El rostro de un esclavo es —o debería ser— inolvidable.
El 7 de octubre circularon en las redes sociales videos gráficos y desgarradores, pero ninguno parecía más cruel que el video de Noa Argamani gritando, rogando que no la mataran; con el brazo extendido en vano hacia su novio, mientras los asesinos de Hamás la arrastraban en una motocicleta.
Si bien la mayoría de los rehenes habían sido secuestrados en circunstancias que quedaron a la imaginación del mundo, Noa, con sus ojos oscuros tan abiertos por el terror, fue llevada ante el mundo entero. Su rostro, capturado de forma estremecedora en el video o retratado en tiempos más felices, en carteles que tantas veces fueron arrancados; se convirtió en el símbolo de todos los rehenes arrancados de sus seres queridos.
Sin embargo, afortunadamente el 8 de junio, una de las operaciones más audaces de las Fuerzas Especiales israelíes desde la incursión en Entebbe en 1976; rescató a Noa y a otros tres rehenes. Habiendo llorado por ella durante ocho meses y un día antes, la gente decente del mundo lloraba ahora con Noa, mientras las redes se inundaban de preciosas imágenes de “Noa, reencontrándose con su jubiloso padre”. El último deseo de su madre, volver a ver a su hija secuestrada, se estaba cumpliendo.
Sin embargo, en los días posteriores a su regreso a casa, se reveló que no solo la habían dejado pasar hambre y rara vez se le permitía bañarse; sino que también la tenían como esclava. Obligada a lavar platos y cocinar para la familia “civil palestina” que la tenía [cautiva]; ella dijo que cuando fue rescatada ella estaba lavando platos, cuando oyó al escuadrón de las Fuerzas Especiales entrar en el apartamento.
Aunque el rostro de Noa, por la razón más agridulce, es mundialmente famoso, el hecho de que sus carceleros la hayan esclavizado, apenas se menciona en los medios. Lo mismo ocurre con el rostro de otra joven cuya historia de denigración es brutalmente similar a la de Noa. De hecho, su pesadilla nunca terminará.
El 19 de febrero de 2018, Leah Sharibu de 14 años, fue secuestrada por Boko Haram; organización yihadista islamista con sede en el noreste de Nigeria; junto con otros 109 de sus compañeros de clase, en un sangriento asalto a su internado en el pueblo de Dapchi. Los terroristas liberaron a todos los demás niños una vez que el gobierno pagó un rescate (menos cinco niñas asesinadas en el ataque). Pero Leah, que ahora tiene 20 años, nunca ha vuelto a casa.
Como se negó a intercambiar su fe cristiana por su libertad, sus captores no la liberaron, e incluso amenazaron con asesinarla en los meses posteriores a su secuestro. En octubre de 2018, Boko Haram anunció que Leah sería “esclava de por vida”, debido a su negativa a convertirse al Islam. A pesar de las súplicas desesperadas de su familia, en 2021 se informó que Leah había sido casada a la fuerza con un guerrero de Boko Haram y había dado a luz a dos hijos. Hasta el momento, sigue siendo esclava; su familia ha creado la Fundación LEAH en su honor.
Aunque las separan casi 6,400 kilómetros, las historias de Noa y Leah están unidas por una cosa: la yihad, “lucha o guerra contra los no creyentes en el Islam”. Al igual que Noa, Leah fue secuestrada en un brutal acto de violencia dirigido contra los no musulmanes. Al igual que su homóloga judía, quienes la secuestraron humillan y degradan a sus cautivos, como presa fácil en una “guerra santa” contra los kafir [término islámico para los no musulmanes]. Y al igual que su hermana del otro lado del Magreb, Leah; fue convertida en esclava por sus torturadores.
Lo que demuestra la historia, tanto reciente como antigua es que el “7 de octubre” —como el “11 de septiembre” antes que él— es sólo el nombre más reciente que podemos dar a la barbarie cometida por la causa de Alá. La verdad es que las sombrías similitudes entre las historias de Noa y Leah demuestran que el “7 de octubre” ha estado sucediendo en todo el mundo desde el comienzo del Islam.
De hecho, los primeros esclavos del Islam fueron judíos. Una mañana de primavera del año 628 d.C., Mahoma y su ejército atacaron la ciudad oasis de Khaibar, en el norte de Arabia, donde los judíos a los que aún no había expulsado de la península, trabajaban en sus ricas plantaciones de palmeras datileras. Después de que los judíos asediados se rindieran, Mahoma ordenó que todos los judíos que habían luchado en la batalla fueran atados y decapitados; entre 600 y 900 hombres y niños judíos fueron masacrados ese día.
Las mujeres judías fueron luego distribuidas como esclavas sexuales para los soldados de Mahoma. El propio Mahoma tomó como trofeo a dos adolescentes para su harén: Raihaneh bint Zaid y Safiyah bint Huyai.
Es a esta masacre de judíos a la que se refieren los partidarios de Hamás cuando cantan Khaibar, Khaibar, ya Yahud! Jaish Muhammd sawfa ya‘ud! (“¡Recuerden a Khaibar, Khaibar, oh judíos! ¡El ejército de Mahoma volverá!”). Y es esta masacre de judíos la que sentó el precedente para el secuestro, la esclavitud y la violación de mujeres no musulmanas, incluida Leah Sharibu.
Apenas dos décadas después, los seguidores de Mahoma invadieron África y durante los siglos siguientes los árabes y luego sus conversos negros, avanzaron profundamente en el continente reduciendo a unos 25 millones de negros no musulmanes a la esclavitud y a la esclavitud transatlántica. Nadie puede saber nunca cuántos negros murieron como resultado de la conquista de África por el Islam; un cálculo (probablemente bajo) es 120 millones.
Si bien solo podemos estimar cantidades, “7 de octubre” es la forma perfecta de describir la calidad: incursiones sorpresa contra civiles no musulmanes indefensos, que incluyeron asesinatos en masa, violaciones en grupo y captura de esclavos. El 7 de octubre fue el medio por el que los ejércitos árabes conquistaron aproximadamente la mitad de África, de hecho, alrededor de dos tercios del mundo conocido en el año 750 d.C.
Como recuerda Simon Deng, un nativo de Sudán del Sur, secuestrado y esclavizado cuando era niño en la década de 1960:
«No olvidaré ese día en que las tropas del gobierno árabe sudanés llegaron y asaltaron mi aldea. No sabíamos qué estaba pasando hasta que oímos disparos en todas direcciones. Yo solo tenía 9 años, pero los milicianos disparaban a todo el que veían, incluidos los niños».
“El 7 de octubre de 2023, vi las noticias y me sentí mal. Al ver el video del ataque al festival de música en Israel, todo se me revolvió por dentro… Nunca olvidaré los incendios y los cuerpos quemados: eran exactamente iguales a los que vi el día en que destruyeron mi aldea”.
Aunque la yihad contra el pueblo de Deng terminó oficialmente en 2005, el “7 de octubre” es un hecho cotidiano en muchas partes de África, especialmente en Nigeria. Terroristas de etnia fulani que no pertenecen a Boko Haram han asesinado a cristianos por docenas, quemado iglesias, violado mujeres, arrasado aldeas, asesinado a clérigos y secuestrado a gran escala (100 personas a la vez, según un informe de 2022). De estos, algunos son secuestrados para pedir rescate, mientras que a otras niñas como Leah, se les obliga a “casarse” con sus captores y convertirse al Islam. De manera similar actos reconocibles de yihad, plagan otros países como Burkina Faso, Camerún, la República Democrática del Congo, Libia, Malí, Mozambique, Níger, Somalia y Sudán.
Tanto Noa como Leah son víctimas del mismo terror, que ha amenazado a la humanidad durante incluso más años que los inocentes asesinados a machetazos y quemados en ese Shabat profanado y abrasador. De la misma manera, si bien los judíos fueron los primeros esclavos de la yihad, los africanos, si no los segundos, han estado tan unidos desde entonces. Ahora que la historia ha “regresado” a su ciclo normal, no es demasiado pedir que el mundo aplique solo un fragmento de la pasión que dedica a ordenar la rendición de Israel, a implorar a sus enemigos que dejen de incendiar África.
“#FreeLeah” es, lamentablemente, un hashtag en X principalmente conocido por nigerianos y activistas cristianos de derechos humanos.
Con tan pocos amigos y acosados por todos lados, africanos y judíos deben unirse en una alianza de defensa mutua. Porque si los rehenes israelíes no pueden confiar en nadie más que en las Fuerzas Especiales israelíes para traerlos a casa, entonces los africanos como Leah no tienen a nadie en absoluto.
Ambos pueblos, unidos por historias tan oscuras (viendo que casi nadie más parece dispuesto a hacerlo), no tienen más opción que ser voces el uno para el otro.
Publicado el 17 de septiembre de 2024
Publicado en septiembre 19, 2024
Fotografía por: Avshalom Sassoni/Flash90/jns.org
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