo cual vemos beneficios, «por el bien de aquellos que lo aman, que han sido llamados de acuerdo a su propósito […]» (NVI, énfasis agregado). ¿Y cuál es ese propósito? El versículo 29 nos dice: «Para los que antes conoció, también predestinó a ser conformados a la imagen de su Hijo, para que pudiera ser el primogénito entre muchos hermanos» (énfasis agregado).
Es común escuchar el testimonio de creyentes para quienes esta promesa se ha convertido en realidad; cuando enfrentaban una situación difícil con la familia o en el trabajo. Estaban llenos de temor y seguros de que no les esperaba nada bueno; y de repente Dios se movió y la situación cambió milagrosamente para su beneficio.
Dios nos ama apasionadamente y, a menudo; mantiene esta promesa en un nivel muy íntimo; casi secreto; pero Su propósito que es el bien que nos promete, no siempre significa que recibiremos lo que nosotros queremos o deseamos. Más bien podemos saber, sin lugar a dudas; que a través de todas nuestras circunstancias, la voluntad de Dios se cumplirá; que sus planes no estarán frustrados, y que seremos transformados en Su propia imagen, a través de nuestro sufrimiento. Que los deseos de nuestro corazón serán cambiados y se estarán alineando con los Suyos. No hay mayor bien para nosotros que eso: Sus Planes.
El concepto del ‘sufrimiento de los justos’ ha sido durante milenios un tema de discusión entre los sabios rabínicos de Israel, como lo ha sido en la comunidad cristiana.
La pregunta de ¿por qué el mal alcanza al pueblo de Dios? es difícil de responder. El Talmud (comentario rabínico sobre la tradición judía y las Escrituras hebreas) registra una amplia variedad de razones sugeridas.
Al reconocer que Dios permite el sufrimiento y circunstancias difíciles, que no son punitivas o el resultado del pecado; sino más bien, las permite con el propósito de traer bendición al individuo; y a menudo, un mayor bien a la comunidad. Ellos han considerado que tales acciones de parte de Dios son «sufrimientos del amor» –esas son circunstancias difíciles, que Dios usa para transformar a Su pueblo a Su imagen.
El famoso rabino y sabio judío Rashi (1040-1105), al discutir el concepto de “los sufrimientos de amor”, dice: “El Santo, bendito sea El; lo castiga en este mundo aunque no tiene culpa de ningún pecado; pero lo hace con el propósito de aumentar su recompensa en el mundo venidero, en un grado mayor de lo que sus méritos le hubieran merecido”.
El Talmud contiene muchas historias de los «sufrimientos del amor», una de las cuales se refiere al Rav Huna; un maestro del siglo III que tenía un viñedo muy próspero; que sin razón aparente, 400 frascos de su mejor vino de repente se agriaron causando una gran pérdida financiera para el viñedo y para el rabino y su familia. Los estudiosos y amigos lo alentaron a mirar dentro de sí mismo y a arrepentirse del pecado que debió haber cometido, para que se hubiese impuesto tal juicio sobre de él. Finalmente, Rav Huna de hecho confesó, que había sido deshonesto en su negocio, arrepintiéndose con gran pena; momento en el cual el vino agrio se volvió fresco de inmediato. Otro relato dice que el vino se mantuvo agrio, pero Dios hizo que el precio del vinagre se disparara, ¡bendiciendo así al Rav Huna con más de lo que el vino hubiera valido! De cualquier manera los «sufrimientos del amor», explican los rabinos: ‘estaban trabajando a favor de Rav Huna’. Dios no estaba castigándolo, sino atrayéndolo a Él con cuerdas de bondad para lograr un cambio en su corazón.
Job y José son dos ejemplos que a menudo se usan en discusiones de esta naturaleza. Ambos hombres eran inocentes y piadosos, sin embargo ambos fueron víctimas de un sufrimiento incalculable.
En el caso de Job perdió todo, incluidos sus hijos; solo para recuperar su riqueza y la bendición de una nueva familia, que se le dio después de un notable encuentro con Dios mismo. Claramente, el Señor trabajó todos los sufrimientos de Job para su bien, en ese nivel micro; dándole una nueva y más profunda comprensión del amor soberano que Dios tiene.
La historia de José es un poco diferente. Como un joven muy querido de su padre, viviendo una vida algo idílica en las colinas alrededor de Hebrón; su sufrimiento fue inmenso. Traicionado por sus hermanos; arrancado de su padre; vendido como esclavo; y arrastrado desde su amada patria a tierra extranjera y a un pueblo desconocido. Es difícil imaginar ¡cómo fue capaz! de soportar el dolor y el miedo que debió haberlo envuelto. En un nivel micro, Dios ciertamente usó ese sufrimiento para el bien de José, colocándolo como el segundo al mando sobre todo Egipto y bendiciéndolo con una familia propia. Lo milagroso fue el compañero constante de José en Egipto: ‘un constante recordatorio, siempre presente, de la fidelidad de Dios’.
Pero el sufrimiento de José trabajaría también para bien un nivel macro: ‘el futuro del pueblo judío y el camino que se les ordenó seguir para cumplir su destino’. ¡Sí! las acciones de sus hermanos estaban destinadas al mal, pero Dios las trabajó para el bien de toda la humanidad (Génesis 5).
Otro ejemplo de este tipo se encuentra en Éxodo 2:1-2; y Hebreos 11:23. Es la historia de Jocabed, la madre de Moisés. La historia revela que ella era de la tribu de Leví, al igual que su esposo, Amram. La tradición judía nos dice que Jocabed y Amram estaban familiarizados con las profecías que Dios le había dado a Abraham y sabían que el tiempo de su esclavitud, pronto llegaría a su fin. Tenían una fe fuerte en Dios y no temían los edictos de Faraón, creyendo que Dios los haría dar a luz a un hijo. Sin embargo, tanto Éxodo como Hebreos comentan sobre la belleza de Moisés. La palabra en hebreo significa belleza física pero incluye una fuerza inherente; bondad y gracia. Entregarlo a las aguas del Nilo era un dolor que Jocabed apenas podía soportar. Sus circunstancias podrían haberla abrumado fácilmente: ‘una esclava sin derechos, ni privilegios, a merced de sus amos que habrían matado a su hijo en un instante’. Además: ‘al sostener a Moisés; alimentarlo y amarlo durante tres meses’; como acto soberano de Dios; causó se formara un vínculo, que hacía el rendirse a un futuro desconocido, fuera casi insoportable. Tal es el dolor que quizás solo otra madre podría entender. Sin embargo, Dios trabajó la situación para su bien, en ese nivel micro; trayendo a su bebé de regreso a su hogar y su vida, durante varios años mientras lo amamantaba; lo amaba; y le enseñaba los caminos de Dios. Y al igual que José, esas circunstancias también se trabajarían juntas para el bien mayor del pueblo de Israel; dando lugar al futuro Éxodo de Egipto’; uno de los eventos más importantes en toda la historia humana.
Finalmente, encontramos nuestro último ejemplo en el libro de Rut. Noemí, esposa de Elimelec; había vivido una vida de relativa facilidad y riqueza en Belén, fue alcanzada por el hambre y su esposo tomó la decisión de dejar todo atrás y viajar a Moab; la tierra de los enemigos más feroces y odiados de Israel. ¡Qué dolor debió haber experimentado! Una vez allí, sus hijos se casaron con mujeres moabitas a pesar de que la Torá (Gen. – Deut.) prohibía tales uniones. Finalmente, su esposo y sus dos hijos mueren y Noemí regresó a Belén; humillada y desanimada. Pero la mano de Dios levantó a Noemí de sus circunstancias, trabajando ‘todas las cosas juntas para su bien’. Cuando su nuera Rut se convirtió en la esposa de Booz, el cómodo futuro de Noemí regresó y estaba asegurado. Tenía una familia nuevamente y disfrutaba del papel de abuela de Obed; y finalmente, del propio Rey David. La contribución de Noemí a nivel macro es aún más importante. Dios usó sus circunstancias para solidificar el lugar de los gentiles en la genealogía del Mesías.
Al igual que los sabios y eruditos de antes, podemos lidiar con un significado más profundo de Romanos 8:28. Pero nuestro Dios y Su Libro son eternos e inmutables, y juntos nos traen un mensaje claro para hoy. La historia de José nos muestra que no hay liberación sin esclavitud; mientras que Job demuestra que no hay curación sin enfermedad; y Jocabed y Noemí, nos muestran que no hay alegría sin el conocimiento de la miseria.
Pablo nos dice a lo largo del libro de Romanos que sin maldad, no habría reconocimiento del bien; y sin pecado, no se entendería la justicia.
Como creyentes, hijos e hijas del Dios Altísimo; está claro que no importa cuál sea nuestra situación; ni es al azar, ni es sin sentido.
El Dios soberano del universo nos ha dicho que todas nuestras circunstancias tienen un propósito: “transformarnos a Su semejanza e impactar nuestras comunidades; e incluso nuestro mundo, con el conocimiento de Él”.
¡Que bueno que sea así!
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