por: Cheryl L. Hauer, Directora de Desarrollo Internacional
Existe un antiguo adagio cristiano que dice: «Una persona necesita atravesar tres conversiones: la conversión de la cabeza, la conversión del corazón y la conversión de la cartera.» Dicho comentario, que posiblemente proviene del siglo 16, parece indicar que la relación entre un creyente y sus recursos financieros siempre ha sido un tanto complicada, incluso hoy día. Sin embargo, la Biblia establece claramente que esa relación es importante para el Señor.
Un reciente artículo en torno a donativos caritativos cristianos informa que la Biblia ofrece sobre 500 versos sobre la oración, menos de 500 versos sobre la fe, pero más de 2,000 versos relacionados al dinero. Más aún, el estudio dice que el 15% de todo lo que enseñó Yeshúa (Jesús) tenía que ver con el dinero y las posesiones, y gran parte sobre el compartir nuestros bienes con otros. Pero los creyentes a menudo encontramos ese tema muy difícil de tratar. A pesar de la abundancia de enseñanza bíblica al respecto, el ofrendar es aún un asunto muy delicado, en parte porque esos versos a veces han sido abusados por individuos inescrupulosos que persiguen ganancia personal.
Por encima de eso, hay una creciente necesidad global de personas que viven en pobreza o sufren por causa de guerras o desastres naturales, y no es extraño que los creyentes prefieran hablar de cualquier otra cosa menos de hacer un donativo. Nuestros buzones postales físicos o cibernéticos están llenos de cartas y promociones sobre situaciones de hambre y enfermedad, niños que sufren en países bajo conflicto y la paulatina destrucción ambiental. Por otro lado, debemos apoyar a nuestras congregaciones locales, y a menudo tenemos proyectos o programas especiales que requieren de nuestras finanzas. Nuestros pastores reciben la misma avalancha de solicitudes en busca de ayuda financiera. Un amigo pastor me dijo recientemente que a veces invierte como 40% de su día en tales peticiones.
La gran mayoría de esas solicitudes financieras son legítimas, y expresan necesidades críticas de personas muy reales. Pero, ¿cómo uno decide a qué petición uno va a responder? El asunto se complica más por el hecho de que el ofrendar en términos bíblicos no se limita meramente a dinero. Nos pueden pedir otra clase de ayuda, como de nuestro tiempo, nuestra profesión, nuestros talentos o a veces un simple par de manos dispuestas. La mayoría de nosotros carecemos de tiempo y finanzas sobreabundantes, y ante tan abrumadora necesidad, nos podemos sentir confundidos y desanimados. La pregunta que quizás nos debamos hacer no es cuánto dar y a quién, sino ¿qué realmente significa ser un dador? Siendo miembros del Reino de Dios en este mundo, ¿cómo debe ser un «Dador del Reino»?
Un sitio de Internet que se especializa en todos los aspectos de donativos caritativos recientemente publicó la siguiente lista de razones que personas identificaron para hacer ofrendas caritativas, incluso los cristianos:
1. Alguien a quien conozco me lo pidió, y quise ayudar.
2. Me sentí emocionalmente conmovido por la historia de alguien.
3. Quiero sentir que no soy impotente ante una necesidad abrumadora, especialmente durante tiempos de desastres naturales.
4. Quiero sentir que puedo cambiar la vida de alguien.
5. Siento cercanía con cierta comunidad o grupo, y su causa.
6. Necesito una deducción de impuestos.
7. Quiero conmemorar a alguien.
8. Fui enseñado a dar para obras de caridad – es una tradición familiar.
9. Quiero estar de moda, y el apoyar cierta obra de caridad es algo popular (como usar una banda amarilla, etc.)
10. Me hace sentir conectado con otras personas y amplía mi red social.
11. Quiero tener una buena imagen de mí mismo.
12. Quiero dejar un legado de mi persona, algo que perpetúe mis ideales o mi causa.
13. Me siento afortunado (o culpable), y quiero devolver algo a otras personas.
14. Quiero ser visto como un líder.
15. Dono por razones religiosas: Dios quiere que comparta mi abundancia.
Aunque esta lista cubre una gran variedad de razones por hacer donativos caritativos, catorce de las quince tienen algo muy importante en común: el beneficiado es el propio dador. Solamente la última razón en la lista indica una motivación desinteresada y bíblica respecto a la generosidad. Pero la Biblia habla en contra de los que dan por razones equivocadas, además de sobre quienes rehúsan dar en lo absoluto.
«Cuídense de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de otra manera no tendrán recompensa de su Padre que está en los cielos. Por eso, cuando des limosna, no toques trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres. En verdad les digo que ya han recibido su recompensa. Pero tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna sea en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mateo 6:1-4).
Fíjese que Yeshúa dijo: «…cuando des limosna…,» y no «…si das limosna…» (énfasis añadido). Claramente, Él esperaba que Sus discípulos fuesen personas generosas y sensitivas a las necesidades de los menos afortunados. Pero también se preocupaba de que fuésemos tentados a dar por razones equivocadas. Reconocía que el acto de dar era importante, pero el corazón tras la dádiva marcaba la diferencia en términos del Reino, tanto en tiempos de Yeshúa como hoy día.
Yeshúa también animó a los primeros creyentes que recordasen que el dar tiene implicaciones más allá de los beneficios temporales. De hecho, es una forma de adoración. Les recordó que «su Padre que está en los cielos»nos ve cuando ofrendamos. Sí, su ofrenda alimenta al hambriento o apoya el presupuesto de su iglesia. Pero sobre todo, Dios mismo lo reconocerá como un sacrificio para Él, lo que resultará en su propia bendición. El apóstol Pablo explica ese principio en 2 Corintios 9:6, cuando dice: «…el que siembra escasamente, escasamente también segará; y el que siembra abundantemente, abundantemente también segará.»
Quizás aquí comencemos a ver el verdadero sentido de lo que es ser Dador del Reino. Pablo alude a la reciprocidad, o lo que se pudiera resumir en palabras más comunes: «cosechar lo que uno siembra.» Pero eso pudiera sonar un tanto egoísta si uno sólo siembra con la intención de cosechar. Los primeros creyentes hubieran comprendido que ese principio de reciprocidad era balanceado con el principio moral del altruismo. Conocían bien la enseñanza de Yeshúa en Lucas 6:31 y Mateo 7:12, donde dijo que debemos tratar a otros como uno mismo quiere ser tratado.
«Por eso, todo cuanto quieran que los hombres les hagan, así también hagan ustedes con ellos, porque ésta es la Ley y los Profetas» (Mat. 7:12).
«Y así como quieran que los hombres les hagan a ustedes, hagan con ellos de la misma manera» (Luc. 6:31).
Ese principio es también un fundamento en el judaísmo, porque se encuentra en la Torá (Génesis a Deuteronomio). Levítico 19:18 dice: «No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el SEÑOR» (énfasis añadido).
El Dador del Reino comprende que la bendición de Dios es derramada en respuesta a su acción de dar, y cuando es realizada con la intención apropiada. Ese da por el compromiso moral de cuidar al prójimo, amándolo como uno mismo desearía ser amado y cuidado, sin esperar nada a cambio.
Según el sitio de Internet ‘Judaism 101,’ tzedaká es la palabra hebrea para el acto que conocemos como caridad: dar ayuda, asistencia o dinero al pobre y al necesitado, o a otra causa meritoria. Para la mayoría de nosotros, la palabra caridad nos hace pensar en la benevolencia y generosidad de alguien o en el acto magnánimo de una persona pudiente hacia alguien menos afortunado. Sin embargo, la palabra tzedaká se deriva de la raíz hebrea que significa justicia, rectitud o equidad. Por lo tanto, en el judaísmo, dar al pobre no es visto como un acto de generosidad, sino como un acto de justicia social o rectitud. Cada uno, como seres humanos, somos responsables por el bienestar de los que nos rodean. Si Dios nos ha bendecido con los medios para hacerlo, es mera justicia y rectitud que demos a los necesitados. La generosidad nada tiene que ver; es simplemente lo correcto. Si hemos sido hechos a la imagen de Dios, tenemos la responsabilidad de cuidar de los menos afortunados.
La caridad es parte fundamental del estilo de vida judío. Los judíos tradicionales dan por lo menos el diez por ciento de su ingreso a causas meritorias. Las familias guardan monedas para los pobres, y grupos juveniles van de puerta en puerta recogiendo donativos para diversas causas en apoyo de los necesitados en la comunidad. También es común que alguien en luto haga un donativo caritativo en memoria del fallecido. La caridad es la manera en que el pueblo judío expresa su gratitud a Dios, le pide perdón o le pide algún favor. Y también es esencial que el beneficiado sea considerado como el factor más importante en la ecuación. Protegen con cuidado la reputación e integridad del beneficiado, y no lo perciben como alguien de menor importancia que su benefactor. Después de todo, si no fuese por aquellos en necesidad, el resto de la comunidad no podría cumplir con su obligación de dar.
A través de la historia, algunos en la Iglesia han hecho una falsa comparación, diciendo que los judíos dan porque se espera que así lo hagan, mientras que los cristianos, siendo mucho más generosos, dan porque quieren. Sin embargo, una verdadera comprensión del concepto de tzedaká evidencia la falsedad de esa aseveración. De la misma manera en que un dador judío está comprometido a ayudar a los demás, el dador cristiano también da a otros por su sentido de compromiso moral. Ambos viven el principio encontrado en Mateo 7:12 y Levítico 19:18.
El gran filósofo y maestro de la Torá del siglo 12, Moisés Mamónides, enseñaba que la caridad no debe terminar con el esperado diez por ciento. Enseñaba que hay ciertas clases de tzedaká que son consideradas como más meritorias que otras, y creó una lista que aparece en el Talmud (comentario rabínico). El nivel más bajo es el que da a regañadientes, e indica que da por razones equivocadas. Ese dador no siente verdadero interés en las personas necesitadas, sino que da con una actitud de resentimiento y obligación. Luego viene el dador que da menos cantidad de lo que podría, aunque lo da con alegría. Ese dador no considera la instrucción de atender a las necesidades de los demás, y desperdicia parte de su propia felicidad.
Luego viene el que sólo da cuando se le pida. El judaísmo enseña que no hay vergüenza en pedir ayuda cuando sea necesario, mientras que el necesitado no debe permitir que su orgullo le impida aceptar el dinero cuando se le ofrezca. Se considera un pecado el rehusar recibir una tzedaká, como si tal sufrimiento ocasionado fuese un derramamiento de sangre. No obstante, el Dador del Reino no espera a que se le pida ayuda.
La lista anterior continúa con el que da anónimamente, poniendo en práctica lo que cristianos reconocemos como la enseñanza de Pablo. Un Dador del Reino no da para poder recibir alabanzas por su generosidad o para ser admirado por el hombre. Después de todo, Su Padre en los cielos lo ve, y eso es más que suficiente. Finalmente, está el dador que es lo suficientemente generoso que continúa dando hasta que el beneficiado se haya hecho independiente. Una ayuda consecutiva que eleve al hombre de su pobreza y lo ponga en el camino de la auto-suficiencia no sólo ayuda al beneficiado, sino que cambia el curso de la historia. Generaciones subsiguientes de tal familia tendrá la oportunidad de continuar el legado del nuevo éxito de ese beneficiado.
Dwight Pryor, maestro de raíces hebraicas (de bendita memoria), enseñó que si uno iba a aprender una sola palabra hebrea en su vida, debería ser la palabra jésed, porque su significado es esencial para comprender el carácter de Dios. A menudo se traduce como misericordia, gracia o bondad amorosa, pero cualquier traducción es incompleta si no incluye los componentes de fuerza, constancia y generosidad. Habla del amor incomprensible, incondicional, extravagante y tierno de Dios hacia Su pueblo, que es irrevocable y eterno. Usado casi exclusivamente con relación a Israel, jésed es la manera en que Dios dice a Su pueblo escogido: «No lo puedo evitar. Yo, por causa de mi propia naturaleza, ¡estoy obligado a amarles!» Así como otras palabras hebreas, jésed no se refiere sólo a un sentimiento o actitud, sino también a una acción. Algunos lo han descrito como la integración de una preocupación amorosa y la acción concreta correspondiente.
En su libro Walking in the Dust of Rabbi Jesus [Andando en el Polvo del Rabino Jesús], la autora Lois Tverberg describe a jésed de la siguiente manera: «El idioma hebreo tiene una palabra para describir el amor que dura toda la vida de manera más rica y profunda que el inglés jamás lo haya concebido: jésed. Basado en una relación de pacto, jésed es una fidelidad firme y sólida que dura por toda la eternidad (Isaías 54:10). Jésed es un amor tan perdurable que persiste más allá de cualquier pecado o traición, sana lo quebrantado y extiende el perdón gratuitamente (Lamentaciones 3:31-32).»
Más aún, el erudito bíblico John Oswalt dice: «La palabra jésed es la descripción por excelencia de Dios en el [Tanaj]. La palabra habla sobre la bondad y generosidad completamente inmerecida por parte de una persona que está en una posición de poder. Esa era la experiencia que tenían los israelitas con Dios…A diferencia de los seres humanos, esa deidad no era inconstante, voluble, egoísta ni codicioso. Al contrario, era fiel, verdadero, recto y generoso – siempre.»
En Éxodo 33, Moisés revela su profundo deseo de conocer a Dios más plenamente, y le pidió a Dios: «Te ruego que me hagas conocer Tus caminos para que yo Te conozca…» (v. 13). En Éxodo 34:6 vemos que el Señor se lo concede y, a medida que Su gloria pasa delante de Moisés, Dios proclama Su Nombre. En el antiguo mundo, un nombre era más que una forma de identificación. Revelaba la propia alma y el espíritu de la persona. Por lo tanto, en Éxodo 34:6, Dios revela Su carácter, Su sustancia y Su esencia a la humanidad. Una de las palabras usadas es jésed. Por naturaleza, Dios es dador, y derrama vida, amor y toda cosa buena abundantemente sobre Su creación. El apóstol Santiago nos dice que «toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto» (1:17), del Padre de las luces. El Salmo 33:5 revela que Dios ama el tzedaká, y Su jésed llena toda la tierra.
El sabio judío rabino Simlai notó que la Torá comienza con unos actos de jésed, en que Dios da vida y vestimenta a Adán y Eva, y termina con un acto de jésed cuando entierra a Moisés. La Torá revela que Dios ama profundamente a Sus criaturas y actúa constantemente con generosidad y bondad hacia ellos. Sin embargo, esa generosidad y compasión, o jésed, no es meramente nuestra razón por adorar a Dios, sino que es Su esencia que debemos imitar. El Midrash narra la siguiente historia:
Cuando Moisés exhortó a Israel: «Anda tras el Señor tu Dios, anda en Sus caminos,» ellos le dijeron: «¿Quién puede andar en los caminos de Dios? ¿No está escrito que ‘en el torbellino y la tempestad está Su camino, y las nubes son el polvo de Sus pies'»? (Nahúm 1:3). Y Moisés dijo a Israel: «Los caminos de Dios son gracia y verdad y actos de bondad amorosa.»
El Midrash continúa con la bella declaración de que el principio de la Torá es jésed, como también su medio y su final. La esencia de la Torá es un Dios cuya esencia es jésed, y quien llama a Sus hijos para que anden en esa misma esencia.
Según los sabios, cuando Moisés exhortó a los israelitas para que anden en los caminos de Dios, les decía que vivan una vida de jésed, de compasión y bondad amorosa. Como hijos del Dios Altísimo, somos exhortados a cultivar esas características y ocuparnos en actos concretos de bondad.
Finalmente, el rabino Eliyahu Dessler enseñó que al haber sido creados a imagen de Dios, tenemos la misma capacidad de Dios para ser compasivos y dar generosamente. Pero constantemente tenemos el conflicto, dijo él, entre el impulso de dar y el impulso de tomar, entre el obstinado egoísmo y la bondad amorosa.
Pero el haber sido creados a imagen de Dios implica que podemos llegar a ser verdaderos dadores, o más específicamente, de ser dadores según el propósito original en que fuimos creados. Una vida de Torá, al andar en los caminos de Dios y unirnos a Él, dice Dressler, nos acerca más a ser de la manera en que fuimos creados a ser: criaturas que manifiesten el amor, la bondad y la generosidad a otros. En otras palabras, fuimos creados a ser Dadores del Reino para que constantemente reflejemos el carácter y la naturaleza de Dios.
Yeshúa nos revela cómo se supone que sean algunos de nuestros actos de jésed. Debemos alimentar al hambriento, dar agua al sediento, recibir al extraño, vestir al desnudo, cuidar al enfermo y visitar al encarcelado. En Mateo 25:45, nos establece que esos actos deben ser dirigidos específicamente a Su familia natural. Debemos vivir vidas de compasión y bondad, recordando extender jésed hacia todos los seres humanos, pero Yeshúa nos dice que jésed debe extenderse especialmente al pueblo judío.
Los sabios también cuentan la historia de un hombre que se acostó a dormir, y mientras se quedaba dormido, pensó: «Mañana me levantaré y haré un favor a tal persona. Mañana ayudaré a tal otra persona…» Dicen que ese hombre está destinado a regocijarse con los justos en el Gan Eden (Jardín del Edén). ¿Cómo un pensamiento puede destinar a un hombre para el cielo?, usted se puede preguntar. Los sabios responden con otra pregunta. ¿Qué clase de persona es quien tiene ese tipo de pensamiento en la privacidad de su alcoba al final de un largo y cargado día? Sólo alguien que realmente ama profundamente a otros; alguien cuya bondad amorosa es parte esencial de su persona, alguien cuya propia esencia es jésed: un Dador del Reino.
La misma narración produce otra pregunta. ¿Si ese hombre tuviese gran cantidad de dinero para dar, lo debería dar todo para ayudar a un individuo, o sería preferible dividirlo en más pequeñas cantidades, dando la misma cantidad a individuos diferentes? La respuesta, según la tradición judía, es que sería mejor dar muchas pequeñas cantidades porque así uno se acostumbra a dar. Lo ideal de ese tipo de caridad es que no basta con hacer actos de bondad; uno debe esforzarse a ser una persona cuya esencia es la bondad; ser un Dador del Reino.
Vivimos en un mundo donde surgen cada vez más necesidades, y tenemos la declaración por parte de Yeshúa de que el pobre siempre estará con nosotros. Continuaremos recibiendo diariamente más solicitudes para dar ayuda y asistencia a otros. Pero no los miremos con desagrado, sino recordemos que nuestro Padre, en cuya imagen hemos sido creados, es un generoso y espléndido dador. Él quiere que reflejemos Su carácter al mundo por medio de nuestras acciones. ¡Qué gran privilegio es ser un dador, de seguir Su llamado para que nos unamos a Él en Su amor hacia los que nos rodean, pero especialmente a los que Él denomina como la niña de Sus ojos! Y nada le puede dar más placer que ver a Sus hijos mientras se acercan más a Él, andan en Sus caminos y gozosamente viven vidas de compasión y generosidad.
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